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Las grandes ‘Pecadoras’ de la historia

Victoria Román dedica un libro a las mujeres célebres maestras de la seducción

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Alfredo Valenzuela
León

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De María Magdalena a Mata-Hari hubo una sucesión de grandes mujeres que mercadearon con su cuerpo, en algunos casos para recorrer el camino que va del burdel al palacio, como cuenta la periodista Victoria Román en Pecadoras (Casiopea), una revisión histórica de mujeres que también supieron influir en su época. El libro lleva el subtítulo de Maestras de sexo y la seducción porque, según ha explicado a Efe su autora, «la idea inicial se centraba en las prostitutas célebres de la Historia, de ahí que, aunque maestras del sexo y la seducción, se trata de mujeres que cargaron con el estigma del pecado, y con el de la lujuria para más vergüenza, tenidas en su momento o en posteriores revisiones por prostitutas o muy cerca de serlo».

Román ha seleccionado a algo más de una veintena de «mujeres malas» que «han quedado en el imaginario colectivo como unas pecadoras cuando buena parte de ellas mercadearon con sus encantos por supervivencia o para prosperar en unas sociedades que no les brindaban demasiadas oportunidades; o como un modo de ejercer su libertad, que de todo hubo, entre sabias, modelos, musas y hasta empresarias de sí mismas».

Los buenos clientes

Los reyes estuvieron rodeados de meretrices, como la célebre Teodora de Bizancio

La autora advierte de que no ha hecho una investigación histórica, sino que ha tratado de ofrecer «un enfoque cercano y narrativo» de cada una de estas mujeres para que el lector «las entienda mejor, mostrándolas en un momento decisivo de sus biografías y con un registro acorde al tiempo y al entorno social de cada una de ellas, ya sea a través de su propia mirada o la de los otros».

Entre las más antiguas, Román ha mencionado a Aspasia o Lais de Corinto, la primera «toda una maestra de elocuencia alabada por muchos de los filósofos de su época e inspiradoras ambas de artistas clásicos, como lo sería Friné, todas ellas curtidas en el arte de la seducción al ser hetairas». Posteriormente ha seleccionado a antecesoras de las cortesanas, como Verónica Franco, esta sí con su tarifa ‘delle puttane’, o esas otras «inducidas por sus propias familias y hasta por su madres para estar al servicio sexual de reyes y prohombres, como lady Castlemaine, favorita de Carlos II de Inglaterra, o madame de Pompadour y Madame du Barry, que se suceden en la cama de Luis XV».

Román evidencia «lo buenos clientes» que fueron los reyes y que «fueron muchas las que accedieron a las testas coronadas, algunas con unos inicios muy cercanos a la prostitución, desde la mismísima Teodora de Bizancio, meretriz al parecer antes que emperatriz --a la inversa que Mesalina, que como esposa del emperador Claudio no se cortaba para ejercer como prostituta y hasta medirse con ellas-- o la Bella Otero, capaz de reunir en una ‘royal party’ a todos los reyes y herederos al trono del momento».

Princesa del pueblo

Igualmente ha reservado unas páginas para Nell Gwynn, «toda una princesa del pueblo en su tiempo, llorada en su funeral tanto como lo sería Lady Di».

«Algunas lograron fama y dinero, además de ser influyentes y celebridades como Skittles o Lily Langtry, ambas amantes de Eduardo VII, la primera transformada después en estrella del espectáculo, como Genevieve Lantelme, con un final que recuerda al de Nathalie Wood», ha señalado Román para recordar que «también fueron estrellas Lola Montez, Mata-Hari, Cora Pearl o la Bella Otero, todas ellas inventadas a sí mismas, aplicando su imaginación para enmascarar una realidad más sórdida».

Están también las modelos de los más famosos artistas, como Louise Meurent, que alternaba sus posados para Manet con su trabajo en los prostíbulos parisinos, o Kiki de Montparnasse, bordeando la prostitución en los cafés bebiéndose la vida junto a los artistas de la vanguardia y cayendo en ella de nuevo cuando París dejó de ser una fiesta.

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