Diario de León
Publicado por
pEDRO TRAPIELLO
León

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Soñé una vez un lugar donde la gente enterraba a sus muertos en campos o montes junto a un árbol para que así se hicieran savia pudiendo subirse a sus ramas y seguir viendo desde ahí la vida quietamente... o esperando a que cualquiera vaya a hablar con ellos buscando respuestas los días en que corre ese aire o ventarrón que desata la lengua a los árboles... árboles a los que jamás tronzará la sierra por ser en sí un camposanto y que cuidarán con mimo los lugareños para que jamás les alcance el fuego que hoy se lleva a dentelladas nuestros bosques... y allí cada árbol era un muerto aún vivo, alguien que tuvo nombre y lo conserva (confesó Sócrates que también él soñó su último descanso en ladera vecina y bajo encina con sombra al pie y panorama ante los ojos).

Recordé este sueño que escribí hace años al leer anteayer una noticia en la que una empresa funeraria ofrecía un original servicio a sus clientes, las cenizas del difunto en una urna sin tapa, mezcladas con tierra y con un arbolito plantado en medio, generalmente un roble, que podrá vivir, si le dejan, dos o tres siglos... de esta forma nace de las cenizas del ser querido un nuevo ser vivo, un árbol que se nutre de los últimos minerales a los que se reduce el polvo humano... se llevarán así la urna-tiesto a casa y cualquiera puede pensar que algo del muerto sigue ahí, mirando, estando... o animando a los suyos cada vez que al arbolito le tiemblen las hojas con la brisa.

En la urna de la abuela plantaría Sócrates un nogal... cree que las abuelas buenas llevaban siempre nueces en el mandil para los niños. Hasta que el árbol crezca pidiendo transplante, lo pondría en terraza o balcón a la calle; a las abuelas les entretiene mucho el trajín que pasa abajo. Y cuando no quepa, lo llevaría al pueblo donde la abuela fue una vez niña-moza y allí recrecería como abuela-nogal abonándose con la memoria de un tiempo más o menos feliz... y allí volverían a verla al poco o cada verano... así, cuando al caer la tarde se levante ese aire calabrón que baja de la peña y pone a tamborilear las hojas, creerán que la abuela musita un rosario... y sonreirán.

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