Diario de León
León

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ESTOS dos colores suelen identificar a cierta prensa. El rosa para asuntos del corazón; y el amarillo, para periodistas o medios de comunicación sensacionalistas. Tales términos no se aplican a otras profesiones, que parecen mantenerse por encima del bien y del mal. Es el caso de científicos e investigadores. Por ello, ¿cómo calificar a quien se presenta como sagaz inspector de la historia, dispuesto a resolver enigmas de siglos y que, finalmente, se ve obligado a recurrir al «copiar y pegar» -que se diría en el argot informático- lo que ya dijeron antiguos estudiosos? Parece que también en el sacrosanto oficio de investigar a veces surgen lo que daríamos en llamar petardos/as, que, como dice el diccionario de la RAE significa persona poco competente en su cometido. Gente que pretende alcanzar acaso fama desempolvando, pongamos por caso, el perdido cadáver de García Lorca. La diferencia entre periodistas rosas y amarillos e investigadores de idénticos tonos reside en que los primeros se someten al juicio del público y, con frecuencia, también de los tribunales. En el estudio de los reyes de San Isidoro, si se tratara de una novela, podría decirse que sobra paja y falta chicha. Para citar a Risco, Sampiro o Tuy no hacía falta abrir los sepulcros del Panteón Real. Bastaba con acudir a los clásicos...

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