Diario de León

El cerco de Leningrado.

Leoneses en la batalla más sangrienta de la historia

El segundo batallón del regimiento 262 de la División Azul, con 41 leoneses, participó en la que está considerada la batalla más dura y sangrienta de la historia de la Humanidad, en Krasni Bor. Hitler les consideraba una ‘banda de andrajosos’, pero tuvo que cambiar de opinión. Su historia la recupera ahora el militar Manuel Estévez Payeras en el libro ‘Solo muere el olvidado’.

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A José Manuel Estévez Payeras, militar en la reserva, le interesaba la vida de su abuelo, el comandante José Payeras Alcina, que pereció en la batalla de Krasni Bor, en el cerco de Leningrado, considerada la más dura y sangrienta de la historia. Estuvo años investigando sobre el batallón que comandaba, el segundo del Regimiento 262 de la Wehrmach. Al final, ha escrito la historia de buena parte de los 650 hombres, entre ellos 41 leoneses, que combatieron en unas condiciones infernales y se enfrentaron, en una proporción de 1 a 13, contra el ejército soviético. «Se ha minusvalorado al Ejército Rojo, pero a partir de finales 1942 era tan potente como el alemán», afirma el autor. Los nazis pensaron inicialmente que eran una «banda de andrajosos»; pero con el paso del tiempo cambiaron de opinión.

La razón de que hubiera tantos leoneses (8 de la capital, 4 de Ponferrada, 2 de Villafranca y el resto de localidades como Encinedo, La Bañeza, Palazuelo, Vegarienza, Sahelices..) —tantos como madrileños— es que «el batallón fue reclutado inicialmente en el noroeste». Solo muere el olvidado narra las historias, la vida cotidiana y las acciones bélicas de este batallón de la División Azul en la campaña de Rusia entre 1942 y 1943. Con documentación extraída fundamentalmente de los expedientes que custodia el Archivo General Militar de Ávila, Estévez Payeras ha pretendido, como reza el título del libro —sacado de una de las estrofas del himno de Infantería—, que los hechos y los protagonistas no sean olvidados.

Por sus páginas desfila prácticamente todo el batallón, soldados como Joaquín Montaña, de Villafranca del Bierzo, alistado con el preceptivo permiso paterno al tener solo 17 años, y único que fue hecho prisionero de los 41 leoneses del batallón. Montaña, al que el fotógrafo villafranquino Ramón Cela dedicó «un libro excelente» —según Estévez Payeras— retornaría a España en abril de 1954, a bordo del Semíramis, junto a casi trescientos compatriotas. El ‘contingente’ leonés tuvo siete bajas y otros siete tuvieron que ser repatriados por heridas graves.

Hombres ‘recios’

En el II/262 de la llamada oficialmente División Española de Voluntarios Estévez Payeras no ha encontrado ningún caso de alistamiento forzado. «No consta en ningún expediente», asegura. «Había de todo, falangistas, apolíticos, gente religiosa y sin convicciones, casados, solteros, analfabetos, universitarios... un poco de todo. Una muestra de la España del momento». También, mineros, pescadores, agricultores, «gente muy recia. Por eso aguantaron tanto». Prácticamente solo tenían en común la edad, la mayoría eran jóvenes de 20 a 25 años. De los leoneses, solo 15 eran militares, 9 de ellos sargentos y dos oficiales.

El alférez Pedro Vallina San Martín tuvo mala suerte. Le dieron permiso por la muerte de su padre; se reincorporó al frente, y falleció su madre. El sargento Valentín Rodríguez Pastor fue uno de los más distinguios en batalla. «Hizo cosas de película», afirma Estévez Payeras. Otro de los más heroicos fue el radiotelegrafista Jesús Yugueros, que «destruyó el centro de telecomunicaciones cuando llegaron los rusos».

Héctor Álvarez apenas estuvo un mes en el frente. Murió la Navidad de 1942. El ferroviario Antonio Santiso era amigo del anarquista Durruti; y Ramón Alonso del Reguero, de Sahelices, recibió a sus 22 años la Cruz de Hierro.

Por la División Azul pasarían, durante dos años, más de 45.000 españoles, «porque hubo muchos relevos, al contrario que en las divisiones alemanes, porque creyeron que Rusia iba a ser un paseo».

Cartas a Conchita

El libro está vertebrado con las historias personales de los protagonistas, el diario de operaciones del batallón y la correspondencia entre el comandante Payeras y su esposa Conchita. «Algunas familias me dieron cartas, diarios y fotos», un material muy valioso para reconstruir fechas, tácticas, operaciones y la vida del campamento. Porque, en definitiva, la gran historia está construida sobre pequeñas historias. La «microhistoria», como dice Estévez Payeras. Pese a su condición de militar, al autor le ha interesado más el lado humano que el bélico; y relatarlo sin tomar postura política. «Fueron hombres muy valientes».

A través de los expedientes militares ha podido rastrear nombres, procedencia, sus fotos, los datos de sus padres, las propuestas de condecoraciones, las heridas de guerra o congelación... Apenas han quedado fuera el 5 o el 10 por ciento del batallón, de los que no encontró nada reseñable, porque «mi intención era citarlos a todos».

El primer destino del ‘batallón leonés’ fue Novgorod, entre octubre de 1941 y agosto de 1942. Posteriormente, fueron trasladados a Krasni Bor, entre septiembre de 1942 y noviembre de 1943, cuando la División Azul retornó a España. «El primer invierno fue durísimo, con temperaturas de 50 grados bajo cero. El segundo, tenían mejor equipo y el invierno resultó ligeramente más suave», cuenta Estévez Payeras. «Muchos murieron en el primer bombardeo de Krasni Bor». El autor de Solo muere el olvidado cree que ya no quedan supervivientes del batallón II/262. El último que localizó falleció este año. Era un sargento de cien años. En el frente no participan mujeres españolas, pero sí en los cuatro hospitales desplegados en Riga, Vilnus, Berlín y Königsberg.

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