Diario de León
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León

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Son muchas las veces que con el paso de los años me he reído de mí misma recordando aquellas colas frente a la plaza de toros, el estadio de fútbol o el pabellón de deportes para ser de las primeras en hollar la arena, hierba o parqué, llevada en volandas al abrir las puertas por las hordas de fans despepitados, dispuesta a pasar dos horas sudando, saltando y desgañitándome frente al grupo venerado de turno, pero jamás pensé que, tiempo después, peinando ya alguna cana, "acamparía" frente a edificios similares con el alejado afán de aquel de mi juventud, de que mi hijo (futurible chillón de conciertos) tuviera una triste plaza de una semana en un campus deportivo o en el coto escolar. "Desriñonada" me he visto con mejor o peor posición entre una hilera de padres de sonrisa triunfante, esos de los de: "es que para estas cosas hay que pegarse el madrugón, si no...", y los de mirada afilada, esos de "a ver si acabas de "desriñonarte" viva y te marchas de una vez a trabajar, no sea que te eche tu jefe, bonita (y así avanzo una posición hasta el próximo "desriñonado")...". Sufrí esa situación varios años, imaginando, ingenua de mí, que era muy probable que los padres venideros no tuvieran que pasar por tan humillantes como anacrónicas "acampadas", pero, cuál no es mi sorpresa cuando veo que la historia se repite lustros después, en la era digital, en la que esos hijos por los que vuelves a hacer colas eternas manejan dispositivos electrónicos como nuestros padres el aro o las tabas, con una habilidad rayana en el virtuosismo, asistiendo, perpleja y patidifusa, a la prehistoria internauta, papel y boli en ristre, mientras Trump, Google, Huawei y China guerrean por liderar el 5G. Pero hay administraciones que son de rancio abolengo, les gustan las colas, los bolis y los papeles. Es así.

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