Diario de León

TRADICIONES LEONESAS

El regreso de la Vieja del Monte

En la montaña se conocía su afecto por los niños, pues siempre tenía un regalín para ellos, pero ahora la Vieja del Monte ha renacido como estrella navideña local, un uso que los etnógrafos critican por creer que desvirtúa la tradición..

Actividad escolar relacionada con la Vieja del Monte en el colegio público Cervantes de la capital leonesa. F. OTERO PERANDONES

Actividad escolar relacionada con la Vieja del Monte en el colegio público Cervantes de la capital leonesa. F. OTERO PERANDONES

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e. gancedo | león

Aunque algunos no lo sepan, existe una verdadera panoplia de ‘santa claus locales’ dedicados a hacer soñar, con su ilimitada promesa de regalos, a la infancia de los diferentes territorios peninsulares. De entre todas estas figuras bienhechoras, leyendas más o menos forzadas a cumplir su amable misión navideña, quizá la más conocida sea la del Olentzero vasco, ese carbonero apacible ataviado de chapela y blusa de tratante, la cara siempre tiznada de negro, que tira de pipa y que en Navidad acostumbra a bajar del monte dispuesto a agasajar a la chiquillería. Pero en otros lugares existen más criaturas que rivalizan con los mediterráneos Reyes Magos y con el europeo y casi universal Papá Noel a la hora de ocupar los anhelos navideños de los pequeños. Por ejemplo, en Cantabria está cobrando gran auge el Esteru, muy parecido a su primo vasco aunque en este caso su oficio sea el de leñador, y otro tanto ocurre en Galicia con el Apalpador: un carbonero montisco que en Nochebuena y Nochevieja acude a tocar el vientre de los niños para comprobar si han comido suficientemente durante el año y para dejarles, si hace el caso, castañas, chucherías o regalos. El personaje se parece al Tientapanzas de Écija, pero hay otros creados directamente de cero, como el Anguleru asturiano.

En León, al puesto viene aspirando con fuerza, desde hace unos años, la Vieja del Monte (o Vieya, o Viecha, según el valle), reconversión navideña de un antiguo motivo montañés, muy relacionado con el ‘pan de pajarines’ de otras comarcas, que por sorprendente que parezca muy pocos etnógrafos había abordado hasta fechas recientes, últimamente recuperado por asociaciones y colectivos para un uso navideño que originalmente no tenía: cuentacuentos, talleres, muñecas, libros infantiles y hasta una cabalgata —se celebró hace unos días en Trobajo del Camino— son buena prueba de este peculiar renacimiento. Hasta TVE, en su programa Aquí la tierra, viajó recientemente a Riaño para entevistarla.

Quien sí ha estudiado a fondo el personaje es el investigador Nicolás Bartolomé Pérez, autor de libros como Filandón, sobre literatura popular leonesa, o Mitoloxía Popular del Reinu de Llión. Para él, el empleo de esta figura legendaria le parece «bastante sorprendente» porque «nada tiene que ver con la Navidad». «La Vieja del Monte, aunque ese solo es uno de sus nombres, es según la tradición oral un personaje fantástico que vive en el monte, se vincula a cuevas y peñas, y se asocia al sencillo ritual que realizaban los padres con sus hijos, a quienes entregaban los restos de la merienda al volver a casa, diciéndoles que se los había dado esta anciana imaginaria», explica, y es categórico al afirmar que acomodar esta entidad mitológica «a los hábitos consumistas de estas fechas en clave identitaria desvirtúa el mito hasta deformarlo por completo».

Proceso repetido

Preguntado por si estos usos son hasta cierto punto inevitables en las sociedades actuales, responde Pérez que la reinvención de la tradición «es un proceso constante y este caso es un ejemplo muy reciente: de manera consciente se reutiliza un mito ancestral originario del norte leonés con unas coordenadas temporales y en un contexto urbano radicalmente diferentes del entorno cultural rural donde se han registrado las narraciones orales sobre él —reflexiona el escritor—. Que esta moderna visión fabricada del mito leonés perviva dependerá del valor que le otorgue la gente. En definitiva, es la colectividad quien asume como propios ciertos mitos y ciertos símbolos o los descarta sin remedio».

A propósito del Olentzero euskaldún y de otros espíritus similares, Nicolás Bartolomé Pérez dice que sirven «como una especie de contrapeso local a figuras globales (Papá Noel) o tradicionales españolas (los Reyes Magos)». «No hay que perder de vista que el modelo original de este proceso de popularización navideña de personajes legendarios autóctonos partió del nacionalismo vasco, que en los años ochenta del pasado siglo rediseñó la figura de una especie de hombre del saco vasco-navarro llamado Olentzero, un carbonero al que se imaginaba bajando del monte a finales de cada año y que servía de excusa para que la mocedad realizara una cuestación y una merienda», cuenta el también autor de obras divulgativas y educativas sobre la lengua leonesa. Y remata: «El éxito del experimento llevó a que en otras regiones se impulsaran en las décadas siguientes constructos parecidos echando mano de los mitos locales o directamente inventando personajes. Un eco de ese proceso identitario reactivo ante la globalización navideña es el que estamos viviendo en León con la nueva Vieja del Monte».

Por su parte, José Luis Puerto, veterano poeta, investigador, etnógrafo y profesor, padre de la monumental Leyendas de tradición oral en la provincia de León, recuerda que, personalmente, tuvo la «suerte» de recoger ese motivo legendario en un pueblo babiano, y de una mujer de casi cien años, cuando estaba recopilando material. «El sentido de la Vieja del Monte, que en otras áreas leonesas se conoce como ‘pan de los pajarines’, es que, cuando los hombres de la familia se pasaban el día trabajando en el campo, llevaban merienda, y al volver al atardecer a casa con las sobras, les decían a los niños: ‘Toma, esto me lo ha dado para ti la vieja del monte’. Por ello se decía que era panadera y que vivía en una gruta donde cocía el pan». Continúa Puerto desgranando el mito: «En otras zonas de la provincia, cuando volvían a casa los hombres de la familia (el padre, el abuelo, los tíos), les daban a los niños el mendrugo de pan sobrante de la merienda, diciéndoles: ‘Toma, pan de los pajarines’, ya que, en ese caso, los donantes eran los pájaros del campo, una tradición franciscana». Para él, estamos «ante una suerte de bruja buena, o, mejor, de antítesis de la bruja». El experto se muestra, asimismo, crítico con su reformulación actual: «Me parece signo de ignorancia, pues se utiliza su significación de un modo desviado y un tanto torticero».

Y mientras tanto, la Vieja sigue en su cueva, el manteo ajustado y las madreñas bien calzadas.

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