Diario de León

JULIO LLAMAZARES escritor

«Las catedrales de hoy están muertas por culpa de sus cabildos»

Le ha llevado 16 años recorrer las 75 catedrales de España una a una, pero este periplo por el alma en piedra de un país ya ha sido completado. El libro de viajes ‘Las rosas del sur’, segunda parte del proyecto, se publica en septiembre y en él Julio Llamazares deja constancia de la belleza de estos edificios aunque también de la mercantilización total en la que han caído. «La de León es un ejemplo claro. Ya sólo la visitan los turistas», dice. Y todo ello, a causa de la «voracidad recaudatoria»..

Llamazares, en su casa de La Mata de la Bérbula donde pasa parte del verano.

Llamazares, en su casa de La Mata de la Bérbula donde pasa parte del verano.

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e. gancedo | la mata de la bérbula

Ha viajado siguiendo las huellas lunáticas y a la vez reveladoras de Alonso Quijano, se ha embarcado en singladuras fluviales por orillas sin puerto franco (a través del Curueño, del Duero), ha hecho visibles lugares de resonancia mítica como Jauja, las Batuecas o nuestra Babia, y recorrido valles cercanos pero a la vez lejanísimos, por ejemplo los del Tras-Os-Montes portugués. Julio Llamazares (Vegamián, 1955) ha cultivado la poesía, la novela, el ensayo y el artículo de prensa pero, como buen apátrida, natural de un lugar que ya no existe, es también un aplicado devoto de la literatura de viajes. Un género en el que se inició con El río del olvido (1990) y a bordo del cual ofreció hace diez años Las rosas de piedra, una mirada literaria a las catedrales de la mitad Norte del país. El proyecto culmina ahora en septiembre, cuando Alfaguara publicará su esperada continuación, Las rosas del sur, peregrinaje agnóstico pero no carente de espiritualidad en el que Llamazares ha comprobado que estos fascinantes edificios están, hoy, «muertos» para los sentimientos religiosos.

—Su periplo por las catedrañes de España es de largo aliento. ‘Las rosas del sur’ aparece diez años después de la primera parte del proyecto. ¿Por qué? ¿Lo ha terminado ahora, o lo ha dejado ‘reposar’ en el cajón durante este tiempo?

—Lo concluí el 31 de marzo y acabé de escribirlo un mes después. El viaje (mejor: los viajes, pues fueron catorce en total) a través de las catedrales españolas lo comencé en septiembre de 2001, o sea, que he empleado dieciséis años largos de mi vida en él. Pero no me he dedicado a ese proyecto en exclusiva. Entre medias, he escrito otras muchas cosas, he publicado novelas, la última hace tres años. Digamos que ha sido un proyecto de largo aliento que he alternado con otros trabajos y viajes.

—¿Qué visión de España permite este viaje a través de sus catedrales? Entiendo que artística e histórica, claro, pero también social, de cómo se comporta un país ante el turismo, ante su patrimonio...

—Permite muchas visiones, muchas miradas. Sobre España y sobre los españoles, pero también sobre la condición humana, el paisaje y los paisajes diferentes, la arquitectura, el arte, la gastronomía, la historia. Las rosas de piedra (incluyo en él Las rosas del sur, que es como se titula la segunda parte que ahora se publica por incluir las de la mitad sur de España; el primer tomo, que también se reedita ahora, incluía solo las de la mitad norte) es la suma de varias pasiones: la literatura de viaje, las catedrales, España… Nació de mi fascinación por esos edificios fabulosos que se construyeron mayoritariamente en la Edad Media y en la Edad Moderna y que, a mi entender, resumen la esencia de este país en el que nací. Yo me preguntaba: ¿Qué mejor forma de conocerlo que deshojando esas rosas de piedra que son sus mejores y más bellas creaciones arquitectónicas y artísticas?

—¿Cómo solía actuar? ¿Acudía directamente a la catedral como un turista o fiel más, se daba primero una vuelta por la ciudad, se entrevistaba con el deán o con algún otro representante eclesiástico...?

—El libro no es una guía de viaje. Y mucho menos arquitectónica. Hay arte y arquitectura, como también hay actualidad e historia, pero fundamentalmente es literatura, literatura de viaje en estado puro. En lugar de seguir un camino tradicional o un río como he hecho en anteriores libros, en éste recorro España a través de sus cajas negras, que son lo que para mí constituyen las catedrales de cualquier país. Resumen su historia, la idiosincrasia de quienes las construyeron, se miran en el paisaje, dialogan (que diría un cursi) con la ciudad en la que se alzan, participan de su definición. Tras visitar las 75 catedrales de España y recorrer los caminos entre unas y otras, tengo claro que mi visión del país al que pertenezco ha cambiado. Está más documentada, más llena de conocimiento.

—Por lo general, ¿cómo ha sido recibido en estos lugares sacros?

—Ha habido de todo. Depende de las personas que las cuidan o las explotan. Por desgracia, la mayoría de las catedrales están ya mercantilizadas por completo. En los dieciséis años que he empleado en recorrerlas he visto cómo esa mercantilización y esa musealización se ha generalizado, muchas veces, hasta extremos absurdos. La de León es un ejemplo claro de ello. Ya sólo la visitan los turistas.

—¿Qué diferencias más palpables ha encontrado entre las catedrales del Norte y las del Sur? ¿O, en realidad, no hay ninguna?

—Hay una fundamental: las de la mitad norte son medievales en su mayoría, fueron hechas en plena lucha contra los árabes; las de la mitad sur se levantaron, en cambio, cuando concluyó la llamada Reconquista, por lo que muchas de ellas ocupan el lugar de antiguas mezquitas árabes, incluso en algún caso, como en Córdoba, conviven con ellas. Hay más diferencias, lógicamente, que tienen que ver con la idiosincrasia de las regiones en las que están o con los estilos arquitectónicos imperantes cuando se construyeron. Por ejemplo: en las de la mitad norte del país abundan sobre todo el románico y el gótico mientras que las de la mitad del sur (de Madrid para abajo) son principalmente renacentistas y barrocas. También neoclásicas o y modernas, como la de La Laguna, en Tenerife, la primera que se levantó en hormigón en lugar de con piedra.

—¿Qué catedral, de las que incluye en esta segunda parte, le ha sorprendido más, y por qué razón?

—Todas tienen su interés. Las de Toledo o Sevilla impresionan por su riqueza y sus dimensiones, pero hay otras que lo hacen por otros motivos. La Mezquita de Córdoba es una de las maravillas del mundo, pero la de Guadix, por ejemplo, que dicen es la decana de las españolas, pues fue la primera diócesis de la península (del siglo I después de Cristo) según la tradición, emociona por su antigüedad. Cada una tiene sus atractivos. No hay ninguna catedral que no tenga su interés, hasta las más pequeñas, como las de Ceuta o Huelva.

—Las catedrales, ermitas, santuarios... suelen ser nido de personajes singulares, insólitos, interesantes. ¿Destacaría alguno en concreto, de los que le han salido al paso?

—Eran. Ahora están muertas prácticamente todas. Las han matado los cabildos al cerrarlas para su explotación turística. En algunas regiones, como Andalucía, hasta han privatizado esa explotación, lo cual es una vergüenza, puesto que las catedrales son de todos, no de la Iglesia. Ahora llegas a muchas catedrales y las únicas personas a las que ves son el hombre o la mujer que te vende la entrada y a turistas siguiendo las explicaciones de sus audioguías como autómatas. No se puede hablar con nadie. La comunicación entre las personas se ha perdido por completo. De aquellos guías pintorescos, sacristanes singulares, canónigos sabios o estrafalarios, visitantes con los que podías pegar la hebra, ya solo queda el recuerdo, salvo excepciones. Las catedrales de hoy están muertas. Las han matado los cabildos con su voracidad recaudatoria. Cuesta mucho mantenerlas, pero no se puede hacer de esta forma.

—Entonces, ¿cómo conviven, en estos lugares, fe y turismo, culto y visitantes ociosos? ¿En precario equilibrio?

—Mal, claro. Como comprenderás, las catedrales hoy en general ya sólo tienen de religioso el nombre, salvo excepciones. En muchas de ellas ya ni siquiera hay culto o, si lo hay, se realiza a escondidas y a horas intempestivas para cumplir con la obligación y cuidando, eso sí, de que la gente no pueda ver el templo sin pagar. Lo digo con conocimiento, pues he pasado un día entero en cada una de las 75 catedrales españolas, entrando y saliendo y hablando con sus cuidadores, la mayoría trabajadores sin ninguna relación ya con la religión. En muchas de ellas es más difícil encontrar a un sacerdote que a un japonés.

—¿Y qué puede aprender un ateo, o un agnóstico, visitando las catedrales de España?

—Muchas cosas. De arte, de arquitectura, de historia, de literatura… También leyendas y curiosidades. Las catedrales están llenas de fantasía y belleza. Lo que un ateo, o un agnóstico como yo, no encontrará en ellas es un gramo de espiritualidad. Me refiero a la espiritualidad religiosa. Las catedrales hoy son recipientes bellísimos, pero vacíos. La religión ha huido de ellas. La han expulsado los propios curas con su voracidad crematística, pese a que les moleste que algunos lo manifestemos en público. Deberían saber que es lo que piensa la mayoría de la población española, incluida la que se declara religiosa y practicante. 

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