Diario de León

Etnografía en peligro

Viaje al perdido y desconocido poblado de molinos de Oencia

El valle de Rego de Gralleira, entre Villarrubín y Sanvitul, esconde una docena de edificaciones con agua para la molienda en proceso de ruina

Las edificaciones están alineadas en forma de 'V' y surcadas a ambos lados por el tránsito de dos arroyos que mueven las ruedas de los molinos. M- FÉLIX

Las edificaciones están alineadas en forma de 'V' y surcadas a ambos lados por el tránsito de dos arroyos que mueven las ruedas de los molinos. M- FÉLIX

Ponferrada

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El Bierzo esconde un tesoro arquitectónico y etnográfico que muy pocos conocen. Su difícil acceso lo ha sepultado en un olvido que le impregna ese halo que rodea un lugar poco manoseado o pisado por el hombre. ¡Que levante la mano el que sitúe en el mapa un poblado lleno de molinos de piedra ancestral, perdido en un bosque al que sólo puedes llegar a pie, después de pelear en la caminata con zarzas y ortigas!

Está en uno de los cientos de recovecos y valles que surcan los abruptos montes del Ayuntamiento de Oencia. Son una docena de chozas y molinos alineados en forma de «V» sobre una ladera, bañados por dos arroyos y coronado por un curro sin tejado, para resguardar el ganado o las colmenas. Es un lugar conocido como Red de Molinos , jalonado por uno de esos cauces de agua de difícil pronunciación y que aparece nombrado en los mapas como Rego da Gralleira .

Si viajas a los pueblos de Oencia y preguntas por la «Red de Molinos», más de uno no sabría darte respuesta de su ubicación. Las personas de edad avanzada, sí. Incluso, uno de los pocos moradores del pueblo de Sanvitul tiene datos precisos y recuerdos.

Con una mínima referencia aportada por Santiago Castelao, (uno de los personajes villafranquinos que mejor conoce los montes del Bierzo Oeste), llegar al poblado de los molinos no es tarea fácil. Hay un camino de carros para sacar las castañas que daba acceso al lugar, llegando a Villarrubín, pero está ciego en algunos puntos. Así que, la alternativa es seguir el cauce de una presa de riego, aguas arriba.

Después de cruzar matorrales y pelear con un bosque salvaje y anárquico, la recompensa es alta. De sopetón, sin esperarlo, aparece un prado verde lamido por la boca de las vacas. En el fondo, —perfectamente encajado en el vértice de la ‘V’ del valle y con colores de camuflaje que casi no es capaz de detectar el Google Maps— despunta con asombro ese poblado de Molinos.

El alcalde de Oencia, Arsenio Pombo, lo conoce bien y lamenta en este periódico que esta valiosa arquitectura y joya de ingeniería etnográfica de tiempos pasados no cuente con ayudas para su restauración. Ahora mismo, una parte del poblado está utilizada por un joven de Villarrubín, que pastorea por allí sus vacas.

Las construcciones son de varios particulares y hay una familia que vive en Madrid, que suele venir los veranos a aislarse por completo del bullicio de la ciudad. Allí, en Red de Molinos, sólo se escucha el discurrir del agua limpia, el cantar de los pájaros y el bramido de alguna vaca. Huele a pura naturaleza.

Si alguien no lo remedia, esta herencia de poblado ancestral se perderá para siempre. De hecho, ya hay boquetes en paredes desconchadas, signo de la tragedia que se avecina. Las Administraciones públicas con dinero (Oencia no lo tiene) no deberían permitirlo, y aunque sea privado, hay ayudas para restaurar. Algo parecido pasó con las pallozas de Ancares y aquí, aunque también hay propiedad privada de por medio, se puede encontrar una solución que evite el derrumbe de los valiosos molinos de agua.

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