Diario de León
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León

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El 30 de marzo, tras varios intentos fallidos, consigo solicitar el voto por correo desde León, donde resido, a una pequeña villa, llamada Madrid, situada a 290 km. El 2 de abril, según la información proporcionada por Correos, dicha solicitud es recibida en la Delegación Provincial del Censo Electoral, el 5 de abril es aceptada, con lo que pierdo en el acto, el derecho a votar presencialmente, pero hasta el 16 de abril no tienen a bien continuar con el procedimiento. Ese día figura como "fecha de salida a Correos" pero no me asignan un "código de certificado", por lo que soy incapaz de hacer un seguimiento del envío. Efectúo varias consultas teléfonicas en las que me invitan a tener paciencia porque "debido a las fiestas, va todo con retraso". Intento infructuosamente hoy, 23 de abril, tras 26 horas ininterrumpidas trabajando como médico para el Sistema Nacional de Salud (atención continuada lo llaman) contactar con la Oficina del Censo Electoral de Madrid, con la de León, con el Instituto Nacional de Estadística y con el servicio de atención al cliente de Correos sin conseguir que ninguno de ellos atienda las llamadas. He logrado, cierto es, que en el 060 me contesten, remitiéndome a las entidades anteriormente mencionadas. Mañana concluye el plazo para el ejercicio de tan valorado derecho y persistiré en mi empeño, pese a haber perdido toda esperanza. No existe ningún cauce oficial para resolver estas incidencias. Parece que son muchos los miles de ciudadanos afectados por este tipo de injerencias y sin embargo, lejos de solucionarse, el problema crece exponencialmente. Me pregunto si pueden considerarse legítimas unas elecciones en las que a los votantes se les deniega arbitrariamente su derecho a participar, por avatares del sistema y encima se les deja completamente desamparados. Jamás comprendí el absentismo, pero, tras esta experiencia, tengo la triste impresión de que gran parte de él, no se debe a los ciudadanos. No cejaré en mi empeño de recuperar "mi voto robado" pero no puedo tampoco dejar de pensar que existe un responsable último cuyas responsabilidades jamás se depurarán. Desde mi perpleja enajenación, sólo me queda preguntar "¿Lo llaman democracia y no lo es?" y sobre todo "¿quién sale beneficiado?".

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