Diario de León

INICIATIVAS CULTURALES

Todos los Señores de Bembibre

El profesor Jovino Andina ha logrado reunir en medio siglo de coleccionismo 85 de las casi cien ediciones publicadas de la novela de Gil y Carrasco y ahora prepara un catálogo con un estudio

Ilustraciones de Zarza (arriba) y Bort

Ilustraciones de Zarza (arriba) y Bort

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CARLOS FIDALGO | PONFERRADA
Ponferrada

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El Señor de Bembibre es una caja de pandora en la que cabe de todo. En primer lugar, caben erratas y topónimos equivocados que su autor no pudo corregir para la primera edición de la novela —publicada en 1844 en Madrid por Francisco de Paula Mellado— porque ya se encontraba de viaje a Berlín, donde fallecería. Tuvo que ser otro escritor hoy convertido en un clásico como Ramón Carnicer el que en 1971, casi un siglo y medio después de la muerte de Enrique Gil y Carrasco, purgara el texto original para una edición de bolsillo en Seix Barral.

Caben hermanos y amigos, como Joaquín del Pino y Fernando de la Vera e Isla, responsables de la segunda edición del texto en 1883, junto a la novela corta El lago de Carucedo y algunos artículos de crítica, y Eugenio Gil y Carrasco, que prologó aquella publicación de la que apenas quedan copias localizadas en la Real Biblioteca de Madrid o en Alicante.

Caben y cabrán ilustradores de renombre; desde los originales de Zarza y Batanero de 1844, que encarecían la primera edición de ocho a doce reales, a José Bort, creador de La Familia Telerín y Los Lunnis, que llegó a dibujar una edición infantil de la obra. Cabe el trazo del berciano Ángel Ruiz, que se encargó de la portada que en 1971 editó la desaparecida Librería Arriba y Castro en Ponferrada, con el mismo prólogo clásico de Carnicer.

Mestre también

Y cabe el talento del poeta e ilustrador villafranquino Juan Carlos Mestre, que prepara una nueva reinterpretación de los grabados originales para la nueva edición de la obra que Valentín Carrera quiere presentar en Bembibre el próximo 22 de febrero, fecha de la muerte del escritor romántico, dentro de su proyecto de la Biblioteca Gil y Carrasco, que recopila las obras completas del autor por primera vez desde 1954.

Por caber, cabe hasta un maestro fusilado durante la Guerra Civil, Rafael Alonso, que en 1925 editó con el seudónimo P.R.M. la primera versión para escolares de la novela.

Y el guardián de la caja de pandora más grande de El Señor de Bembibre, donde caben hasta 85 de las casi cien ediciones de las que se tiene constancia que se han publicado de la novela histórica más famosa del Romanticismo español, es Jovino Andina, un profesor jubilado que ha dado clase en Bembibre, claro, donde reside desde que en 1968 llegó al Bierzo desde Taramundi (Asturias). Andina leyó por primera vez El Señor de Bembibre en una edición escolar que costó 90 pesetas y fascinado por el Bierzo, donde acabó por echar raíces, en el último medio siglo no ha dejado de rastrear la huella de la novela en librerías de viejo y bibliotecas a la vez que se convertía en uno de los divulgadores más conocidos de la cultura de la comarca. «Es una afición que fue creciendo a fuego lento», decía ayer en la biblioteca de su casa, mientras mostraba a este periódico algunas de las ediciones más curiosas de la novela sobre la que prepara un catálogo y un estudio editorial que próximamente publicará el Instituto de Estudios Bercianos y el propio Valentín Carrera.

La afición de Andina le ha llevado a rastrear los pasos de los primeros ilustradores, o a descubrir que detrás del enigmático seudónimo del responsable de la primera «adaptación para la clase de lectura de las Escuelas Primarias» (Benito Izaguirre editor, Madrid, 1925) se escondía el maestro Rafael Alonso, que también dio clase en Bembibre y que iba a morir paseado años después. Y entre todas las ediciones, con erratas o en miniatura, con textos críticos de Carnicer, de Jean Louis Picoche en Castalia, de Enrique Rubio en Cátedra (que ha alcanzado la 13ª edición), traducidas al alemán o adaptadas al inglés como la titulada The mistery of Bierzo Valley (Gethen y Veaho, Londres, 1938), la más apreciada de todas es una de la que sólo se hizo una copia; la que la familia del profesor Martín Simón, compañero de aulas en el colegio Menéndez Pidal, le transcribió a mano a Andina para regalársela el día en que se jubiló.

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