Diario de León

Publicado por
alfonso garcía
León

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Aunque uno esté a la espera de ciertas despedidas definitivas, más cuando son de nombres entrañables y profundamente queridos, el dolor de la pérdida se acentúa en ese rincón secreto de los afectos y reconocimientos más arraigados y sinceros. Me ha llegado la noticia en la distancia, en ese interminable paseo de la soledad a que concita el cariño y, sobre todo, la admiración, dos pilares básicos que explican la certeza de que Concha Casado Lobato, doña Concha es uno de los paradigmas del buen hacer, del saber hacer, de esa humilde sabiduría que, sin embargo, estaba esencialmente vinculada a la acción, el mejor síntoma de que la fragilidad nunca tuvo cabida en ese espíritu que la dotaba de energía. Ahora, cuando se acentúan las pérdidas de una generación de leoneses posiblemente irrepetible, me llena de gozo recordar que hace apenas unos años recibió el cariño y el homenaje de cientos de personas anónimas, que es, sin duda, la fórmula más eficaz de la sintonía con el pueblo y cuanto de él deriva. Ella siempre supo muy bien que la raíz de la sabiduría genuina y última está en el ámbito del pueblo y sus manifestaciones.

La única debilidad de esta mujer única se ancló en la coquetería de la edad que siempre mantuvo en la esfera del secreto, con episodios realmente curiosos, cuando no simpáticos, seguramente testimonio del espíritu joven que en todo momento empujaba los resortes de la fortaleza hasta convertirse en obstinación. Con un profundo y sólido arraigo de convicciones en todos los órdenes, Concha fue ante todo una mujer obstinada que no cejaba en el empeño hasta conseguir aquello en lo que creía. Bendita obstinación. La lista ejemplificadora se haría también aquí interminable. Recuerdo dos de manera especial. El plan de recuperación de algunos espacios de La Cabrera la mantuvo durante horas y días en la antesala de no pocos despachos para que el olvido, o la desidia, que de todo se cocía en los palacios, no hiciera mella en el proyecto, siempre convenciendo a través de la palabra, de la creencia y del entusiasmo razonado. O cuando empujaba, a pie de obra, la restauración del monasterio de Gradefes. Por poner solo dos ejemplos de los múltiples hitos que sembró por las geografías de esta tierra y que, a la larga, se han rendido a la evidencia de su necesidad y de su acierto. Es cuando uno toma realmente conciencia de cuán necesarias son mujeres, y hombres, como Concha Casado, que, sin ambiciones personales, ofrecen generosidad como única pauta de comportamiento. Y la ofreció a raudales, en silencio. Descender al detalle por parte de quienes compartimos algunas de las travesías de su vida sí que permanecerá en la esfera de lo que ha de quedar sellado. Y es que Concha era una luchadora por la colectividad, por el bien de todos al que dedicó su vida. Nunca solicitó nada para ella, ni distinciones ni privilegios. Además de actitud que supone la honra que surge de la elegancia del espíritu, máxima aspiración de ciertos seres excepcionales, se convirtió en el camino que apoyó la reciedumbre de su independencia y de su fuerza. La sabiduría humilde, en definitiva, la que dice y hace sin detener nunca el aliento.

La tristeza de su ausencia quedará compensada con el testimonio de su ejemplo. Gracias, querida Concha, por ser como fuiste. Gracias, porque en el cielo de los sueños habrá hilo, husos y ruecas para seguir tejiendo la cordialidad, la sonrisa y el esfuerzo como lección de vida. Magnífica lección, amiga.

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