Diario de León

PATRIMONIO

«Iglesias hay muchas, pero palacios como el de Grajal muy pocos, y éste es único»

Promonumenta hace ‘socio de honor’ el próximo sábado al laborioso alcalde de Grajal, Francisco Espinosa .

Francisco Espinosa, en la Plaza Mayor con la iglesia de San Miguel y la casa-palacio de los Vega a su espalda.

Francisco Espinosa, en la Plaza Mayor con la iglesia de San Miguel y la casa-palacio de los Vega a su espalda.

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e. gancedo | grajal
León

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Cuando uno echa un vistazo a las actividades programadas para febrero y marzo por Promonumenta, la veterana asociación en defensa del patrimonio leonés, la mirada queda grapada al título de ‘socio de honor’, que en esta ocasión ha sido concedido a Francisco Espinosa, el incansable alcalde de Grajal de Campos. El próximo sábado día 22 la sociedad ha convocado un viaje cultural a esta villa de enorme legado histórico para, de nuevo, recorrer sus monumentos y entregar a Espinosa la distinción.

Un hombre que a lo largo de sus veinte años al frente de la alcaldía no ha ahorrado fatigas, viajes, llamadas, consultas, papeleos y mil peticiones de subvención —no muchas atendidas, pero él persiste—, y que a fuerza de empeño personal ha conseguido que los atractivos turísticos de la villa no estén desparramados por el suelo. «Me hace mucha ilusión el premio de Promonumenta porque ellos fueron los primeros que me ayudaron hace ya veinte años», comentaba Espinosa al Diario, recordando aquella primera hacendera , a la que siguieron muchas otras, en el palacio de los condes de Grajal («casi no se podía entrar a él porque estaba lleno de maleza; la verdad, no había ni por dónde cogerlo»). A partir de ese momento, y con la ayuda inestimable de miembros y directiva de la asociación, Espinosa buscó sin descanso a los herederos del monumento —acabaron dando con ellos en el norte de Burgos— y en 1998 los convenció para que vendiesen al pueblo, por el simbólico precio de 6 pesetas, esta auténtica maravilla renacentista que estaba a punto de convertirse en una pura ruina.

El palacio ha ido resucitando «pero muy poco a poco», arreglándose parte a parte con cantidades ganadas a pulso ante todas las administraciones públicas, gestión que ahora Promonumenta agradece a este terracampino que vivió y trabajó hasta la década de los ochenta en el País Vasco y que a su regreso, una vez comparado el trato que se daba al patrimonio en su patria chica con el que se deparaba en Euskadi, decidió probar maña con el bastón de mando. Ahora, a punto de convertirse en octogenario, contempla las luces y sombras de su mandato en lo que respecta al mantenimiento de la historia y el arte en la villa.

«Hemos conseguido arreglar toda la parte Sur del palacio, las arquerías y el patio, lo que supone, aproximadamente, la mitad del monumento —enumera Espinosa—; entre unas cosas y otras se habrán invertido en él cerca de 500.000 euros, la verdad, tal y como estaba, hemos podido hacer mucho, mucho».

Albergue en la mazmorra

Otra de sus ilusiones está depositada en el albergue, ya próximo a ser rematado después de una inyección de 40.000 euros, y que, curiosamente, se ha habilitado en las antiguas celdas del palacio (incluso quedan, y Francisco los muestra, algunos de los grilletes de hierro con que, según dice, quedaban los presos sujetos por la cintura). Un albergue que dará servicio a los cada vez más numerosos peregrinos que atraviesan el pueblo —por el Camino de Madrid, y también por el Francés tras un mínimo desvío— y a cualquier persona que desee alojarse en él, como quiso recordar el alcalde. Una cantidad similar a la hasta ahora invertida podría alcanzar para acabar de restaurar el palacio renacentista que mandara edificar Hernando de Vega, presidente que fue del Consejo de las Órdenes Militares, ministro del Consejo de Indias, alcaide de las Torres de León... esto es, la primera línea de la nobleza del siglo XVI —en el llamado ‘jardín de los olivos’ sembraba las mejores plantas medicinales de Europa—, y es que Espinosa no abandona su sueño, largamente acariciado, de que esta rara joya arquitéctonia pueda convertirse en el gran Parador Nacional de la Tierra de Campos. «Iglesias hay muchas, pero palacios como éste, muy pocos, éste es único», recuerda.

Tampoco han faltado empresarios y corporaciones interesados por el inmueble para convertirlo en hotel de lujo, pero la fuerte inversión necesaria y la inminencia de la crisis fulminaron esos intentos. Ahora sirve de escenario a las cenas medievales y a muchos otros actos que celebra Grajal en verano, acoge la información turística, salas de actividades, algunas obras artísticas y el legado etnográfico. Rincones que enseña Espinosa con verdadero cariño por lo propio y la franqueza siempre a flor de boca. Por ejemplo, está muy agradecido a la Diputación por las numerosas ayudas que ha recibido para restauraciones pero lamenta que en el verano del 2013 no les enviaran el guía turístico de otros años; la labor recayó, cómo no, en él mismo. Pero Grajal de Campos es mucho más: la gran iglesia de San Miguel; el convento de la Virgen de La Antigua —adquirido por un empresario hotelero, aunque su uso aún está en el aire—; la ermita de la Virgen de las Puertas en un antiguo torréon defensivo, con su airoso arco de aire mudéjar, último exponente del recinto amurallado; el hospital de Nuestra Señora de La Antigua; las casonas... y cómo no, el impresionante castillo, cuya evacuación de aguas el alcalde está decidido a arreglar.

«Es la primera fortaleza íntegramente artillera que se eleva en España y la única que queda completa —ilustra Espinosa—, con prisiones en las que se encerraba a los vecinos de Grajal cuando se levantaban contra sus señores, hartos de pagar diezmos a la iglesia y quintos al conde; y molino de tracción animal donde fabricaban pólvora». El alcalde y su propietario, el duque de Alburquerque, firmaron en 2003 un contrato de comodato —especie de cesión—, prorrogable por 35 años sobre este castillo, declarado monumento nacional en 1931. Y ofrece curiosidad: «Fíjate que los cañones y las troneras apuntan todos al pueblo, ninguno a campo abierto». Por cierto que otra cosa que lamenta es que su proyecto de recuperación integral, redactado hace unos cinco años, «continúe durmiendo en un cajón». O que las curiosas bodegas mozárabes, una vez restauradas hace un tiempo, sigan cerradas al público por sus propietarios.

Llano, sencillo, incombustible, Francisco puede estar horas hablando de su pueblo («se me cayó el alma al ver estos abandonos», dijo cuando volvió a residir aquí) y en sus sueños contempla un Grajal como gran joya mudéjar, gótica, renacentista y de arquitectura del barro completamente puesta en valor, un Olite navarro o un Loarre aragonés... pero en León. En 2007 fue declarado Bien de Interés Cultural. Pero para alcanzar el sueño de Espinosa seguro que aún habrá que esperar...

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