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«Qué emoción al tener entre mis manos ese terrible arma»

Fragmento del diario de Juana López en . el que habla de su lucha con Teresa Monje

Uno de los legajos de los diarios de Juana López.

Publicado por
León

Creado:

Actualizado:

20 de julio de 1936

«Amanece. León está envuelto en la neblina del amanecer, hace frío, estamos en Secretaría. Teresa y yo, nos miramos y permanecemos mudas, pero nuestras miradas dicen más que las palabras, nuestro silencio es elocuente. Nosotras que sabemos y sentimos la angustia de los que nos rodean porque en la nuestra nos preguntamos: ¿qué nuevas sorpresas nos reservará este día? Nos quedamos sin contestación, es un enigma, callamos y a mi imaginación acuden las palabras de los asturianos al marcharse: «Os comerán el alma, amigos». Así sucedió desgraciadamente.»

«Ella [Teresa Monge] y yo con armas: qué emoción experimenté al ver entre mis manos ese terrible artefacto que llaman pistola, segador de tantas vidas de mis hermanos; me estremecí al pensar, pero volví a la realidad y pensé que la tenía en mis manos y con ella haría prevalecer nuestro derecho a la vida. Al pensar esto se me antojó menos terrible el arma. La guardé como se puede guardar un tesoro en un cajón y me marché a mi casa a comer.»

«Había un coche e intentamos acercarnos a él para ir a la Casa del Pueblo. Nada más asomarnos a la esquina sonó una descarga de fusil cerrada; nos echamos para atrás y al volver a asomarnos vimos catorce soldados tirados a tierra, volvieron a tirar contra nosotros y nos volvimos a retirar. Al hacerlo recorrí con la vista a los que me rodeaban y los vi con las caras descompuestas; los vi con angustia, pidiendo al capitán Calleja armas, y vi la desesperación de él al ver lo importante que era para defender a los que le pedían armas y protección. […] Otra nueva descarga vino a hacernos salir de nuestra incertidumbre. Reaccionamos y echamos a correr por la calle de la Zapatería La Revoltosa. Cayó uno de los que venían con nosotros y lo recogieron el capitán Calleja y el camarada Avelino.»

«Después de cesado un momento el tiroteo nos metimos por la carretera de los Cubos por parecernos el sitio más apropiado para pasar a causa de las murallas. Fuimos a salir a la plazuela de San Isidoro, después de dar mil rodeos, de sufrir mil preguntas y de tener que buscar refugio en los portales a causa de los tiros. Después fuimos a la calle donde estaba la Audiencia. Al llegar a dicha calle nos fue imposible continuar nuestro camino a causa del intenso tiroteo que había. Nos quedamos en la esquina pegados a la pared, mirando la calle por la cual a la terminación de ella se veía impotente la Casa del Pueblo. Se me antojó un gigante defendiéndose de las acometidas de sus enemigos. Me quedé absorta en muda contemplación y por mi imaginación pasaron en un relámpago las noches pasadas, las fatigas, los sobresaltos y más que nada los hermanos muertos que sabía estaban refugiados allí sin un arma, sin una defensa, nada más que el cobijo que les daba la que aún era su casa, cobijo que sabían que poco les iba a durar, pero yo veía con amargura y rabia concentrada que estábamos sufriendo una derrota, la más grande…»

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