Diario de León

Elena P. Rueda

«En el hospital hubo quien trató de hacerme sentir culpable por no haberme vacunado»

La veterinaria y nutricionista Elena P. Rueda cogió el covid a finales de agosto. Fue a urgencias al cabo de una semana de fiebre y tos y a las pocas horas estaba intubada en la UCI. Fue como «un viaje astral». No se había vacunado: «Tenía dudas por un principio de prudencia».

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Cuando empezó a salir de la pesadilla de mes y medio hospitalizada a veces le reñían sus amigas porque «iba muy deprisa». Un día se plantó y dijo: «Yo no voy a ser el resto de mi vida la persona que estuvo a punto de morir en la UCI. Eso fue una experiencia brutal para aprender».

A finales de agosto, tras llegar de unas vacaciones en Cantabria, su tierra natal, Elena P. Rueda, empezó a sentir los síntomas del covid. Un cansancio devastador la dejó sin fuerzas. «Me dio un bajón y estaba como aletargada». Antes de que la tos y la fiebre irrumpieran en su cuerpo, un test de antígenos confirmó la infección por coronavirus. Al día siguiente, una PCR confirmó que tenía el covid.

La primera semana la pasó en casa. Como vive sola no precisó medidas de aislamiento. Sus amigas, entre ellas alguna sanitaria, le acercaban la comida y estaban pendientes de su estado de salud, al igual que su médico de familia. «Al principio tenía mucha tos, pero no fiebre. Fue al final de la semana cuando empecé con un poquito de fiebre y una tos horrorosa, pero sensación de ahogo no tuve. Me sentía como que estaba en un mundo aparte», relata.

"Cuando desperté después de tres semanas intubada y llegó el equipo de fisios me dije: esta UCI es nivel Dios, esto funciona. La rehabilitación es fundamental en el proceso de recuperación del covid»

Aconsejada por sus amigas llamó a urgencias, le recetaron un jarabe y luego subieron a verla desde el centro de salud de Trobajo. Decidieron llamar al 112 y acabó en el hospital. «Me iban a mandar a casa con oxígeno, pero no sé qué ángel pasó que decidieron hospitalizarme». «Al principio iba todo bien y luego se torció», dice convencida de que «hay que algún tipo de interacción medicamentosa que no se está teniendo en cuenta en los pacientes covid».

«Soy muy observadora de lo que me sucede y de mis reacciones y el tratamiento covid es de antiinflamatorios, antibiótico si tienes fiebre y oxígeno», apunta. En la primera fase echó en falta más explicaciones sobre cómo proceder con el oxígeno, muy diferente a cuando volvió de la UCI: «Una enfermera magnífica me lo explicó y ya sabías cómo tenías que actuar y cómo te tenías que mover», apunta.

"No soy negacionista ni antivacunas, entiendo que en la población de riesgo no hay muchas opciones, pero se están dando muchos tumbos y hay una guerra comercial que ha ganado quien ha ganado»

Lo peor era la tos, por lo que «me dieron un jarabe y una pastilla de codeína para inhibir la tos por dos veces». Inmediatamente después vivió dos momentos en los que le bajó la saturación. «Ya sé que es un tratamiento de urgencia, pero creo que merecerá la pena estudiar si hay interacciones porque la codeína inhibe la tos, pero también afecta al sistema respiratorio central». Otro medicamento que le prescribieron fue el alprazolán para dormir bien y «ahora he descubierto que las benzodiacepinas me alteran», añade.

Como no saturaba bien le bajaron a la UCI y ahí el médico «susurrador de pacientes», como ella llama con cariño al médico que le atendió, le dijo: «Mira Elena, te tenemos que intubar. Lo siguiente fue cuando me desintubaron tres semanas después, porque no debía reaccionar bien a determinados medicamentos», apunta.

Cuando se despertó, «reaccioné bastante bien» y tuvo la sensación de haber hecho «un viaje astral, en lugar de con ayahuasca, controlada médicamente; fue una cura de sueño en la que estaba en un mundo paralelo, con sensación de tranquilidad y placidez. Me contaron que tenía los ojos abiertos como platos mirando al techo», relata.

Recuerda que oyó algo del volcán de La Palma y un sueño en el que se veía en medio de una inundación y se decía: «Me muero, no podemos salir». También recuerda a una señora mayor que «era como una protectora». Cuando despertó se encontró de nuevo con «mi médico susurrador de pacientes» y lo que más pensaba es «cuándo me darán de comer y beber, tenía sed». Luego llegó el equipo de fisioterapeutas para la rehabilitación y pensó: «Esta UCI es nivel Dios, esto funciona», subraya.

La rehabilitación, destaca Elena P. Rueda, ha sido un trabajo fundamental en la recuperación de los efectos inmovilizadores del covid. «Hablábamos el mismo lenguaje —he hecho pilates y soy monitora de yoga— y ellos me contaban y yo hacía», comenta. El objetivo uno era empezar a comer y beber. Y fue muy rápido. «Cuando me levantaron por primera vez de la silla fue otro logro. Subí a planta comiendo sola y desde que empecé a comer la recuperación fue muy rápida», aclara.

«Cuando te das cuenta de que eres absolutamente dependiente y te ve el culo toda la planta, te sitúas en otro escenario mental, aprecias más las cosas», comenta. Los cuidados que le dieron las auxiliares fue como «un curso intensivo». Aprendió desde hacerme la cama a colocarse como una croqueta para facilitar que se la hicieran. La «buena sensación de equipo» en medio de unas medidas de seguridad que son molestas para trabajar es otra de las virtudes que aplaude en la atención recibida como paciente.

Otro reto era empezar a andar. «Cuando me subieron a planta tenían claro que iba a andar en nada. Me aconsejaron que me pusiera unas zapatillas de andar y pedí mi esterilla para hacer yoga», explica. «Subía todos los días el fisio, me daba pautas, yo hacía mis cosas aparte y fue rápido, aunque me tuvieron ingresada cuatro días más por no estar vacunada, fue un castigo».

Estaba en manos del que denomina «doctor cactus» y pese a su mejoría física, sentía un profundo malestar. «Fue una prueba muy dura porque estaba en manos del sistema y la comunicación no funcionaba. Y luego estaba saliendo de una desintoxicación brutal», señala. Sólo deseaba marchar. Cuando activaron el protocolo para darle el alta «fue como un chute de energía». El sistema también le brindó un día de suerte. «Afortunadamente, vino una doctora y me dijo: necesito saber si andas, y fue cómo que me dijese: Lázara, anda y yo me levanté y caminé».

Volvió a casa y empezó en modo «zombi». «En la primera salida a la calle, para ir al Lidl de Trobajo del Camino, a 300 metros de mi casa, tuve que parar en un banco porque se movía todo». En cuanto pudo viajar se fue a Valencia a pasar el resto de la convalecencia, para su tranquilidad y la de su hijo que reside allí y pasó un mal trago durante su estancia en el hospital.

El carrito de la compra se convirtió en su andador, «y como me dijo la novia de mi hijo, me iba fijando en las paradas del autobús por si tenía que parar y sentarme». El plan era recuperarse con las actividades de la vida diaria, «no se trata de ir a rehabilitación dos o tres veces a la semana sin más», apostilla. Con el carrito como apoyo conoció el barrio y llegó al mercado, uno de sus lugares favoritos por su profesión volcada en la alimentación, al cabo de tres días. Toda una hazaña. La cocina, su clase de yoga y caminar completaron el plan para recuperar su día a día. Ahora se está haciendo de nuevo al clima de León. «Mi objetivo es no coger catarros y volver a trabajar poco a poco, empezar con el ordenador...», añade.

El covid ha sido uno de los momentos más duros de su vida. Elena P. Rueda, licenciada en Veterinaria y experta en Dietética y Nutrición, había postergado la decisión de vacunarse. «No soy negacionista ni antivacunas; las vacunas han salvado miles de vidas en el mundo, sino porque tenía dudas y por un principio de prudencia. Entiendo que en población de riesgo no hay muchas opciones, pero se están dando tumbos y hay una guerra comercial que ha ganado quien ha ganado», argumenta.

De haberse vacunado, aclara, hubiera elegido Janssen, pero no es algo a lo que ahora dé muchas vueltas: «Cuando yo entré en el hospital había que esperar seis meses a vacunar a las personas que habían pasado el covid y ahora es mes. No es serio. No me arrepiento. Hice lo que creía en ese momento», apostilla. «En el hospital hubo quien intentó hacerme sentir culpable, tratándome como si fuera una persona sin cultura recién salida de la montaña». Se defiende: «La salud es más que una vacuna, pero sin conocer nada de mí me puso una cruz y así pasé mi estancia en el hospital» cuando estuvo fuera de peligro. «Las decisiones sobre mi salud las tomó yo», apostilla. «Tengo 58 años, no fumo, no tengo patologías ni hipertensión, no tomaba medicamentos... necesitaba datos y conocer más la evolución de la vacuna», aclara.

Fuera de esta espina y de las prisas de algunos «conejos de Alicia» que apenas dedicaron tiempo a informar a su hijo, Elena P. Rueda ensalza la labor de todos los profesionales y profesiones sanitarias: «El 99,9% son guay», matiza. Aparte del personal médico destaca el papel de «celadores, enfermería, auxiliares, limpieza... son la base del sistema». «La medicación hace mucho, pero el trato del equipo, si no es bueno, te produce estrés y te deprime todo el sistema inmunitario», añade.

Ahora está en manos de su médico y a la espera de que le den cita para rehabilitación ambulatoria para una lesión que le ha quedado en el brazo y en el sacro. La conclusión de esta etapa es que «respiro, me muevo,

Otro puntal de su recuperación han sido las amigas. «Son lo más de lo más, de lo más, de lo más. En este mundo en el que las familias son tan pequeñas —soy hija única y tengo solo un hijo— tienes que hacerte la familia de otra manera y ese es otro aprendizaje», apostilla.

Pensar en las compañeras de trabajo que emigraron de Colombia y Venezuela y han salido adelante le dio fuerzas para reponerse del golpe del covid.

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