Diario de León

Joaquín Pérez Azaústre. escritor

«Esta sociedad tan interconectada es la más deshumanizada de todas»

Algo de Kafka, y algo de Lynch, y algo de Auster, aletea sobre ‘Los nadadores’, la inquietante novela que este autor cordobés acaba de publicar en Anagrama y que hoy presenta en León. «Hoy, nos arrastran vientos que no sabemos de dónde vienen», reflexiona.

El narrador y poeta Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976).

El narrador y poeta Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976).

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e. gancedo | león
León

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Una piscina. Un hombre nada en ella. Unas sombras lo vigilan. Y, poco a poco, las personas que lo rodean empiezan a desaparecer... sin dejar rastro. Es la escalofriante premisa de Los nadadores , la novela que el poeta y narrador cordobés Joaquín Pérez Azaústre, uno de los más laureados autores jóvenes del momento, acaba de editar en Anagrama y que hoy presenta en la librería leonesa Alejandría junto al escritor Luis Artigue.

—¿Cómo surgió la chispa inicial de una obra tan turbadora?

—Pues mira, surgió nadando. Iba a una piscina en la que, cuando nadaba mucho, solía tener una gran sensación de soledad. Y si miraba hacia arriba veía a través de una cristalera unas sombras fantasmagóricas que se movían... y también influía el regreso, entre aquellos grandes edificios de Madrid, completamente vacíos. Era plácido pero también inquietante. Eso me hizo reflexionar sobre la posibilidad de estar completamente solo en el mundo y de escribir una novela.

—¿La escribió inmediatamente después de ocurrírsele?

—No, aquello pasó en el 2006 y lo dejé en reposo hasta retomarlo en el 2009. Entonces la escribí de manera continua y, como suelo hacer con mis novelas, la dejé en un cajón para que ‘respirase’ unos cuatro meses. Y es entonces, cuando uno ha tomado la suficiente distancia y perspectiva, al hacer esa relectura y esa reescritura críticas cuando, desde mi punto de vista, se escribe de verdad, cuando te sientes un artesano que trabajas con materia viva, cuando modelas y atornillas las palabras. Hasta entonces el proceso ha consistido sobre todo en una pulsión acumulativa, en un soltar lo que uno lleva dentro.

—¿Y deja el texto a lectores concretos para que lo lean?

—Sí, y esta novela ha tenido muy buenos lectores. Es un cometido difícil en el que hay que ser sincero: no todo es relativo en literatura, si falla la verosimilitud, por ejemplo, falla todo.

—¿Es su piscina metáfora de la ciudad moderna, un lugar en el que las personas pasan unas al lado de otras sin apenas rozarse?

—En efecto. Jonás y el otro protagonista de la novela ponen apodos a la gente que también nada en la piscina: ‘Australia’ es uno de ellos, llamado así porque eso es lo que pone en su bañador. Pero son ficciones de relaciones, apenas les conocen de nada. Un día este ‘Australia’ no va a nadar. Y lo mismo ocurre con otras personas. No son muertes violentas ni producidas por algo concreto, la gente simplemente desaparece dejando un espacio vacío y la ciudad cada vez más despoblada. Es metáfora de la ciudad actual pero también de esta sociedad cada vez más interconectada pero también deshumanizada, sin saber ni querer saber.

—¿Qué conclusión saca, pues, de esta indagación sobre la identidad y la existencia?

—No llego a ninguna conclusión, no es ese el propósito de la novela; afronta el paso por la vida sin llegar a conclusión alguna, como sucede con el mismo enigma de la existencia.

—Se han hecho muchas lecturas del libro, filosóficas, sociales, políticas...

—Esas lecturas son legítimas aunque muchas no formaban parte de la idea original: se ha dicho, por ejemplo, que refleja una generación concreta, y es verdad, estos sentimientos son propios de los treinteañeros de hoy, no de la gente de la Transición. La similitud con las desapariciones en las dictaduras latinoamericanas es tangencial; allí, bajo una apariencia de normalidad, se intuía lo que pasaba, aquí nadie sabe. Tal y como sucede actualmente, somos arrastrados por vientos que no sabemos ni de dónde vienen.

Lugar: Librería Alejandría (Fajeros, 2).

Hora : 20.00.

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