Diario de León

Se echa a la calle el León que se ríe de Janeiro

La ciudad le da el primer bocado al programa de carnavales en un desfile plagado de sorna y rechifla, creatividad de altura y el acompañamiento de miles de personas dispuestas a olvidad la cuaresma

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León es al Carnaval lo que los monólogos al humor. Siempre hay tiempo para incentivar la fiesta, a pesar de esa situación de declive social, económica, poblacional, que domina el devenir de esta tierra. Algo tendrá el agua cuando la bendicen, otro tópico que se ofrece gratis para explicar ese gentío que tomó las calles de la ciudad para zamparse sin empapizarse el primer bocado de los festejos que dejan el calendario en manos de la cuaresma. Y de la vigilia.

Resulta que ayer tarde no cabía un alfiler entre pared y calzada por donde discurría la cabalgata; que se dice cabalga, por que parece que aún humea el rescoldo de los Reyes Magos, pero es un desfile, en toda regla, a modo de aquel que se ve en el recurso de los informativos de televisión, sección ocio, que replican el colorido que camela desde Brasil, los plumeros de Canarias, las juerga de doble rasero de Cádiz, la risa al bies de los canales de Venecia.

Máscara sin mascarilla

La puesta en escena del Carnaval fue brillante y atrevida; en León siempre se sacaban coplas

Se entiende sin esfuerzo la voluntad de la ciudad de desprenderse de dos años fustigada por la pandemia, de las mascarillas que se hicieron con el lugar de las máscaras, de nuevo ayer reinas y señoras por un día. ¡Viva el disfraz!, y los ritmos cañeros que acompañaron el paso de las charangas, las carrozas, los grupos al pie del compás, al bies, otra vez, de la risa, y la ocurrencia bien pensada de retratar en una puesta de escena de diez, veinte o treinta, con cincuenta actores, algunas, los momentos álgidos de un tiempo que necesita del humo del carnaval para hacerse eterno sin dejar huella. De las risas que se echó ayer León en plena calle, la sátira de los funerales que llenó la señal de televisión el pasado mes de noviembre, con sus duques de Gales dolientes, y todo, los nuevos regentes, la difunta.

Si Papalaguinda puede ser sambódromo por un día, este es el sábado que anuncia que el domingo es el de antruido, aunque hoy haya rastro de mañana, con grupos homogéneos al pie de la cuerda del tendedero al son de la España que dejó la copla al borde de las mujeres que salvaron el país de la miseria a fuerza de cantar en los balcones. Qué grandeza el atrezzo de las tendederas, entre sostenes y ropas interiores, que abrían hueco al cantajuegos, a un ejército de patinadores llegados de la edad del frío de febrero, las lentejuelas y luces de colores sobre paraguas de medusas.

Qué capacidad creativa en torno a la carroza catedraliza, con figurantes casi en pañales hechos gárgolas; qué brillante la alusión para quien quiso ver y mirar, escuchar y entender, entre el ruido y la luz que llevaba la vista a otras urgencias.

Este León que se ríe de todo, hasta de sí mismo, se encargó de arropar el paseo, en una tarde noche de Carnaval memorable, de las que se miden por la atención prestada y la respuesta agradecida, de un atardecer de febrero como aquellos de antes del desengaño del globalismo y el bicho que era virus oriental y coronó a occidente. Así se definieron las dos citas anteriores; así se define esta, del retorno del mundo libre a la libertad que inspira el momento del disfraz, la sorna, la burla, la gracia, el destino de una tierra fría que arropa esta situaciones a la altura de los grandes acontencimientos del planeta. León tirita en todos loos referentes que miden la aristocracia del bienestar. Pero a burla que a veces se hace escarnio, al sarcasmo, no le gana ni Janeiro. Aquí, se sacaban coplas.

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