Diario de León

Literatura

Y la lengua leonesa se hizo libro

Madre e hijo, Eva González y Roberto González-Quevedo, se embarcaron en la odisea literaria de publicar en leonés. ‘Poesías ya cuentus na nuesa tsingua’ fue el título que ahora cumple 40 años

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León

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Fueron pioneros. Fueron los primeros en atreverse a publicar en lengua leonesa. Asunto que puede ser tan minoritario, como mayoritarios los palos que pueden caer por un quítame allá ese término. Pero madre e hijo, esto es, Eva González y Roberto González-Quevedo, se embarcaron en la aventura literaria de publicar en leonés. Y así fue como llegaron a Poesías ya cuentus na nuesa tsingua , que al valor ya de por sí de la publicación cuenta con el añadido de haber sido la primera en lengua leonesa. Y es este 2020 cuando se cumplen 40 años de esta seguro que entonces odisea literaria.

Roberto González-Quevedo muestra total emoción al rememorar aquel proyecto, solo superada por el recuerdo de su madre, fallecida en 2007. «Ya siendo estudiante de COU tuve la idea de hacer algo por nuestra lengua, tan eufónica como abandonada. Mi madre estaba al tanto de este deseo y quiso el destino que, al poco de terminar mi carrera universitaria en Madrid, ella, Eva González, comenzara a enviarme desde Palacios del Sil por correo postal poemas que me sorprendieron por su valor literario, cultural y humano. De esta manera, cuando comenzaba mi etapa de profesor de Filosofía me di cuenta de que sería una excelente idea publicar un libro escrito totalmente en nuestra lengua tradicional», resalta.

El lunes 28 de enero de 1980 acabó de imprimirse y el jueves 31, el coautor lo llevó a las librerías

Ese fue el germen de la idea, que permitió pasos más o menos rápidos, ayudados por la formación de González-Quevedo. Tal es así, que él mismo apunta: «Yo, por mi parte, elaboré también textos literarios para dicho libro, porque tenía la intención de que la obra no fuese sólo una recreación de las emociones del pasado, sino también la invitación a seguir un camino que apuntaba al futuro».

Ya puesto el material sobre el terreno, en aquel 1980 leonés se planteaban dos circunstancias. Por un lado, el qué conseguir por parte de los autores, y la repercusión u objetivos que se pudieran alcanzar en un terreno tan delicado, siempre sometido a crítica y debate, tanto argumental como territorial.

«Queríamos poner en valor nuestra lengua y nuestra cultura contando, en verso y en prosa, experiencias personales, historias reales o fantásticas y recuperando la memoria de tradiciones maravillosas. Queríamos sacar a la luz la lengua propia, la de nuestros antepasados, a la que, aunque seguía viva en la vida diaria, parecía negársele valor y entidad. Deseábamos que la gente se concienciara de la riqueza que había en aquello que llevaban dentro sin saberlo», afirma.

"Aunque solo fuese por la luz de ese día, merece l a pena vivir la vida", dice González-Quevedo

Luego, González-Quevedo también se atreve a apuntar qué pasó. «Es probable que yo exagere y que no sea objetivo, pero creo que tuvo una repercusión cultural muy importante. En el Alto Sil, Laciana y Babia hubo mucha gente que se identificó con lo que aquel libro significaba. Tuvo un importante impacto simbólico en toda la provincia de León, porque por primera vez se rescataba la lengua del olvido y se demostraba su valor como medio de comunicación en el mundo de la cultura actual. Cuando pienso en la trascendencia de Poesías ya cuentus na nuesa tsingua yo comparo su valor y alcance al que, en aquellos días de grandes nevadas, tenía el primer gesto de abrir la güelga, el camino para salir del aislamiento», afirma.

Y como si lo entrañable y lo trascendente se conjugaran, tal vez la parte más reveladora sea la sentimental. Ya que es casi un cuento dentro de la historia general: «Claro que hubo dificultades, de todo tipo, pero se superaron con la fe y la ilusión que teníamos. Contábamos con el apoyo de la familia (mi hermano Enrique nos hacía unas ilustraciones bellísimas y muy apropiadas) y también de muchos amigos y lectores. Un recuerdo especial guardo de la Librería Marne de Villablino, que fue la sede de un auténtico club de incondicionales y un faro de difusión. Aquellas dificultades se borraron de mi memoria. El lunes 28 de enero de 1980 acabó la imprenta sus trabajos y el jueves 31 yo recogí el libro y lo llevé a las librerías. Era una mañana soleada de invierno. Para mí, aunque sólo fuese por la luz de ese día, merece la pena vivir la vida».

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