Diario de León

CORNADA DE LOBO

Diario palomero 3

Publicado por
GARCÍA TRAPIELLO
León

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Movidos días. La ciudad arde en fiestas y el termómetro empieza a hacerlo también. Dicen que viene una ola de calor con el rabo ardiendo como las zorras hebreas lanzadas a los trigales filisteos.

27 de junio: Hasta hoy las noches eran frescas, bastante, y las palomas empolladoras ahuecaban el plumaje haciéndose pelota, pero llegan ya los primeros calores y a la hora de la retestera abren el pico y jadean. Confiamos en que tanta brusquedad térmica no afecte o malogre la incubación. Claro que no.

29 de junio: La calora viene gorda, escotada e insolente. La paloma hiperventila. Con el vaporizador de las plantas le lanzo unas nubecillas. Y a la pájara... como que le gusta. Con tanta jeta no tardarán en pedir piscina.

30 de junio: Mucho ruido aún festivo en la vecindad y otra banda cornetera por si era poco. Con las hojas que amarillean de la hortensia las palomas le hacen más colcha al nido. Calculamos lo que falta para que rompan el cascarón los pichones... ¿cinco, seis días?... lo dice el manual: 18 días de incubación y 33 más para que vuelen los palominos.

1 de julio: Fumo a veces en el balcón a dos cuartas de la paloma clueca y no hace gesto de reproche. Otras le hablo para que normalice nuestra voz; o por si entiende, mucho me temo. Aprovecho para contarle el lío de los pactos y aberraciones políticas de estos días y la tía me pone el mismo gesto airado y pánfilo que pones tú y ponemos todos. La hortensia parece controlar su «muda de terror» y mantiene celosía, pero a la tarde un fuerte chubasco con ventarrón descompone un tanto su enrejado. La torcaz aguanta el aguacero. El tiesto se mueve con las sacudidas del viento. Miedo. Y la paloma, inmutable. Seguramente piensa que lo jodido sería tener nido en chopo cimbreante y a la vista del gavilucho; y que este balcón es un seguro castillo florido con la espalda cubierta y alero por visera. Si no, no se explica que no le escandalicen nuestros ruidos a la oreja y ajetreos a la vista, los trajines de la calle y el puto follón de cada botellón. Vaya, qué admirable adaptación biológica.

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