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Derechos de autor

Enciclopedias con trampa

‘El diccionario del mentiroso’, de Eley Williams, desvela las entradas falsas en esos manuales para proteger derechos de autor

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La fotógrafa Lillian Virginia Mountweazel nunca existió pero aparece en una enciclopedia de 1975, una entrada ficticia para proteger los derechos de autor en diccionarios que ha dado nombre a esta práctica: los mountweazels son esas trampas escondidas a las que la britanica Eley Williams dedica una novela.

El diccionario del mentiroso , editado por Sextopiso, es el título de la novela de Eley Williams, profesora de Escritura Creativa de la Universidad de Londres, que explica en una entrevista con Efe cómo conoció la existencia de los mountweazels en 2005 por un artículo para The New Yorker de Henry Alford, quien acuñó este término. lford hablaba de estas entradas falsas que los autores de diccionarios y enciclopedias incluyen en ocasiones para facilitar la detección de un posible plagio si se descubre que ese término erróneo reaparece en otros.

Gazapos intencionados

«Es una práctica bastante común, también en los mapas, donde se incluyen nombres de calles falsos»

Y se hacía eco de una de las más conocidas, incluida en las páginas de la Nueva Enciclopedia Columbia, de 1975: una imaginaria fotógrafa apellidada Mountweazel, quien supuestamente se habría hecho famosa por sus reportajes sobre «los autobuses de Nueva York, cementerios de París y los buzones de la Norteamérica rural». Habría muerto «a los 31 años, como consecuencia de una explosión, mientras realizaba un encargo para la revista Combustibles ». «Parece ser una práctica bastante común: también ocurre con los mapas, donde se incluyen nombres de calles falsos (en inglés a menudo denominados trap streets ) para proteger la infracción de derechos de autor. Creo que esto revela una buena mezcla de creatividad, difamación y picardía: ¡la combinación perfecta para una novela!», asegura Williams.

Astucia a plena vista

A la autora le fascina la idea de que los lectores sean engañados: «Parte de la astucia de la trampa de los ‘ ountweazel es que la palabra nunca debería ser descubierta, ya que nadie la buscaría para leer su definición: se esconde a plena vista. Pero, dado que es una palabra falsa, existe esta noción de duplicidad, y eso me lleva a considerar hasta qué punto podemos confiar en las fuentes o recursos, o en textos aparentemente ‘autorizados’». Articulada en capítulos que van de la A a la Z, la escritora construye una historia llena de amor y humor que transcurre en el Londres de 1899 y en la actualidad.

En la primera etapa el protagonista es un lexicógrafo encargado de redactar los términos que comienzan por la letra S en un nuevo diccionario enciclopédico y piensa que su única oportunidad de dejar una huella en la posteridad serán sus entradas fraudulentas. Un reguero de palabras falsas que investigará en la actualidad la becaria de una editorial.

La propia Williams ha tenido que inventarse para El diccionario del mentiroso algunas de estas palabras. Así incluye ‘relectopatía’, como «hecho de releer sin querer la misma frase o línea debido a la falta de concentración o interés»; ‘peculequia’, como «fantasía de que con dinero se puede comprar cualquier cosa»; ‘asnidoroso’, definido como «que emana un olor de un burro ardiendo»; o ‘paracmástico’, que define a «aquel que busca la verdad con astutos métodos fraudulentos en época de crisis».

Leer acerca de los mountweazels , explica, le hizo considerar la vida y los fundamentos de los lexicógrafos: «¿Por qué eligieron ese proyecto?, ¿cómo interpretaron el lenguaje y cómo tienen la autoridad sobre la mejor manera de definir las palabras?, ¿pueden los diccionarios ser subjetivos, idiosincrásicos, excéntricos?», se pregunta. Y explica que «los diccionarios a menudo se consideran secos y polvorientos, más relacionados con la administración que con la creatividad», pero asegura que al aprender sobre «los seres humanos —¡defectuosos!— que a menudo se pasan por alto en la historia de la lexicografía y el lenguaje», descubrió historias que le parecieron buena materia prima para la ficción.

No envidia la tarea de los lexicógrafos porque, se pregunta, «¿hasta qué punto debería uno intentar mantenerse al día con las palabras de una jerga, por ejemplo, o las acuñaciones evanescentes que un día son aptas para su propósito -por ejemplo, por desgracia, ‘brexit’- cuando antes no tendrían sentido en una oración?». Precisamente, esto es lo que quería abordar en la novela y reflexionar sobre hasta qué punto puede un lexicógrafo saber lo que requerirá el lenguaje del futuro y decidir quién arbitra la «obsolescencia» en términos de vocabulario y cultura.

Y por eso cree que el uso de diccionarios impresos puede desaparecer pronto debido a que es mucho más fácil actualizar una entrada en línea en lugar de esperar a una «nueva» edición escrita, pero asegura que los echará de menos. Sorprendida por el éxito de su novela, Williams recuerda que Borges escribió una vez que «las raíces del lenguaje son irracionales y de naturaleza mágica» y cree que todos compartimos la curiosidad por el uso y el mal uso del lenguaje».

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