Diario de León
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León

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Siempre se ha entendido, con mayor o menor simpatía, que la persona necesita trabajar para vivir pero lo que resulta claramente cuestionable es vivir para trabajar. Sin embargo, esta sociedad productivista y altamente tecnologizada, ha optado claramente por lo segundo. La prueba más palpable de esa opción es la insistente demanda de los trabajadores, nunca satisfecha, de conciliar su vida laboral y familiar, algo que este desorden económico y laboral que impera impide, mediante la creación del “trabajador total” que con la complicidad de los nuevos artefactos y aplicaciones tecnológicas le mantienen interconectado permanentemente con su quehacer laboral, fracturando esa necesaria frontera que debería existir entre el trabajo y la vida privada de cada uno. Esta forma de vida tan rechazable se está consolidando, aparte de por la fuerza de los hechos, por un consenso social basado en una moral que se refuerza ideológicamente con atávicas proferencias del estilo de “ganarás el pan con el sudor de tu frente” donde no sólo hay que trabajar para vivir, que sería lo normal, sino que hay que sufrir, es decir, vivir para trabajar, como penitencia “sine die” de ese pecado original, que según la mitología judeo cristiana, cometieron Adán y Eva.

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