Diario de León
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El baile del ahorcado Cristina Fanjul
León

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Me imagino que a estas alturas todos habrán visto ya Bohemian Rapsody, el biopic sobre Freddie Mercury que ha ganado el Globo de Oro a la mejor película. Si no lo han hecho ya, corran al cine. No se la pierdan. Es mucho más que una película. La cinta, en la que Rami Malek borda el personaje hasta el punto de que en ocasiones no sabes si realmente el espíritu de Mercury se ha encarnado en él, logra convencerte de que la magia del cine aún es posible, de que podemos traspasar la frontera de la pantalla para revivir el espíritu de los años ochenta. El viaje lo hacemos al revés y si en La rosa púrpura del Cairo era Tom Baxter el que atravesaba el espejo para aventurarse en el mundo real, Bohemian Rapsody nos involucra en el brillo de una época en la que todo parecía posible, un momento en el que ni siquiera el terror a la muerte por el Sida hizo que el espectáculo se detuviera.

He visto la película y me han dado ganas de llorar por un mundo del que sólo quedan fantasmas. Contemplo las imágenes del Live Aid, ese concierto del que tanto se ha hablado (también para mal) y me he acordado de la Inglaterra abierta, colorista, cosmopolita, moderna, la Inglaterra sin miedo a la diferencia, que abrazaba las posibilidades que le abría el continente, y de la que parece no quedar nada.

Una de las grandezas de Bohemian Rapsody es que te permite constatar que la historia se desenvuelve en un retorno letal. La era que nació del parto de la Segunda Guerra Mundial tuvo en los ochenta su adolescencia. Nada parecía demasiado y parecía que todo era posible. Nadie se habría atrevido a aventurar entonces que apenas un momento después, los ingleses, los mismos ingleses que encumbraron le mejor literatura, la más brillante arquitectura, el arte más fulgurante y la música más inolvidable, estarían a punto de acabar con el sueño del ecumenismo europeo, abocando con ello a todo el continente a una nueva época de zozobra, de miedo y de oscuridad. Pero, como diría Mercury, nothing really matters. Al final, el tiempo no existe, y todo lo que tenga que ocurrir, ha ocurrido ya. Nos queda Queen y la nostalgia.

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