Diario de León

Un tesoro recuperado por la Interpol

El gran robo de la Catedral no resuelto

Es uno de los episodios más oscuros. Nunca se supo quién perpetró el mayor robo ocurrido en la Catedral de León, el del ‘Libro de las estampas’, un tesoro recuperado hace 45 años por la Interpol en Londres. El Cabildo culpó a un inocente y nunca le ha pedido perdón.

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Ángel García ni olvida ni perdona. El obispo Luis Almarcha y el deán le señalaron, pero la Policía nunca le consideró sospechoso. García, pintor y restaurador, era entonces secretario del Museo Diocesano. Todo ocurrió la noche del 8 de julio de 1969. El Libro de las estampas se exhibía en una vitrina sin cerradura. El deán solía abrir la tapa, extraer el manuscrito y mostrar a las visitas importantes las excepcionales ilustraciones de uno de los libros más valiosos de la Catedral de León.

Aquella noche, cuando el museo ya había cerrado, según cuenta García, el deán llevó a un grupo de altos funcionarios hasta el denominado Códice 25, conocido también como Libro de los testamentos de los reyes de León. Fueron los últimos testigos.

A la mañana siguiente, el secretario del museo se sorprendió al ver vacía la vitrina número 2. Preguntó uno por uno a todos los canónigos, para descartar que alguno lo hubiera cogido prestado. Inmediatamente, notificó su desaparición al obispo y a la Policía. El robo se silenció durante cinco años.

El pintor y restaurador Ángel García, al que el Cabildo acusó de robar el códice

La primera noticia de la sustracción del códice la dio este periódico el 3 de marzo de 1974, en un artículo sobre la venta y expolio del patrimonio titulado El arte leonés ante el desastre . El periodista Manuel A. Nicolás relataba: «La desaparición y fuga más significativa la constituye El libro de las estampas. Puede que, por no ser oficial, nunca más se ha sabido ni nadie quiere decir nada». El artículo denunciaba «la falta de seguridad y seriedad de la mayor parte de los museos leoneses»; y como ejemplo ponía al Museo Arqueológico, con sede en San Marcos, donde las lápidas romanas habían sido impunemente «coloreadas».

Una de las imágenes del libro

Tras el robo, Ángel García, fue cesado por el obispo, haciendo constar expresamente que era «el único responsable del hurto» de un códice que el deán tasó en un millón de pesetas, según declaró posteriormente a la Policía. García, en cambio, aportó datos exactos de un códice «de valor incalculable», como su tamaño, detalles de cada una de las ilustraciones, el estado de cada pergamino y cinco diapositivas en color.

La información fue remitida inmediatamente a la Interpol, con copias de las estampas, dibujadas por el propio Ángel García, que fueron distribuidas por las comisarías de toda Europa.

Dos años antes de este suceso, la entonces directora del Departamento de Libros Antiguos de la Biblioteca Nacional, la astorgana Isabel Fonseca, se había quejado de la falta de seguridad en la sala de los códices del Museo Diocesano. Tal era la desidia con la que se exponían auténticos tesoros que Fonseca decidió intervenir. Gestionó una subvención del Ministerio de Hacienda, por importe de 50.000 pesetas, para la compra de unas vitrinas que permitieran exponer sin riesgo los valiosos manuscritos.

«El dinero fue ingresado en la cuenta personal del deán». Se compraron únicamente dos vitrinas y en ninguna se guardó El libro de las estampas, según García.

El viaje del libro

Los investigadores encargados del caso hallaron la primera pista sobre el paradero del códice leonés en una librería de viejo de Vigo, que se lo había comprado a un estudiante. El Libro de las estampas llegó a manos del súbdito alemán Helmut Tnner. El director de la Biblioteca de la Universidad de Heidelberg descubrió en 1976 que el códice leonés aparecía en el catálogo de una subasta organizada por el anticuario londinense Martin Breslauer. Inmediatamente avisó al Cabildo de la Catedral de León. La Interpol montó un dispositivo con un estrecho seguimiento de la obra, hasta que pudo interceptar el libro.

Ángel García nunca olvidará la mañana del 9 de junio de 1976. Se encontraba restaurando unos frescos en Soria y recibió una llamada. Era Isabel Fonseca para comunicarle que la Interpol había recuperado el códice. «Lo tengo encima de mi mesa», le dijo emocionada.

Ahora, 45 años después, el artista no puede perdonar, «porque nadie del Cabildo se disculpó por el daño que me hicieron».

A diferencia de otros códices, el Libro de las estampas es un ejemplar único, del que no llegó a hacerse ninguna copia en época medieval.

El códice fue devuelto a la Catedral leonesa siete años después por Saturnino Gutiérrez Valdeón, juez que inició las primeras diligencias del caso. El libro no llegó intacto. Alguien había arrancado la estampa con el retrato del rey Ordoño II. Nunca ha sido recuperada. La Policía sospechó que la imagen fue utilizada como una especie de ‘prueba de autenticidad’, para que los posibles compradores pudieran verificar su origen, sin tener que trasladar el códice por media Europa.

Curiosamente, en la decoración de las estampas los expertos han visto la mano de dos artistas distintos: uno habría sido el autor de la imagen perdida de Ordoño II; y el otro habría retratado a Ordoño III, Ramiro III, Vermudo II, Fernando I, Alfonso V, Alfonso VI y la condesa Doña Sancha en el momento de ser apuñalada.

Aunque el códice es insustituible, en el momento del robo existían dos fotocopias completas del mismo, una en el Archivo Histórico Nacional y otra en el Archivo de la Catedral.

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