Diario de León

Entrevista | Andrés Neuman, escritor

"Hemos permitido que la cosmética se coma a la estética"

El escritor hispanoargentino Andrés Neuman hace hoy doblete en León. Por la mañana se reúne con alumnos del IES Eras de Renueva en torno a ‘Hacerse el muerto’. A las 19.00 horas, en la Biblioteca San Isidoro de la Universidad, presenta su nuevo libro, ‘Anatomía sensible’, donde disecciona el cuerpo, como un forense literario, en 30 miembros. Afirma que el photoshop «es una máquina de destruir cuerpos normales del imaginario colectivo». Él se adentra también en los «rincones desatentidos y subestimados».

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—¿El propósito de ‘Anatomía sensible’ es desmitificar el cuerpo?

—No sé si está mitificado. Creo que más bien está mal leído y oprimido. Hay ciertos  mitos del cuerpo que  tienen que ver con su perfección, pero el mito tiene su parte buena. El problema es que negamos cómo es el cuerpo. Me interesa poetizar la normalidad del cuerpo y todo eso que llamamos imperfecciones del cuerpo y que están llenas de posibilidades literarias y estéticas. La gran mayoría de los cuerpos están invisibilizados. Desde la literatura se puede hacer un trabajo para combatir esa dictadura cosmética que nos impide celebrar lo que somos y cómo somos.

—¿Actúa como un forense literario que disecciona el cuerpo en 30 miembros?

—Sí, la diferencia es que estos cuerpos están más vivos que nunca. Más que diseccionar me gusta pensar que el libro pasa una lupa por el cuerpo, no para detectar la imperfección y censurarla —que es lo que haría el photoshop— sino para señalar aquello que necesitamos aceptar, gozar y poetizar. El libro está dividido en 30 zonas anatómicas y la estrategia es desdramatizar las zonas más conflictivas, afrontar con ironía y sin prejuicio zonas demasiado cargadas en nuestra atención visual, como pecho, nalgas o genitales, y conceder una atención máxima a esos rincones desatendidos y subestimados en la tradición poética, como codos, sienes o talones.

—¿Le resultó complicado abordar partes como la vagina sin caer en estereotipos patriarcales?

—Sin duda. El estereotipo patriarcal es la educación de género  que hemos recibido todos, hombres y también mujeres. Consulté con mujeres cercanas para recoger sus impresiones. La voz del libro no es la mía, sino que es una voz mutante y colectiva. He ido construyendo una voz que recogiese distintas identidades de género y sexuales; y con humor y cariño se habla de los genitales femeninos y masculinos. Siempre se dice que la vagina es el origen del mundo, pero estando en el siglo del feminismo habría que decir que es más bien el futuro del mundo. Nuestra relación con el cuerpo se va tiñiendo de moral, educación, prejuicios, consumo, expectativas... y toda esa maraña hace que sea difícil mirarnos al espejo con naturalidad. 

—¿El photoshop es un arma de sometimiento?

—Puede serlo. En principio es una herramienta visual interesante y un utensilio de las artes plásticas. Pero no se limita a ser un software, sino que se ha convertido en una lógica cultural que tiene que ver con invisibilizar todos los cuerpos que no son canónicos y reprimir lo que entendemos como imperfecciones y defectos. Es una máquina de destruir cuerpos normales del imaginario. Eso es inmensamente opresivo. Hemos photoshopeado nuestra imaginación y nuestras expectativas y, por tanto, la mayoría odia su cuerpo o lo siente invisibilizado. Hemos permitido que la cosmética se coma a la estética. La estética pertenece a la filosofía; y la cosmética es una industria que reproduce un modelo dado sin cuestionarlo. La cirugía estética, en realidad, es cirugía cosmética. Sería interesante, en lugar de quejarnos, contribuir a crear modelos alternativos de belleza para que, cuando cerremos los ojos, veamos algo más que maniquíes, modelos anoréxicas y cuerpos que terminan siendo gordofóbicos y viejofóbicos.  

—¿Se va a hacer el muerto con los alumnos  del IES Eras de Renueva?

—Hasta que me resuciten los estudiantes. Me gustan mucho los diálogos con estudiantes, porque suele ser un público muy fresco y menos invadido por los prejuicios; y por otro lado, tienen un código de referencias y unos hábitos culturales distintos a los míos, así que aprendo muchísimo. Fingiré ir a contarles cosas, pero en realidad iré secretamente a escuchar y aprender.

—¿Cambia del ensayo a la novela y de la poesía al relato corto para no atarse a géneros?

—Me resulta más placentero explorar el horizonte del lenguaje. Se parece a viajar. Siento que la poesía y la narrativa se ayudan mutuamente y se enseñan; son dos lógicas y dos lenguajes que pueden enriquecerse. Al pasar de un libro a otro muy diferente vuelvo a sentir que no sé escribir; y eso me parece el punto de partida para seguir progresando. 

—¿Después de escribir ‘Anatomía sensible’ cambió su percepción sobre la belleza?

—Sí. El libro es consecuencia de esos cambios en la percepción de la belleza. El libro fue el fruto natural de un proceso en el que cada vez me indignaba más la forma despótica en que se compran, venden y alquilan los cuerpos hoy en día. Televisiones, revistas, cine... se han convertido en una pasarela absurda en la que todo el mundo es joven y bello. Eso es fastidioso en términos ideológicos y pobre estéticamente. Si no logramos poetizar el 99% de los cuerpos reales del mundo, en el fondo no sabemos nada ni de cuerpos ni de poesía. 

—¿La estética está unida de forma no inocente a la ética?

—La cuestión es que toda estética, lo quiera o no, lo pretenda o no, esconde unos principios. Sobre gustos sí está todo escrito. No hay nada más condicionado, educado y sesgado que el gusto. El gusto no es espontáneo ni se desarrolla en el vacío. Respeto todas las estéticas, siempre y cuando se hagan cargo de su ética implícita y no la disimulen.

—¿Cómo lleva etiquetas del tipo «el mejor escritor de su generación»?

—No me haría responsable de semejante generación. Diría algo así como ‘gracias, mamá’.  Hay muchos buenos escritores y escritoras hoy en día como para ponernos a competir.

—¿Desde qué parte del cuerpo escribe, desde el estómago o desde el corazón?

—La idea que subyace en el libro, a pesar de su división estructural, sería reconciliar esos polos que solemos pensar juntos. Por eso el libro acaba con un capítulo muy juguetón sobre el alma, titulado Multicuerpo del alma. Creo que la literatura que más me gusta es la que cumple con aquello que dijo Unamuno: «Piensa sentimientos, siente el pensamiento». Nunca he pensado que haya que elegir entre el corazón y la cabeza. 

—¿Se permite alguna frivolidad estética?

—Claro, muchas. Son todas inconfesables. Hay que bajar la guardia alguna vez. Estoy seguro que todo cinéfilo incurre en su casa en alguna comedia romántica. Me parece importante no tomarse uno mismo en serio. No es recomendable aspirar siempre a lo sublime. La frivolidad y la ligereza sirven para tomar distancia con respecto a la propia seriedad y encontrarla muchas veces saludablemente ridícula.

—En esta sociedad en la que somos más consumidores que ciudadanos, ¿ve factible la rebelión?

—En lugar de pretender refundar el capitalismo, creo que avanzaríamos mucho siendo conscientes de cómo y para qué consumir. La pequeña rebelión que cada uno puede hacer en su vida y en el entorno —porque no creo en las grandes rebeliones utópicas en las que un grupo de iluminados cambia el mundo— es consumir de manera responsable.

—Para alguien que está en contra de los cánones, ¿cuál es su ideal de belleza?

—No sé si deseo un ideal de belleza. Pienso en la belleza como algo elástico y diverso, donde la diferencia de cuerpos fuese un estímulo y no un estigma. El problema de la belleza física es ir de ideal en ideal. Haría una enmienda a la totalidad de un ideal de belleza.

—¿A qué parte del cuerpo le resultó más difícil hincarle el diente?

—Antes de empezar el libro creía que lo más difícil sería dedicar varias páginas al codo, a la axila o a la rodilla. Sin embargo, me di cuenta de que esas periferias anatómicas generaban muy fácilmente literatura, porque había mucho campo libre y poco tráfico poético. Sobre las zonas más consabidas, esas tres o cuatro partes que monopolizan casi obsesivamente nuestra atención física, me costó más esfuerzo no reproducir lugares comunes. Lo más difícil es mirar de otra manera.

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