Diario de León

CORNADA DE LOBO

Diario palomero 7

Publicado por
GARCÍA TRAPIELLO
León

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Si al lector le parece turra o torra este diario, compréndalo. Que unas torcaces aniden en un florido balcón de ajetreos y a un metro de donde escribo, ventana mediante, lo veo acontecimiento, si no prodigio, una de esas cosas que, cuando suceden, tiene uno la certeza de no volver a verla en su vida, aunque tememos que, al salirles barato y seguro el sitio, reincidan. Por primera vez en milenios, esta especie silvestre, como hizo en su día la paloma bravía, se sedentariza en un nuevo hábitat, se hace urbana. Por eso que lo cuente aquí en directo-diferido.

14 de julio: La toma de La Bastilla moncloíta, el Torra o la mandanga política interesan nada a esta familia torcaz. Su único afán es la crianza. Los pichones engordan a velocidad de asombro. Cagan poquito, todo les aprovecha.

15 de julio: Horror, amanece el nido sin papás, se han pirado. ¿Aborrecieron? Los pichones solo tienen diez días y ya empluman. Pasan las horas y parecen huerfanitos. Como padrinos primerizos nos angustiamos. Pero a media mañana vuelve uno. ¿Qué pasaría si un papá desaparece o le cazan o muere?...

16 de julio: ¿Qué tal algo de música? Les silbo «El puente sobre el río Kwai». Y nada. Pruebo letra y entono por espantar temores el «No se va la paloma, no; no se va, que la traigo yo; si se va, que se vaya, que ya volverá, que dejó dos pichones a medio criar». Como si oyeran las cencerras del Pontón. Y a don Alberti, que le den, aquí no cabe el «se equivocó la paloma, se equivocaba».

17 de julio: Los pichones abrieron ojos poco a poco. A los siete días ya te miraban, pero no les perturba que estemos todo el día encima. Los papás ya nos tienen vistos, vale, nos cogieron el tranquillo y ni pestañean, digo, pero ellos ¿no tienen algo innato que les haga recelar? Nada. Incluso cuando les «amamantan» toleran que nuestra vista o cámara estén a una cuarta. Imperturbables todos... y todas. ¿Dónde está el instinto básico de toda especie de ocultar su criar?... Los pichones ya tienen nombre, Tiburcio y Cogollo, pero los padres no. Y les cayeron Láncara y Pedrún... por decreto.

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