Diario de León

Misterio en el patrimonio

La ermita más indescifrable de León

El investigador David Gustavo López desentraña los misterios que encierra San Lorenzo, en La Vid de Gordón Una leyenda ‘explicaba’ hasta ahora la existencia de un sepulcro medieval y un ara astur

La ermita de San Lorenzo. DAVID GUSTAVO LÓPEZ

La ermita de San Lorenzo. DAVID GUSTAVO LÓPEZ

León

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Es el vigía del desfiladero de La Gotera. Un edificio de apenas 10 por 5,5 metros, ‘colgado’ sobre un peñasco de vértigo. Se trata de la ermita de San Lorenzo, anteriormente dedicada a San Vicente. Su acceso es tan abrupto que los vecinos de La Vid de Gordón solo la visitan una vez al año, en la festividad del mártir que fue asado en una parrilla.

Una fascinante leyenda sobre un dragón ha difuminado la historia de esta extraña construcción que en la Edad Media perteneció a San Isidoro, tal y como acredita un documento del año 1176 por el que el Papa Alejandro III confirma al monasterio de San Isidoro de León la propiedad sobre La Vid y dos iglesias, una situada en el pueblo y otra «en el lugar cierto donde yace San Vicente».

El investigador leonés David Gustavo López acaba de publicar en la revista Antropología , que edita la Sociedad Española de Antropología y Tradiciones Populares, un trabajo sobre la que hasta ahora era la ermita más ‘indescifrable’ de León.

La leyenda da algunas ‘pistas’ al investigador. El culebro de la Gotera, un gigantesco monstruo, exigía un cordero cada día a un vecino. Cuando le tocó el turno al herrero, que no tenía ovejas, le pidió que le entregara a su propia hija, quien se encomendó entonces a San Lorenzo. El santo se presentó con sus dos hermanos, San Vicente y San Pelayo, y dio de comer al dragón brasas ardientes recubiertas de tocino. Al explotar el cuélebre, perecieron también los hermanos menores de San Lorenzo. Pasó entonces por este lugar una acémila portando un arca de alabastro, en la cual metió el santo los cuerpos de sus hermanos y siguió al animal hasta donde éste quiso detenerse. Allí construyó una ermita, aprovechando el esqueleto del culebro como estructura y, tomando el arca de Vicente y Pelayo, la introdujo en el nuevo edificio. La leyenda la recoge en 1580 Pedro Zúñiga de Avellaneda, abad de San Isidoro.

López destaca que, curiosamente, los tres santos no eran hermanos. Cree que la leyenda los vincula por la gran devoción que inspiraban en la Edad Media los tres jóvenes mártires.

El supuesto sepulcro de San Vicente y San Pelayo y, adosada a sus pies, el ara dedicada a los dioses Queunuros. DAVID GUSTAVO LÓPEZ

Lo cierto es que en el camino que conduce a la ermita hay diseminadas ocho o nueve huellas con forma de herradura, algunas «remarcadas» en tiempos modernos, pero ya citadas en documentos del siglo XVI. Según la leyenda son las herraduras de la mula que condujo a San Lorenzo. David Gustavo López tiene otra teoría: se trata de petroglifos, muy parecidos a otros en la cercana Asturias, datados en la Edad del Hierro.

Un sarcófago medieval

En el interior de la ermita hay un sepulcro (de 2,25 por 1,15 metros) que ocupa prácticamente la mitad del diminuto edificio. El sarcófago es probablemente del siglo X, según López. Actualmente «no contiene nada en su interior», como se puede comprobar a través de un orificio que existe en su lateral. «Un desconchón en el encalado que recubre toda la sepultura deja a la vista algunos grafismos de paleografía medieval, imposible de interpretar mientras no se decape la cal».

El ara de Reburro

Lo más curioso es que el sepulcro está literalmente adosado a un ara astur de 75 centímetros de altura, del siglo II, dedicada a los dioses indígenas Queunuros, supuestamente deidades de la naturaleza. Tiene grabada la inscripción: «A los dioses Queunuros, Julio Reburro cumplió su voto de buen grado como debía». Esta traducción la hicieron en 2012 investigadores de las universidades de Zaragoza y el País Vasco, financiados por el Ministerio de Ciencia e Innovación.

Explica López que Julio Reburro sería un personaje relevante, cuyo nombre era frecuente en territorio astur. Quizá de su apellido surgió la historia de la mula.

David Gustavo López concluye que «en la ermita de San Lorenzo parece haberse producido una perfecta continuidad de culto a unos dioses menores desde tiempos pre o protohistóricos hasta nuestros días».

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