Diario de León

Entrevista a Juan Carlos Mestre | Poeta

«Disentir es un derecho inalienable de la sociedad»

León

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El polifacético poeta berciano Juan Carlos Mestre publica ‘La hora izquierda’ (editorial Ya lo Dijo Casimiro Parker), una singular antología en la que está el latido de toda la obra del autor del ‘Museo de la clase obrera’. Se trata de 130 poemas seleccionados por el editor Emilio Torné. Mestre concibe la poesía como «una conjunción crítica de las voces desobedientes del mundo». Poeta insumiso y rebelde, afirma que no busca cómplices, sino «lectores emancipados».

—‘La hora izquierda’ no es una antología «al uso», pero sí el tarro de las esencias de tu poesía, ¿no es así?

—Esencia ninguna, digamos que más bien tiene la atmósfera cargada de las asambleas, de las reuniones impuras y los tugurios de la razón frecuentados por los disconformes. Nunca he considerado la poesía como un galante encuentro de palabras, sino más bien como una conjunción crítica de las voces desobedientes del mundo. Una antología acaso no sea otra cosa que una confederación de afinidades, de poemas que establecen algún tipo de pacto para significar algo nuevo, y en este caso los posibles anclajes éticos que pudiera tener lo escrito con la memoria, el pesar civil de la historia y la pena nunca anónima de nuestros semejantes.

—Sostiene el editor Emilio Torné en el prólogo que vas dejando pequeñas balizas en tus libros que desempeñan una función de hilo constructivo. ¿Es una fórmula para hacer cómplice al lector?

—Dice bien Emilio Torné, todo texto es una suerte de balizamiento lacaniano hacia el inconsciente, marcas de sentido y huellas de aproximación a la cantidad hechizada de la palabra poética, trazas de esos otros sentidos de lo comprensible. Más un mostrar el camino hacia el afuera de la escena retórica yo me siento más cercano de una poesía que nada tiene que ver con la remota idea de verdad, sino con la radical conciencia de fracaso del pensamiento utópico y la efímera gramática de la duración. No busco cómplices, sino lectores emancipados que con estas piedras construyan cada uno la casa de su propia necesidad. Tiempo habrá para que en la muerte todos seamos copartícipes de un tan enigmático como semejante silencio.

—La cronología en tu obra carece de importancia porque toda ella es un único libro, quizá un único poema cada vez más comprometido y profundo. ¿Te molesta este resumen y los intentos por ‘encasillar’ o ‘clasificar’ tu poesía?

—Nunca me han molestado las opiniones, por agrias o negativas que fuesen, sobre mi poesía. El desacuerdo con lo propio comienza en mi mismo, los poemas no son decretos de obligado cumplimiento, sino herejías contra la norma establecida del lenguaje y el pensamiento. Lo canónico dejémoselo a la ruinosa e inveterada moral de los frailucos del parnaso.

—Aparte de tu compromiso con las ideas y con la renovación del lenguaje, ¿tienes otras «ataduras»?

—¿Ataduras? Intento que no vayan más allá de las de los cordones de los zapatos. No se puede escribir con restricciones ni reservas, salvo las que inconscientemente signifiquen una limitación. Una obra literaria, pensaba Walter Benjamin, solo será políticamente correcta si es literariamente correcta, y eso hoy es algo más que una desafiante tarea.

—¿Cómo te tomas que la palabra del año sean los emoticonos y los emojis?

—Hay imbéciles para todos los gustos, el prestigio de las ideas basura está alcanzando sus máximos históricos.

—Hay palabras como justicia, libertad o solidaridad de las que se ha hecho un uso demasiado grosero. ¿Puede y debe la poesía recuperar su significado?

—Los únicos que han invariablemente defendido la casa de las palabras son los que han hecho de ellas una conducta ética, la defensa de sus significados en épocas de penuria, la reivindicación de su sentido ideológico en momentos de crisis civilizatoria. Entre ellos los poetas sin otro negocio que la intemperie, las personas vulneradas en su dignidad, y los que siguen resistiendo ante la intoxicación del lenguaje por parte de los pregoneros del fascismo.

—El planeta agoniza y nos enredamos en ‘independentismos’. Ahora también León...

—No habría que confundir las cosas, la defensa del medio ambiente y la sostenibilidad del planeta es una exigencia irrenunciable de toda persona mínimamente inteligente, y no lo es menor medida la demanda de otro tipo de derechos que una comunidad puede exigir para estar en mejor forma, y de manera más armónica y justa, entre sus semejantes. Disentir es un derecho inalienable de toda sociedad democrática.

—En uno de tus poemas dices: «Yo tenía una libélula en el corazón como otros tienen una patria a la que adulan con la semilla de los ojos»...

—Yo siempre me he sentido un extranjero en mi propia lengua. No tengo otra idea de patria que la que me vincula con la condición humana.

—¿Qué sería de los burgueses si no existiesen poetas?

—Pues que seguirían tan panchos, no se les movería ni pelo del tupé. Algunos hasta se alegrarían de que algunos tocapelotas desapareciésemos de la faz de la tierra.

—¿A qué poeta has leído últimamente?

—A Antonio Gamoneda, intensamente releyendo la nueva edición de sus obras completas.

Hay en tu obra un compromiso de reparación dialéctica de lo silenciado.

—¿Por qué no envías ejemplares de ‘Museo de la clase obrera’ a unos cuántos políticos?

—Mejor enviarles a unos El Pentateuco , y a otros El Capital de Carlitos Marx, ambos son el relato de una misma lucha por la condición de los débiles y la dignidad de los humildes.

—¿Sufres menos con la música y la pintura que con la poesía? 

—Sufrir, lo que se dice sufrir, yo no sufro haciendo ninguna de esas tres cosas; todo lo contrario, forman parte de mi amparo y consolación ante la irracional tragedia de los fabricantes y financiadores del dolor y la angustia humana. Cuanto hago lo realizo con esfuerzo, cierto que con inmensas dudas, pero sin pesadumbre.

—¿Cómo sobrellevas las redes sociales?

—Como el que se asoma a la ventana para ver si llueve, o saludar sin resquemor a los vecinos. A veces caen chuzos de punta, y alguna lágrima que otra, pero maná, lo que se dice bíblico maná, nunca.

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