Diario de León
Mónica Vitti. EFE

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Mónica Vitti, fallecida ayer a los 90 años, vivió recluida las últimas dos décadas, pero nunca fue olvidada. La actriz italiana es recordada por su vis cómica y también por el misterio que otorgó a las obras maestras de su mentor, Michelangelo Antonioni. Con ella acaba para siempre una página de la historia del cine.

Hay noticias que merecen pocas palabras: «Roberto Russo, su pareja durante todos estos años, me pidió que comunicara que Monica Vitti ha muerto. Lo hago con dolor, afecto y melancolía», anunció el exalcalde de Roma y escritor Walter Veltroni, en sus redes. ‘La Vitti’, tratamiento que los italianos emplean para revestir a alguien de familiaridad, había cumplido 90 años el 3 de noviembre, pero el mal del alzheimer, que apagó su vida, la mantuvo fuera de escena en su casa romana desde 2002. Sin embargo, fue, es y será la actriz más querida del país, pues a lo largo de medio siglo acompañó a los italianos con sus decenas de películas, muchas cómicas, su verdadera vocación, y otras profundas e impenetrables.

«Con su muerte tengo la impresión de que se va toda una forma de cine», lloró otro romano de excepción, Carlo Verdone, poniéndola al nivel de la otra gran dama, Anna Magnani. Monica Vitti encarnaba ese tipo de actrices capaces de transitar sin inmutarse entre la comedia y el drama. Su debut se produjo con 14 años, haciendo de anciana con una peluca blanca. Fue Antonioni quien la introdujo en el cine más intelectual, contando con ella por primera vez en El grito (1957), como dobladora de Dorian Gray. Después llegarían sus papeles más recordados, como La aventura (1960) —su debut en Cannes—, La noche (1961) y El eclipse (1962. Luego, El desierto rojo (1964) y el León de Oro a Antonioni, que ante el jurado de Venecia confesó el influjo de su compañera en su aplaudida obra.

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