Diario de León

Literatura

«España condena, odia y destruye la inteligencia»

A Arturo Pérez-Reverte se le reveló el Cid como personaje de ficción viendo una peli de John Ford. Está más que satisfecho de Sidi (Alfaguara), su novela histórica y de aventuras ambientada la frontera del Duero en el turbulento siglo XI. «Es un western medieval», avanza. Una fábula en la que corren ríos de sangre, en la que se viola, degüella, mutila, esclaviza y se saquea, con olor a muerte, sangre, sudor, estiércol, cuero y humo. Sidi quiere decir ‘señor’, que así llamaban los andalusíes a Ruy Díaz de Vivar. Es también el ‘Campidoctor’, el dueño del campo, protagonista de un libro legible como «un manual de liderazgo» que constata que en España, hoy como hace un mileno, quien saca la cabeza se arriesga a que se la corten.

El escritor Arturo Pérez Reverte. LUCA PIERGIOVANNI

El escritor Arturo Pérez Reverte. LUCA PIERGIOVANNI

Publicado por
Miguel Lorenci
León

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En el inicio de la cuenta atrás para las cuartas elecciones en cuatro años, elude glosar la ineficacia de nuestros políticos. «Ni palabra; no quiero que me envilezcan al personaje», dice sarcástico. Pero enseguida se explaya sobre la mediocridad congénita de un país «que condena, odia y destruye la inteligencia» y «penaliza el saber y la cultura». «Desconfiamos de las élites. Cuando una personalidad de esas tan necesarias para construir las referencias y los mitos de los pueblos brilla en lo político, lo cultural o histórico, aquí nos encargamos de machacarla».

Ofrece con Sidi «un manual de liderazgo» más que necesario en un país que solo encumbra a mediocres. «Al liderazgo político llegan solo quienes pasan los filtros de la mediocridad que empiezan en el colegio, con un sistema educativo concebido para machacar la brillantez y la inteligencia», insiste. «Es especialmente virulento y hace que el inteligente se acompleje, no demuestre su capacidad y sepa que si levanta la mano se la cortan; que opte por callar y pasar inadvertido».  

De Napoleón a Clausewitz  

Reverte ha leído «todo» sobre liderazgo para perfilar a «su» Campeador. Para narrar «cómo un infanzón burgalés de segunda fila caído en desgracia se convierte en una leyenda a su pesar», explica. Por eso novela su primer año de vida en el exilio, «cuando sale con sus huestes a buscarse la vida». «Es una reflexión sobre cómo mover la conciencia y la voluntad de los hombres válida para una mesnada de mercenarios del siglo XI y para los ejecutivos de una empresa de telefonía móvil el XXI», resume.  

Su líder es un soldado de fortuna, un proscrito que «lucha contra moros y cristianos y está al servicio de ambos. Un Cid que reza con unos y con otros, pero que hoy no tendría causa, porque no es tiempo para héroes». «Me encantan los mercenarios», dice el creador de Diego Alatriste y Lorenzo Falcó. «Tienen mala prensa, pero todos somos mercenarios de quien nos paga», los defiende el escritor celebrando «la suerte que supone ser hoy mercenario de mí mismo, aunque lo siga pagando». «Prefiero un mercenario profesional y bien pagado y a un voluntario entusiasta. El mercenario es muy respetable: vende su trabajo, no su vida, y no veo la menor connotación negativa del vocablo».  

La lealtad es otro eje de un relato épico sobre la forja de una leyenda que su protagonista no quiso alimentar. «Conozco los mecanismos que hacen leales a los seres humanos. Los he vivido en la guerra, no en libros ni películas», se ufana el curtido corresponsal bélico. «La lealtad se gana con actitudes, no con ideas».

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