Diario de León

Alejandro Vargas (una vez más)

Detalle de una llanura, obra de la exposición que Vargas exhibe ahora en la Obra Social.

Detalle de una llanura, obra de la exposición que Vargas exhibe ahora en la Obra Social.

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León

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Sí, una vez más en León. Hago esta mención para iniciar este texto comentado que las exposiciones de Vargas se dan distanciadas entre sí por numerosos años. Habría que reprochárselo si no ocurriese que esta infrecuencia se corresponde con una también infrecuente demostración de excepcional calidad. Vargas es uno de los creadores –en ningún caso el menos importante– de la abstracción pictórica española que fructificó en Paris en los años cincuenta. Su obra ha evolucionado en modo felizmente progresivo. En cada ocasión nos proporciona una novedosa, más depurada y elevada presencia de los datos conceptuales y de las virtudes realizadoras. En cada ocasión los espacios se dan más y mejor poblados por una belleza significativa y realmente pictórica.

Pienso que la actual pintura de Vargas supone una culminación tanto en el orden estético como en el que cabría llamar ideológico. Voy a intentar aclararme sobre este segundo aspecto.

No hay en su pintura una ideología, en el sentido en que ésta se entiende habitualmente; no está orientada a hacer perceptibles unas convicciones, no. Lo que se da en su composición y en su pincelación, en la ordenación de las luces y las sombras, es la expresión de una conciencia subyacente, de un pensamiento impensado. Y ¿qué es un pensamiento impensado? Se lo diré rápida y lapidariamente: un pensamiento poético. San Juan de la Cruz lo define insuperablemente: un no saber sabiendo. Quiero anotar también, literalmente, una propuesta interrogativa de Chillida: ¿No son la construcción y la poesía componentes esenciales de todas las artes?

En la actual pintura de Vargas se hace visible un particular dinamismo de la pincelada; el figurativismo paisajístico viene dado más por la fugacidad cromática que por su configuración descriptiva. Y ¿hacia dónde, hacia qué se orienta esa fugacidad, esa dinámica del color ? Voy a intentar decirlo; voy a intentar decir las significaciones que esta pintura proporciona a mi sensibilidad.

Es como si la representación de los elementos terrestres se moviese con el fin de relacionarse con la atmósfera, con la levedad aérea, con la luz, y también, incluso (este es un supuesto mío), con un... más allá. Dicho de otra manera: el acá y el allá no son espacios diferenciados; son, en una sola y única representación, presencia estremecidamente con-fundida, interpenetrada; de manera que un paisaje no es, simplemente y según la lógica figurativa habitual, un fragmento geofísico concretado por unos límites, porque el fragmento, en su fugacidad, se trasciende a sí mismo, se universaliza, nos ofrece una sugerencia cosmogónica y, aún y como ya tengo insinuado, un más allá.

De ahí que yo me incline a opinar que la estética pictórica de Vargas conlleva una «ideología». Él sabrá (aunque bien pudiera no saberlo sin merma de la legitimidad estética) cómo hace visibles en sus cuadros realidades que se entienden y son de naturaleza invisible. Retorno a la frase de Chillida: «... la poesía es un componente esencial de todas las artes». Y añado, de mi propia cosecha: el lenguaje poético (escultórico, pictórico, musical...) es aquél que nos dice lo que no puede decir el lenguaje convencional.

El que esta «adivinación ideológica» me proporcione también un gozo visual es motivado, precisamente, por el alto grado estético sensible en la obra. La gran obra de arte lo es cuando crea placer y conocimiento simultáneamente. Un conocimiento «otro», un conocimiento que no procede explicar, porque la explicación destruye el misterio, valor principal del pensamiento artístico-poético.

Al llegar a este punto y como por casualidad, el, para mí, ininteligible aparato que es el ordenador, ha funcionado «providencialmente»; ha sacado de su «papelera» un viejo escrito mío sobre la pintura de Vargas. Veo que hay en él algunas consideraciones que, debidamente matizadas, cosa que voy a hacer, son válidas para su creación del presente. Decía yo entonces y digo ahora:

« ... en Vargas no existe el añejo pleito de figuración / abstracción. Él habla del ‘orden del paisaje’, y el paisaje y el paisajismo se dan en él plenamente interiorizados. No se ocupa ni preocupa tanto de su descripción como de su revelación, que no es lo mismo (...) ; no son los contornos paisajísticos colocados en perspectiva lo que más tira de él, sino la rítmica incorporada a la imposición de pintura en el plano, una fugacidad del trazo que se orienta a la envoltura atmosférica luminosa y a la sugestión (sospecha mía, ya lo he dicho) de... «un más allá»; una sugestión en la que (...) se con-funden visión y pensamiento. (...). Sus cuadros (...) están habitados por un hecho luminoso, por un momento en el que la luz determina la ordenación, una ordenación que, ajena a cualquier fácil espiritualismo, comporta el atisbo de una trascendencia, de un espacio metafísico».

Esta ha sido –esta es– mi aventura visionaria, el gozoso extravío de mi sensibilidad en la obra reciente de Vargas. Tengo que empezar a terminar, sí, pero hay algo, aplicable a Vargas, que todavía no he dicho y que está levemente apuntado en el viejo texto. Es lo siguiente.

La pintura es, ciertamente, un arte «primitivo» que podemos encontrar, como es sabido, incluso en las cavernas del paleolítico. Decir «primitivo» lleva consigo una connotación que superficialmente malentendida pudiera considerarse peyorativa. No. Es arte «primitivo» porque es connatural. Como la danza o el canto. En el animal humano, es connatural y estéticamente fundacional, la inclinación a practicar cualquier tipo de manifestación rítmica. El ritmo es, por tanto, la «madre» de todos los «corderos» artísticos, el generador de todas real-izaciones estéticas.

El «primitivismo» prehistórico, protohistórico, histórico o contemporáneo es, a su vez, una función corporal (del cuerpo y de sus sentidos), tan normal en los capacitados para pintura como lo es, en la universalidad de la especie, respirar o hacer el amor. Hay una fisicidad y una sensualidad, unas potencias clásicas que las actuales «virtudes» de la técnica, de la industria, del comercio y, finamente, la prepotente y falsa cultura neocapitalista (felizmente declinante, me parece) del consumismo pueden destruir. Sí, pueden –podrían– destruir la clasicidad, la tradición progresista, que es la que suscita las verdaderas vanguardias.

Vargas, la pintura de Vargas, responde plenamente a ese «primitivismo» (primitivismo avanzado, claro está) que tanto convoco. A pesar de su fervor por Rembrandt o por Van Gogh, de su amplio y profundo conocimiento del impresionismo, y de su actividad en la creación de la abstracción gestual. Porque Vargas hace, corporal y sensualmente, visual y manualmente, con la añadidura del pensamiento impensado, pintura-pintura.

Véanla (en la sala de la Obra Cultural de Caja España en SantaNonia), que creo que me van a dar la razón.

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