Diario de León

Elvira Montero Mateos | Aurora Lozano Montero

«Me encerré con mi madre con alzhéimer, las dos con el virus, fue muy duro»

La segunda ola de la pandemia cambió la vida de Aurora, hija y cuidadora principal de su madre, Elvira, que padece alzhéimer. Las dos se contagiaron del virus a finales de septiembre de 2020, pasaron un mes aisladas, en cuarentena estricta. Aurora, con 89 años, sin síntomas. Elvira, con 60, a su cargo, con fiebre y secuelas que aún perduran.

Elvira Montero y
Aurora Lozano
pasaron juntas,
aisladas, la
enfermedad.

Elvira Montero y Aurora Lozano pasaron juntas, aisladas, la enfermedad.

León

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Elvira Montero Mateos tiene 89 años, alzhéimer y ha superado el covid sin apenas síntomas. Su hija y cuidadora, Aurora Lozano Montero, tiene 60 años y pasó la enfermedad al mismo tiempo que su madre, pero el virus le atacó con tanta fuerza que aún sufre las consecuencias. Cuando Aurora supo que su madre tenía el virus tomó la decisión de encerrarse con ella, aislarse, alejar a toda la familia del entorno para protegerlos de un posible contagio y asumir un esfuerzo físico y psicológico del que todavía se está recuperando. Las dos estuvieron encerradas en casa, juntas, durante casi un mes. Elvira contagiada, pero sin apenas señales de enfermedad, aunque con las necesidades de cuidados constantes a los que obliga la enfermedad neurodegenerativa avanzada que padece. Aurora, más joven y con el peso de su atención, con mucha fiebre, postrada en la cama y en alerta constante vigilando la evolución de su madre. «Fue muy duro», recuerda.

Los síntomas de Elvira comenzaron el 20 de septiembre de 2020. «Mi madre empezó a toser y se le caía el moquillo, pero no le dimos importancia», recuerda Aurora. Su estado era bueno, sin fiebre y sin ningún otra señal que hiciera sospechar que la causa de ese leve catarro fuera una infección por Sarc-cov-2. Pero las alarmas saltaron muy pronto.

Después de los tres meses de confinamiento estricto y el cierre de las instalaciones del Centro de Día de Alzhéimer León, recurso al que asiste Elvira para la atención y tratamiento psicosocial de su enfermedad, volvió a este recurso asistencial el 15 de junio de 2020, cuando abrió con una limitación de aforo a la mitad de sus usuarios (95) y con las medidas higiénico sanitarias reforzadas según los protocolos de Sanidad, pero también con la incertidumbre de futuro y la inseguridad que en aquel momento, sin la población mayor y de alto riesgo vacunada, provocaba la vuelta a la actividad tanto en familiares como en los trabajadores sociosanitarios del centro. En ese momento, las vacunas estaban aún en investigación y no había ninguna en desarrollo que anticipara el gran cambio que se produjo tras la vacunación masiva apenas seis meses después.

El Centro Azhéimer tomó medidas preventivas, implantó protocolos en la asistencia y dividió a los usuarios en grupos burbujas para atajar mejor posibles brotes. Sólo sectores de cinco personas en un mismo espacio y dos metros de separación, con un gerocultor de referencia para vigilar la trazabilidad de los contactos ante posibles contagios, así como para posibles aislamientos, desinfección, mascarillas y control de temperaturas. Pero el empuje de la segunda ola, con 5.456 personas con el virus activo ese día 20 de septiembre en toda la provincia, llegó hasta el Centro de Día Verde de la Asociación Alzhéimer de León, que se vio afectado por un brote de quince personas contagiadas con coronavirus, (catorce usuarios y una trabajadora), lo que obligó a cerrar el servicio, al que asistían 35 personas, durante diez días.

El viernes 2 de octubre sonó el teléfono en la casa de Aurora y Elvira. Al otro lado de la línea estaba una responsable del centro para comunicarle que en el grupo al que asistía su madre habían detectado positivos. «Ese día la que me encontraba mal era yo, pero mi madre casi no tenía síntomas», recuerda Aurora. «Yo estaba con fiebre». Pero reaccionó tan rápida y decididamente con la única intención de proteger a su madre y al resto de su familia sin saber aún si Elvira estaba contagiada. «Mi madre estaba bien, pero a mí la fiebre me aumentaba cada vez más. Ese mismo día la llevé a que le hicieran una PCR a la explanada de aparcamiento del campo de fútbol, donde estaban al principio las carpas en las que hacían las pruebas. Al día siguiente me llamó un rastreador del Ministerio de Defensa. Me dijo que mi madre había dado positivo. Entonces se me cayó el mundo encima». Y en ese momento no se podía imaginar cuánto.

«Vivimos en un chalé y nos encerramos en casa. Avisé a mi hijo, a mi pareja, a mis amigos, al fisioterapeuta de apoyo que tengo para mi madre en casa... y nos encerramos las dos».

La responsabilidad de cuidar una persona con alzhéimer, a la que hay que ayudar en todas las actividades diarias de la vida con el aseo, la alimentación, el control de la medicación, movilidad y la vigilancia de sus síntomas, por si empeoraba, aumentaron en soledad al tiempo que empeoraba la salud de Aurora. «Yo me iba poniendo cada vez peor» —recuerda— «tenía 38º de fiebre y no podía con mi cuerpo, estaba en la cama y me levantaba sólo para atenderla a ella, que no se mueve sola. No sé ni cómo lo hice, pero lo pasé fatal».

Primera fase

El primer fin de semana en confinamiento fue el más duro. «A mí me dolía todo, no podía con mi cuerpo», recuerda. Hasta su jubilación, Aurora dio clases en el Instituto Eras de Renueva, por lo que su cobertura sanitaria llega a través de la Mutualidad General de Funcionarios Civiles del Estado (Muface)

«El lunes llamé al médico y me dijo que tenía que ir a hacer una PCR. Imagina qué situación, con mi madre encerrada en casa y yo fatal. No podía ni moverme, estuve diez días que no podía con la vida, pero lo organicé todo para poder salir. Yo no sabía si daría positivo o no. Llamé a mi pareja, que se quedó en la calle junto a la ventana de casa con un monitor de esos que se controlan a los bebés a distancia, para que si mi madre hacía algún ruido o pasaba algo pudiera reaccionar. Así fue como salí para hacerme la PCR. Salió positivo».

Entonces llegó el segundo confinamiento para ellas y el aislamiento estricto durante todo el mes de octubre. «Mis amigos y mi pareja me dejaban la comida en el porche y yo salía a recogerla cuando ya se habían ido. Daba de comer a mi madre como podía y luego comía yo. Al principio, los primeros días, cuando yo estaba peor, mi hijo que vivía en Valladolid me hacía pedidos por teléfono para que me llevasen comida a casa y lo pagábamos por internet». Así durante un mes, cuando volvieron a salir a la calle y recuperaron poco a poco la normalidad. ¿La normalidad?. No del todo.

El covid es una jodienda. Mi madre lo pasó sin síntomas, pero a mí me afectó tanto que todavía tengo secuelas, de las que espero mejorar poco a poco, aunque lo que más me preocupa es que cada vez noto más despistes y pérdida de memoria»

Decidí encerrarme con mi madre. Lo organicé todo, nos aislamos y alejé a mi pareja, mis amigos y resto de familia. Nos dejaban la comida en el porche y estuvimos un mes en cuarentena hasta que pudimos salir a la calle en noviembre de 2020»

«El virus me atacó fuerte, con mucha fiebre, dolor de cabeza, me dolían los huesos, estaba muy cansada, se me caía el pelo como si tuviera un tratamiento de quimioterapia. No perdí ni el olfato ni el gusto, pero empecé a tener problemas de memoria que todavía arrastro y me preocupan». Las secuelas del covid se hacen resistentes. «Tengo problemas de huesos. Este verano he tenido un brote de reuma y el médico me dice que son secuelas del coronavirus. Tardé mucho en recuperarme del cansancio y, aunque no perdí el olfato durante la enfermedad, pasados los días olía a quemado. Eso parece que se ha pasado ya, pero ahora me preocupan otros síntomas».

Cuidadora de una madre con alzhéimer, Aurora ve con preocupación sus problemas de memoria que se manifiestan cada vez más frecuentemente. «Me han dicho que son secuelas del covid, que se pasará, pero estoy muy preocupada porque cada vez noto que tengo más despistes y fallos de memoria. Aunque ya no se me cae el pelo como antes, sigo teniendo problemas con eso».

Aurora, a sus 89 años, con alzhéimer, ha pasado el virus sin síntomas y este verano ha superado una neumonía. «Es una mujer muy resistente. Yo digo que tiene una mala salud de hierro. A mí, sin embargo, todo me afecta con más virulencia. Como las vacunas.

Hija y madre tienen la pauta completa. Elvira recibió las dos dosis sin ninguna reacción ni efecto secundario «al menos que me diera cuenta, porque es difícil saberlo porque no habla». Pero Aurora, que recibió un único pinchazo de Moderna «me puse malísima», con un intenso dolor de cabeza que cedió a las pocas horas para dejar una molestia constante durante varias semanas. «El covid es una jodienda. No me quejo porque mi madre está bien y yo voy poco a poco, pero hay que tener mucho cuidado».

La angustia en la asociación

Elvira fue una de las usuarias que se contagió en el primer brote del virus en el Centro de Alzhéimer de León, que afectó a quince residentes y causó fallecidos. «Lo vivimos con mucho miedo», recuerda la gerente del centro, Flor de Juan. «Fue muy angustioso. Las familias necesitaban el servicio y con más razón después de los tres meses del primer estado de alarma en el que estuvimos cerrados. A pesar de todas las medidas que tomamos, atendemos a personas de alto riesgo. Las residencias se cerraron a cal y canto, pero nosotros dábamos un servicio diurno en el que los usuarios se van a sus casas cada día y pasan el fin de semana fuera. Era muy complicado organizarlo todo. No podíamos controlar todos los riesgos».

El primer positivo llegó camuflado en una infección de orina. «Detectamos febrículas que daban positivo a infección de orina. Era septiembre de 2020 y no se hacían tantas pruebas diagnósticas como se hicieron después. Entonces empezaron a llegar los primeros contagios. Tuvimos que cerrar uno de los centros. Fue cuando empezó a surgir la segunda ola. Fue muy angustioso. Recuerdo esa sensación de no poder controlar la situación, ni saber dónde se había contagiado el primer usuario. La ansiedad de esos días fue tremenda, pero nos ayudaron mucho los servicios sanitarios». La vacunación lo ha cambiado todo. «Algún usuario que ha necesitado hospitalización por otras causas ha dado positivo en las pruebas en el hospital, pero sin síntomas».

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