Diario de León
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EL BAILE DEL AHORCADO. CRISTINA FANJUL
León

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Tenía un profesor en la Universidad que decía que la comunicación era imposible. Cuando tienes 20 años hay cosas que no entiendes. En realidad, no entiendes casi nada porque son los recuerdos los que ponen la vida en perspectiva y es esa perspectiva la que nos hace relacionar y, al relacionar, se incrementa nuestra capacidad para la crítica, para el análisis, para la vida, en fin. Así que, y esa es la paradoja, es cuando se nos acaba la vida que más preparados estamos para abordarla. Creamos, ideamos, inventamos las palabras para tratar de explicarnos el mundo, de recrearlo, de poseerlo, sin darnos cuenta de que hay realidades a las que nunca podremos acceder, que se nos escapan, que somos incapaces de aprisionar en un sonido que se amolde a nuestra imagen. Pensamos poco en las palabras y son las palabras las que nos explican lo que somos.

La última incorporación a la incomunicación es la postverdad. En el principio, fue el verbo. Y, después, aparecieron la verdad y la mentira. Sin embargo, con el fin de dejar claro que lo importante no es tanto la descripción de la realidad sino saber quién manda, la frontera entre ambas se fue borrando y en eso estamos. Con la palabra postverdad no calificamos nada que no sea a nosotros mismos, porque el triunfo del término se basa en la docilidad con la que aceptamos la realidad que revela. En un mundo cada vez más confuso, nos hemos creado burbujas de comodidad intelectual que se retroalimentan. Sabemos que los políticos nos mienten, pero asumimos esas mentiras como parte de nuestro espacio de confort. Y lo malo es que esos santuarios ideológicos están cada vez más separados, con lo que la posibilidad de contaminarse mengua. La postverdad no es más que la mentira asumida por la mayoría, la aceptación de la teoría según la cual se vive mejor con los ojos cerrados. Hubo una época en la que nos ocultaban la verdad pensando que ésta nos haría demasiado libres, como si la libertad fuera mensurable. La postverdad nos demuestra que la historia no avanza en línea recta y que mi profesor tenía razón.

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