Diario de León

OBITUARIO: CONCHA CASADO

Adiós a la dama del patrimonio leonés

RICO LEGADO. Nunca se dedicó al comercio, oficio de su padre y abuelos, pero fue la mejor vendedora del patrimonio más humilde de León. Concha Casado Lobato deja un rico legado vivo y se va a los 96 años con el deseo de que perviva..

Imagen del funeral en la iglesia de San Marcelo.

Imagen del funeral en la iglesia de San Marcelo.

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ana gaitero | león

La dama del patrimonio leonés se fue ayer en silencio. Iba a despuntar el alba cuando Concha Casado Lobato (León. 1920-2016) cerró los güellos para siempre. Esos ojos avispados y serenos en los que se reflejó durante 96 años la férrea voluntad de vivir y hacer. Hacer y vivir.

La filóloga que se convirtió en la gran etnógrafa de León, la guardiana del patrimonio chico, conservó en los ojos la chispa de la curiosidad y la capacidad de asombro hasta el último día. Casi como una niña. Sonreía con los ojos. Una complicación respiratoria puso fin a sus días.

Siempre será recordada por su energía, tesón y capacidad de trabajo. Y por las redes que tejió para multiplicar la labor. Concha Casado Lobato llegó al mundo en el verano de 1920, en la calle Varillas de la capital leonesa, en el piso superior del establecimiento textil de su padre. La quinta de seis vástagos, tres chicas y tres chicos, del matrimonio de Jacinto Casado (Pobladura de Pelayo García) y Concha Lobato (Faramontanos de la Sierra. Zamora). Estudió en las Carmelitas de Cardenal Landázuri y, tras concluir el Bachillerato en 1937 en el Instituto Padre Isla, entonces era el único de León y además mixto, y la guerra civil, se fue a Madrid a estudiar Filología Románica.

Allí se imbuyó del espíritu de la Residencia de Señoritas, heredera de la fundada por la Institución Libre de Enseñanza, y, particularmente, de las enseñanzas de Rafael Lapesa, Diego Angulo y Dámaso Alonso, director de su tesis El habla de La Cabrera Alta: Contribución al dialecto leonés, en la que sigue el método Palabras y cosas de la escuela alemana de Krüger.

Eligió aquel recóndito lugar, atestado de maquis y guardias civiles en la oscura posguerra, por ser Truchas donde su abuelo materno, un arriero zamorano, abrió tienda en las postrimerías del siglo XIX, antes de instalarse en la capital.

Concha Casado fue tan pionera que usó un mandil no para ponerse a cocinar, sino para coser en él las palabras que oía a las sencillas gentes cuando iban a comprar a la tienda. Si tomaba apuntes se callaban. Así inventó un método infalible para recoger las palabras discretamente en unos papelitos que había cosido a su mandil. Aquel verano marcó su vida.

En La Cabrera vivió con la gente las faenas del campo, como la maja del centeno en la era, y también los días de fiesta. Siempre recordaba la caminata hasta Nogar oyendo la alborada. Y tragedias como el incendio de los pajares de Valdavido, del que se enteraron por el toque de campanas. Andando el tiempo quiso salvar los de Villar del Monte.

En 1945 empezó a trabajar en el Departamento de Filología Hispánica del CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas) como becaria y en 1947 se doctoró en Filosofía y Letras con el trabajo realizado en La Cabrera, que se publicaría dos años después.

En Madrid vivió hasta su jubilación dedicada a la investigación. Si Dámaso Alonso dirigió su tesis, con Julio Caro Baroja trabajó las fuentes etnográficas y estuvo al lado de otros insignes como Antonio Cid, Antonio Cea, Soledad Carrasco, Julio Camarena y Carmen Ortiz. Coincidió asimismo con Guzmán Álvarez, quien hizo la tesis El habla de Babia y Laciana, también bajo la dirección de Dámaso Alonso.

En 1988 regresó a León y comenzó su labor etnográfica, de auténtico peregrinaje por la provincia, abriendo las arcas olvidadas de los pueblos en busca de la indumentaria tradicional leonesa que daría lugar a una publicación de referencia. Ya en los años 70 había recorrido la provincia para el libro La Muralla.

Peleó por conservar la arquitectura popular, los viejos oficios artesanales y las tradiciones de todo el ciclo vital, desde el nacer hasta el morir, con un tesón y una claridad de pensamiento que no admitía un no por respuesta de políticos e instituciones.

Rescató también a artesanos, «son tesoros vivientes», repetía hasta la saciedad, y echó mano de artistas para dar a conocer y «vender» La Cabrera. En 1991 descubrió los dibujos de Pilar Ortega en Astorga y quedó deslumbrada. Luego convenció a Severino Carbajo, el artista deTruchillas.

Ella pagaba los taxis, las postales para el Museo de La Cabrera y los crucifijos para el monasterio de Gradefes. Infatigable, de vez en cuando se daba un respiro de paz en la clausura. Sin dejar de trabajar. Visitó y dio lecciones magistrales en un sinfín de escuelas rurales y urbanas. Predicaba: «La educación es la clave para salvar el patrimonio». El Centro de Personas Adultas de San Andrés del Rabanedo lleva su nombre.

Los güellos —su palabra favorita en cabreirés— de Concha se han cerrado, pero su mirada sigue viva. Mientras un cacharro nazca de las manos del alfarero, se teja una nueva manta en el Val y se restaure una casa más en La Cabrera o en cualquier rincón de León, seguirá viva. Mientras se guarde la memoria arriera y se bailen las danzas de palos... Hoy emprende su último viaje, quien sabe si irá en un carro chillón. Ella quería ir con los güellos tapados por un paño de ofrendas de Villar del Monte que le regalaron. Hasta siempre, Concha.

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