Diario de León

José María Merino. escritor y académico

«Las cosas ya nunca serán como antes y me temo que empeorarán»

La prueba de que al escritor y académico leonés José María Merino le gustan los experimentos es ‘El río del Edén’, donde se atreve por primera vez a novelar una historia de amor y, para hacerlo más complicado, narrada en segunda persona. Afirma que estamos viviendo un cambio histórico de tal magnitud que a veces no sabe si está en otro planeta.

Imagen de archivo del escritor y académico leonés José María Merino tomada en su casa madrileña.

Imagen de archivo del escritor y académico leonés José María Merino tomada en su casa madrileña.

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—¿’El río del Edén’ es un libro de amor o un drama familiar?

—Las dos cosas, aunque la idea primera es que fuera una historia de amor, con traición, arrepentimiento...

—¿El Edén está en el Alto Tajo?

—Sí, efectivamente descubrí que era un lugar muy adecuado. Allí está la laguna de Taravilla, donde según la leyenda el conde don Julián arrojó sus tesoros. Y aquel lugar del traidor, el causante mítico de la invasión árabe, me parecía adecuado para centrar el amor de una pareja.

—¿Por qué eligió la segunda persona para esta novela?

—Le di muchas vueltas. Al principió pensé escribirla en primera persona, desde la mirada de Daniel. La segunda persona es como la primera, pero alejada y objetivada. Me pareció que era una apuesta y, como a mi me gustan los retos, decidí escribirla en segunda persona.

—¿Es más complicada la segunda persona?

—Sí, porque tiende a detener la narración y yo quería que la historia fluyese. Quería ver cómo quedaba esa experiencia.

—¿Lo consiguió?

—Creo que se ha cumplido lo que me había propuesto.

—¿Este es un libro de escenarios?

—Hace años escribí El lugar sin culpa en una isla y ese escenario es casi un personaje. Después, La sima , en la montaña de León, cerca de Villablino, que era también otro personaje. Y ahora, al imaginar un edén, quise que actuara como un personaje.

—¿Estos tres libros forman una trilogía?

—A la primera la subtitulé Los espacios naturales . A las demás no quise ponerles subtítulo, pero sí que son un conjunto, una trilogía.

—¿Las historias las perfila y las deja madurar antes de escribirlas?

—Si es un cuento, no. Los veo o no. Se enciende una chispa o no. Una novela es un proceso lento, una larga excursión. Esta historia iba a ser sólo un amor entre dos jóvenes, pero se me fue complicando con su hijo discapacitado. Una novela es una historia de borradores. Las novelas las voy descubriendo poco a poco.

—Cada capítulo lleva un mandala, un laberinto hecho a bolígrafo, ¿es el dibujo su vocación frustrada?

—Seguro que es una vocación frustrada. En este caso los dibujos son un homenaje a Tere, el personaje fallecido, a la que le gustaba hacer mandalas.

—¿Un escritor debe defenderse con las armas que tiene?

—¡Con qué otra cosa! Aunque algunos utilizan el márketing. Un escritor debe defenderse con la pluma y con la imaginación. Luego hay aspectos extraliterarios que nada tienen que ver siquiera con la calidad de la escritura.

—En sus libros hay secundarios magistrales, ¿no le ha tentado darles una segunda oportunidad como protagonistas?

—A veces. Luego se me ocurre una idea nueva y ahí se quedan. Si tengo tiempo, tengo un borroso proyecto que recoja elementos de diversas novelas y quizá rescate a esos personajes. En El río del Edén hay una tía bióloga que es la Gloria de El lugar sin culpa.

—¿Le suenan estos tiempos a los de la España de su infancia?

—No. Cuando vives mucho te da vértigo, porque las cosas suceden como no esperabas. Crees que la tendencia es a mejorar y, de pronto, te encuentras en una realidad que es el colmo de las desdichas. Viví aquella infancia en la España oscura del franquismo y de la Iglesia. Luego se fue mejorando. Ahora no sé si estoy en otro planeta.

—¿Tiene cierta querencia por los personajes atormentados?

—No atormentados. Si somos serios con nosotros tenemos que tener cierto desasosiego. La felicidad también está hecha de cosas tristes. Mis personajes tal vez son conscientes de que hasta lo mejor está teñido de tristeza. Tengo ahora presente la muerte de Santos Alonso, un amigo, y eso tiñe la vida de melancolía.

—¿Qué le diría al ministro Wert?

—Le diría que si hunde la educación el futuro está destrozado. Hay cosas de las que no se puede prescindir. Es como el chiste del campesino que decía: «Ahora que acostumbré a mi burro a no comer, va y se muere». La educación es fundamental para un país. La tabla rasa para todo es catastrófica y mortífera, sobre todo para la educación, que lo que necesita son apoyos y no recortes.

—¿Ahora más que nunca la literatura debe recuperar su vertiente de entretenimiento?

—La literatura siempre debe hablar de lo que nos pasa. Debe intentar analizar el corazón humano, bien desde la perspectiva intimista, como esta novela, o desde un punto de vista social. La literatura debe aclarar lo que somos. El Quijote es una novela divertida y que nos hace reflexionar sobre la condición humana. La buena literatura nunca es aburrida.

—Se cumplen ahora 50 años del llamado ‘boom’ latinoamericano, ¿cuál es su predilecto?

—En cierto modo los escritores latinoamericanos vinieron a sacudir el marasmo en que estaban los españoles, con una dictadura y una censura difíciles de pelar. Sin embargo, la ficción ya existía en esta lengua.

—¿Qué opina de la decisión de Javier Marías de rechazar el Premio Nacional de Literatura?

—Cada uno es dueño de sus ideas y puede hacer lo que quiera. También Sartre rechazó el Nobel.

—¿Le daba pudor hablar de amor?

—Tenía ganas y nunca me había metido de lleno. Se me ocurrían otras cosas. Ahora quizá, como me he hecho mayor, me lo planteé de repente.

—¿Estamos viviendo la revolución de los ricos?

—Posiblemente. Estamos viviendo un cambio histórico. Las cosas ya nunca serán como antes y me temo que empeorarán por este pensamiento neoliberal de querer quitar fuerza al Estado que, a diferencia del liberalismo francés, se está volviendo en contra de los ciudadanos.

—¿Le gusta revolver en las librerías?

—Voy a tiro hecho. Acabo de comprar Cuentos de Nueva York, de O. Henry, pero me gusta fisgar. Las librerías cada vez están menos nutridas, aunque hay muchos best sellers . Lo bonito de una librería es que tenga muchos libros y puedas sorprenderte porque haya joyas de pequeñas editoriales.

—¿Alguna vez relee sus libros antiguos?

—No, aunque recientemente me he visto obligado porque Santos Alonso publicó una edición crítica de Los invisibles.

—¿Qué está cocinando ahora?

—Estoy dando vueltas, sin prisas, a una serie de cuentos para un libro. Son cuentos muy distintos.

—¿Y una nueva novela?

—Tengo un fantasma que aún no tiene forma y que voy a tardar en sacar. Esta novela me ha dejado muy cansado.

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