Diario de León
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León

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El once de junio de 2016 publicamos en estas mismas páginas una columna de opinión titulada “El hundimiento” con ocasión del descenso de la SD Ponferradina a la categoría de bronce del fútbol patrio. En tono quejumbroso, nos lamentábamos de lo que venía a ser la puntilla anímica a una comarca, la berciana, tan golpeada por la crisis y expresábamos el deseo de que el tránsito por los infiernos de la Segunda B se limitara a una sola campaña. Al final han sido tres. Pero se ha salido, se ha salido con brillantez y esfuerzo después de una dura travesía por el desierto. Ayer la Deportiva logró el tan anhelado retorno a la división de plata. Se lo ha merecido con creces. No sólo el equipo y la afición. También la ciudad y la comarca, tan necesitadas de un empujón anímico que les ayude a sobrellevar el clima de pesimismo y decadencia que parece haberse arraigado en tantos ánimos. Se notaba en los días previos, cuando el buen resultado en el Rico Pérez de Alicante hizo que se disparara el optimismo. La ciudad embanderada de blanquiazul. Todo engalanado: calles, plazas, escaparates de comercios, balcones, mostradores, puestos del mercado, mesas de despacho, parabrisas de los coches, carritos de bebé, camionetas de reparto, taxis, farolas, marquesinas. Y lo más importante, las gentes. Esas gentes que, por fin, encuentran un motivo de esperanza y orgullo ciudadano. Y vuelven a reír y a cruzarse de acera para dar un abrazo a un conocido y convidarle a un chato de vino. Porque sí, porque había ganas de comentar que el equipo iba a subir. Y a soñar con que el nombre del estadio y de la ciudad resuene en las conexiones del carrusel deportivo. Nos volvemos a sentir importantes, siquiera sea por un motivo tan aparentemente trivial. Y eso es agradable. Y reconforta el espíritu. Al día siguiente todo volverá a la triste cotidianidad en este olvidado rincón de la provincia azotado por la crisis, la despoblación y el desánimo. Pero, durante unas horas de éxtasis colectivo, tocaremos el cielo con la punta de los dedos. La crisis sigue golpeando con dureza a la comarca, aquí todavía no se ven los brotes verdes: la juventud se sigue marchando, los viejos a duras penas subsisten con una pensión que hay que estirar para dar cobertura a los hijos en paro, la industria no remonta, la construcción ha desaparecido —hace una década que no se ven grúas en el paisaje ciudadano— y el comercio echa persiana tras persiana en un callejero que cada vez se parece más a Detroit. De ahí lo oportuno de este chute colectivo de optimismo. Porque no hay recuperación posible en lo económico si antes no se produce una restauración en lo anímico: cobrar de nuevo confianza en las propias posibilidades, recuperar la facultad de emprendimiento, sentir que, por fin, esto puede recobrar impulso. En dos palabras: venirse arriba. No es momento de calcular con frialdad el impacto que en lo económico pueda tener el ascenso de categoría. Que lo tendrá: el Toralín se poblará el año que viene de aficionados de Lugo, de La Coruña, la mareona del Sporting de Gijón. Vendrán a animar a sus equipos, comerán aquí, se tomarán unos vinos, y quizá también unos botillos. Igual se enamoran del paisaje y vuelven con sus familias a gastar en la comarca sus días de vacaciones. Es una oportunidad de oro para darnos a conocer. La hostelería se beneficiará. Y el comercio. Y la ciudad entera, que tendrá un equipo que hará que se escuche su nombre en los resúmenes de las televisiones, en periódicos, en radio, en los digitales de Internet. Y eso generará un efecto contagio y arrastre: si el dinero se mueve, todo se mueve. Pero no, hoy no es momento de cálculos mezquinos, de cuentos de la lechera. Hoy es el momento de celebrar y disfrutar, de abrazarnos unos a otros, de formar piña, de dejar escapar alguna lágrima de emoción. Un momento de unirnos todos los bercianos y gritar con una sola voz: ¡Aúpa Deportiva! ¡Viva Ponferrada! ¡Viva El Bierzo! Isaac Courel Valcarce (economista)

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