Diario de León

Elena Santiago: magia, ensueño y levedad

La autora, fallecida este domingo, deja una sólida trayectoria de gran escritora. Ganó Castilla y León de las Letras 2002

Miguel Delibes declaró su admiración por la autora leonesa. DL

Miguel Delibes declaró su admiración por la autora leonesa. DL

León

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Elena Santiago (Veguellina de Órbigo, 1941-Valladolid, 2021) deja el recuerdo personal y el reconocimiento pero también la huella póstuma y legendaria tanto de lo pendiente de publicar como de escribir. Por eso, una mirada a su secuencia vital es una colección de fotografías en los que hay hitos y el reflejo de una vida intelectual en donde brilló en la cultura leonesa.

Alfonso García, crítico literario de Diario de León, profesor y experto al más alto nivel, define la obra de la autora: «Magia, ensueño y levedad», enumera, y llega a esa conclusión de estudioso a través de sus novelas y libros de cuentos. Rememora García hallazgos e influencias, fundamental Faulkner, pero advierte que una vez asimilado, la fascinación no evita que «su obra continúe en esa línea creativa en la que está la infancia», añade. Hay por tanto en la obra de Elena Santiago esa niñez y el eco de la guerra y el presente de la posguerra. «Esa influencia de la niñez que también tuvo en sus reductos familiares, en concreto en Veguellina de Órbigo», matiza el también profesor de Literatura.

Y de Veguellina llegaban esas palabras ayer en las que se homnejeaba casi de manera subliminal el mundo poético de Santiago. Venía este texto de su pueblo, donde sí fue profeta en su tierra, como hija predilecta nombrada en 2003. «La Junta Vecinal y los vecinos de Veguellina de Órbigo sienten profundamente el fallecimiento de Elena Santiago. Mujer que siempre vivió su pueblo y nunca olvidó a sus paisanos y a sus vecinas las cigüeñas ni el tañer cercano de las campanas que abarca más allá de las choperas. Estamos seguros de que aquellos Ángeles oscuros y algunos personajes de sus libros no abandonarán las calles de Veguellina. En la Plaza Elena Santiago se reunirán y nos reuniermos para que el olvido no oculte su memoria. ¡Elena, siempre estarás aquí en tu pueblo y en esos otros lugares en los que has creado con tu escritura tantos mundos!», relata con acierto en nombre de su pueblo Carlos Mayo en una sentida despedida, casi inusual en estos textos siempre más tendentes a lo institucional.

Es, tal vez, una demostración de la influencia mágica y literaria de Elena Santiago. Una búsqueda sorprendente de lo espiritual y los sentimientos. En este sentido, Alfonso García indica que «hay una serie de personajes en su obra cuya realidad suele mantenerse en todos sus libros, que suelen ser una crónica de la soledad del ser humano. Y en ese ámbito que la define con una prosa de carácter poético», narra.

García también hacía un alto, junto al reconocimiento de mujer entrañable, cercana y cariñosa, acerca de lo trascendente de su escritura. Porque aseguraba que la autora logró lo que solo está al alcance de los elegidos: tener un lenguaje propio. Y lo asegura respecto al conjunto de su obra, desde los libros en los que se erige como gran escritora, cualidad que mantiene hasta sus últimas obras. «Elena tiene un estilo propio identificable», afirma refiriéndose al todo que incluye su literatura infantil. Así, «aborda perfectamente esa inocencia. Y dice: con los ojos cerrados se llega a todas partes... Ese tema siempre la cautivó», prosigue García. Y queda más que corroborado en su reciente Mat y Pat. Vuelos de niños (Eolas).

En un repaso sobre sus obras, Alfonso García extrae una conclusión general de lo que hay en ellas: «Una polifonía de la propia escritora pero dentro de unos cauces de fidelidad a una forma de escribir y entender sus literatura. Sobre todo, esa soledad e intimidad», remata el también escritor.

Junto a lo que sería enumerar sus obras, es casi más fulgurante antender a su primera persona, en donde Elena Santiago realiza un alarde de belleza literaria para ubicarse en el mundo y su pueblo, Veguellina de Órbigo.

«La primera palabra que tomaría con ambas manos, fue al comprender que en el tejado de la casa había entre tejas muy antiguas, una que alguien nos dijo que era una estrella. Brillaba muy quieta, esperándonos. Sin dar la espalda en ningún instante. Sí, éramos dueños de aquella estrella: ¿estábamos viviendo muy cerca del cielo? Estábamos. Y el viento nunca nos la arrancó para llevársela. Y fue la palabra viento y su paso entre los árboles del jardín tras bajar la escalera si la ventana de la torrecilla del desván estaba abierta, decir con más palabras aprendidas en tantos cuentos leídos. Era maravilla el pueblo, el río y sus bosques, y tantos caminos que se podían pintar y escribir. Dejar que lo pasearan personajes grandes y pequeños con pasos buscando lo que estaba y lo escondido. La fantasía estaba a punto», relata. «Dicho pueblo era Veguellina de Órbigo, en la provincia de León, donde me asomé a la vida y fui con 6 años a la escuela tres años, y a los nueve a un colegio donde aprendí el miedo y la tristeza al no estar con la familia. Y seguiría interesada por cuanto fuesen Letras y Pintar. Y la música, tocar el piano hasta conseguir acercar aquellos sonidos inventados por los magníficos. Me cambió totalmente la vida al ir a Madrid», prosigue así su relato en el que se le aparece ya el brillante futuro que protagonizó. Sus tres primeras novelas, La oscuridad somos nosotros (1976) Ácidos días (1979) y Gente oscura (1980) ganaron los Premios Ciudad de Irún, Novelas y Cuentos, y el Premio Miguel Delibes. También llegó el Rosa Chacel o el Castilla y León de las Letras. En 2019 publica Los delirios de Andrea (Eolas). Y antes, Nunca el olvido . De eso trata esto.

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