Diario de León
Publicado por
MANUEL CUENYA
León

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MIENTRAS uno permanece encerrado corrigiendo exámenes y otras labores docentes, Eduardo Díscoli está recorriendo el mundo con sus caballos criollos. No tuve demasiado tiempo para conocer a este gaucho intrépido, que salió de su país natal, Argentina, hace ahora cinco años, y tiene previsto seguir en ruta durante, al menos, dos años más, hasta llegar a Marruecos. Llegó el pasado lunes al Campus de Ponferrada, y ahí tuve la suerte de saludarlo. Dejó sus caballos en el césped y nos tomamos un café con él. Uno no se encuentra todos los días con un personaje así. Díscoli es originario de San Pedro, como nuestros amigos Eduardo Keudell y Talita, y no tiene ningún inconveniente en entrar con sus caballos en Nueva York o París cual si estuviera, suponemos, en la pampa. Ni tampoco fue impedimento que él y sus compañeros criollos viajaran en avión desde USA hasta Amsterdam. Ataviado con una bandera argentina, y luciendo patillas de hacha, Díscoli es como un Don Segundo Sombra dispuesto a vivir a lo largo y ancho de este mundo, sin prisas, sin angustia, tal vez, porque para emprender un viaje tan largo no conviene andar apresurado. «La prisa mata», según reza un proverbio marroquí. Y la angustia da la dimensión del vértigo y provoca el horror. Por eso los existencialistas, surrealistas y otros tantos están tan trastornados. La prisa trastorna e infarta, por eso él recorre cada día entre treinta y cuarenta kilómetros, nomás. A este gaucho desenvuelto, con el pelo largo y la nariz abultada, no se le pone nada por delante. Vive el día a día «en el camino», como Kerouac, porque lo importante del viaje no es la llegada, sino el propio viaje, y él es un viajero con mucho coraje y entereza. A uno le encantaría lanzarse al camino y desprenderse de todo lo que resulta inservible. Lo importante no es lo que uno tiene, sino lo que es, y eso sólo se llega a saber cuando nos confrontamos con la realidad y no con el artificio. A menudo somos esclavos de nuestras miserias y convenciones. Uno admira a este gaucho, que un buen día llegó al Bierzo, y se fue, no como quien se desangra, sino como alguien que tuviera toda la vida por delante. Procuraremos seguirte a través de tus notas, mientras nos imaginamos en la isla de Ithaca, que es también el nombre de un entrañable grupo musical berciano.

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