Diario de León

El Musac cruza el Rubicón

El museo leonés inaugura hoy una nueva temporada marcada por la incertidumbre.

Imagen de tres de las piezas de la exposición de Félix Curto ‘Chatarra americana’.

Imagen de tres de las piezas de la exposición de Félix Curto ‘Chatarra americana’.

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cristina fanjul | león
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Seis nuevas exposiciones que, con un coste de 350.000 euros, son una manera de revisitar el milagro de los panes y los peces. El director de Políticas Culturales de la Junta, José Ramón Alonso, destacó ayer que, a pesar de los recortes presupuestarios, el Musac ha demostrado que sigue teniendo un programa «magnífico». Llegó con la lección aprendida y no es una materia que se interiorice en dos tardes. Tal vez por eso José Ramón Alonso no tuvo que echar mano de lugares comunes ni de voces ajenas y dibujó una imagen en la que tanto los artistas como los comisarios se sintieron cómodos: la frontera, un concepto fácil de moldear, siempre que dispongas del conocimiento cartográfico necesario para trazar las líneas que bifurcan el territorio. Habló de fronteras ideológicas, históricas, políticas, de fronteras culturales y de género y con esta idea trazó la línea argumental de la nueva temporada expositiva.

Comisariada por Agustín Pérez Rubio, Chatarra americana, la exposición de Félix Curto, es una recreación del espíritu que despertó la escuela Black Mountain. El comienzo de la muestra es toda una declaración de intenciones: una serie de palabras, como howl (aullido), nos trasladan al mundo de la generación Beat. Curto habla de la idea del viaje, y la muestra es una travesía entre Estados Unidos y México, en el que la música, que parece ser la brújula del camino, es el único objeto perdurable. Y es que las piezas, los cuadros —en los que la huella de Rauschenberg es obvia—, los objetos que nos vamos encontrando durante el trayecto circular de la muestra son la demostración de que todo es efímero y de que la cultura también se construye sobre la chatarra. o al revés. Prueba de ello son las capós de los coches que el artista ha dispuesto como lienzos para ‘dibujar’ sobre ellos collages sentimentales.

Originalidad y género. Antes de entrar en la reflexión crepuscular de Chatarra american a, la primera sala del museo acoge la obra de Azucena Vieites Fundido encadenado, un estudio acerca de la naturaleza de la copia, un ejercicio similar al que realizó Abbas Kiarostami en la película Copia certificada : la originalidad del arte. Esta reflexión, que resulta demasiado inaprensible para el público general, tiene además influencias del espíritu punk y los modelos de autogestión cultural y, según destaca el comisario, aborda el problema de la representación desde lo lúdico y la fantasía, así como desde la experiencia y las expectativas presentes en los procesos de la vida cotidiana. Azucena Vieites enmarca serigrafías copiadas y copias modificadas de las serigrafías sobre la arquitectura desnuda del museo y en ellas investiga sobre el orden genérico respecto a la infancia y la relación de consumo de las imágenes de la cultura popular.

Más comprensible, si bien no más sencillo, resulta el trabajo del israelí Miki Kratsman. Tal cual es el resultado de más de treinta años de creación artística. Octavio Zaya ha comisariado la muestra desde lo más íntimo —los diarios personales de Kratsman— a su faceta más pública como fotoperiodista. Una de las características del montaje, de la disposición de la muestra, es la ausencia de marcos. Las imágenes se disponen desnudas sobre los muros del Musac, con el objetivo de no conceptualizar la imagen. Tal cual acerca al espectador uno de los últimos proyectos del artista: Targeted killing , con el que Miki Kratsman obtuvo la beca que otorga el museo Peabody de la Universidad de Harvard. Su investigación pone al espectador en el lugar de los agentes israelíes que se ocupan de eliminar a sospechosos palestinos. Para ello, Kratsman utiliza los focos de los drone kills para fotografiar a ciudadanos anónimos y dejar al visitante toda la responsabilidad. Otra de las series que muestra la exposición es Territorio, una investigación acerca del desplazamiento y la destrucción; en realidad un estudio sobre la nada como objetivo político. Kratsman ha enfocado las casas vacías, los hoteles inacabados, verjas que no separan nada y que el gobierno de Israel ha construido y abandonado en los territorios ocupados para los colonos. «La mayoría de los fotoperiodistas son turistas del conflicto; en estas imágenes yo soy turista de mi propio conflicto», manifestó ayer el artista, que cierra la muestra con tres proyectores que escupen alrededor de mil imágenes de su archivo personal. Dispuestos en distintas direcciones, estas cámaras disparan las fotos con una cadencia de varios segundos con el fin de que el espectador sea capaz de virar el objeto de su contemplación. Además, las fotos se exhiben sin información alguna, con el fin de impedir que el prejuicio del fotógrafo influya en la experiencia del espectador.

Mark Nash ha comisariado Una sexta parte de la Tierra. Ecologías de la imagen, un proyecto en el que han participado más de treinta artistas de Rusia y la antigua Europa del Este y que abarca cuestiones como el nomadismo cultural, los nuevos nacionalismos, las esperanzas perdidas de la juventud o cuestiones de género e identidad sexual. La muestra desemboca en una pieza que, de manera alegóricay como cerrando el bucle, resalta el absurdo de las creaciones humanas. Andrej Zdravic muestra la serenidad del río Soca, que durante la Primera Guerra Mundial fue escenario de violentas batallas.

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