Diario de León

HISTORIA DE LEÓN

El día que echaron a los de Oliegos

La divulgación de las imágenes de unos antiguos ‘Reportajes sindicales’ de 1947 ha removido no pocos sentimientos entre los cepedanos supervivientes de aquel tiempo en que fueron desplazados por el pantano de Villameca y reasentados en Foncastín. Es la película de un éxodo.

Un de las escenas del ‘reportaje sindical’ recuperado y divulgado en Internet. En el centro, imagen de Oliegos con las aguas del embalse de Villameca lamiendo sus casas.

Un de las escenas del ‘reportaje sindical’ recuperado y divulgado en Internet. En el centro, imagen de Oliegos con las aguas del embalse de Villameca lamiendo sus casas.

Publicado por
León

Creado:

Actualizado:

e. gancedo | león

«El mayor pesar de los mayores fue, sin duda, el de dejar a sus muertos en el cementerio que iba a cubrir el pantano...». Es la reflexión de Teresa Pérez Álvarez, hija de dos de los paisanos expulsados del único pueblo cepedano ahogado por las aguas del embalse de Villameca —a la aldea se le privó hasta de dar nombre a la presa—, y frase muy elocuente de hasta qué punto resulta traumático un desalojo de este tipo: especialmente por la rotura de lazos con la memoria, con la inmemorial línea de antepasados y difuntos, que en realidad supone.

La frase surge a raíz de unas imágenes que desde hace unos meses están siendo foco de gran interés —y muchos reenvíos— en las redes sociales. Se trata de uno de aquellos informativos denominados Reportajes sindicales —especie de No-Do— correspondiente a 1947 y que incluye excepcionales escenas del abandono y posterior realojo, en una tierra tan extraña a los montes cepedanos como la llanura vallisoletana, de las gentes de Oliegos. Entre las estampas, el cierre definitivo de las puertas, la arquitectura tradicional de esta comarca leonesa —corredores, corrales, grillandas...— con varias casas techadas de cuelmos, las casi épicas hileras de carros cargados de enseres y tirados por yuntas de vacas, las gentes todas calzadas de galochas, el embarque en un tren especial en Porqueros —y en los vagones, el ganado y los carros despiezados—, la llegada a Valladolid y el posterior traslado en autobuses a la finca de Foncastín habilitada para el acomodo de las familias cepedanas por el Instituto Nacional de Colonización. La película, claramente propagandística de las virtudes hidráulicas del régimen de Franco, no logra disimular los rostros angustiados y perplejos de la gente de Oliegos en el momento de abandonar el pueblo y del choque emocional que supuso su llegada a este antiguo coto de caza, propiedad del marqués de la Conquista.

La adaptación al nuevo lugar debió ser especialmente dura: «No les habían hecho las casas y tuvieron que vivir durante cinco años en los edificios, cuadras y capilla del marqués. Por ejemplo, la casa de éste la tuvieron que compartir seis familias», comenta Teresa Pérez, que ha llevado a cabo una amplia encuesta —basada en el visionado de estas imágenes—, significativa por haberse realizado tanto entre nativos de Oliegos como entre personas ya nacidas en Foncastín. De entre los muchos recuerdos y pesares recogidos, anota por ejemplo que los vecinos Benigno Fernández y Vicente Vallinas «volvieron a buscar las cocinas bilbaínas y sorprendieron a personas de pueblos cercanos cogiendo lo que habían dejado». O que el Obispado «no les dejaba traer ni las campanas ni la imagen de la Virgen de las Candelas, patrona del pueblo. Pero las campanas las trajeron entre el heno y la Virgen, envuelta en ropa como si fuera una muñeca». De la arribada a la finca resalta «las pulgas que se encontraron en los colchones. No recordaban haberlas tenido en Oliegos».

Y así, para la primera generación de los nacidos en Foncastín, la visión de este vídeo les provoca reacciones como «pena», «rabia», «impotencia» y vergüenza» (y enfado ante la «manipulación de los comentarios del narrador» o las «condiciones del traslado»). Y entre las escenas que más les llaman la atención, «la del señor que tira la llave de su casa al suelo, y la deja ahí», la de las tres mujeres llorando —familiares de varias de las personas que participaron en la encuesta—, otra en la que puede verse a unas vecinas arrancando una de las cruces del cementerio, y las largas filas de carros del país. En cuanto a la segunda generación de nacidos en esta localidad del municipio de Rueda, las respuestas son más lacónicas, quizá debido a la distancia temporal y sentimental, concretadas en sentimientos de «tristeza» y «pena por la gente». Son los supervivientes de aquel traslado quienes sí reconocen, y casi al primer golpe de vista, rostros de amigos y familiares, y quienes dan buena cuenta de quiénes acudieron a Foncastín y quienes optaron por quedarse en otros pueblos cepedanos como Villameca, o en Astorga, Benavides y la capital leonesa. «Pena» es su impresión recurrente (aunque hay quien habla de sentir «nada, un vacío») al ver el vídeo, y les llama la atención la escena del cementerio y «los perros» que aparecen y que algunos decidieron llevarse. Otro menciona la «vergüenza» por lo que «nos hicieron», «pero también agradecimiento hacia Foncastín».

Todas, historias propiciadas por la construcción del pantano más pequeño de una provincia cuya memoria está horadada de pozos de agua quieta.

tracking