Diario de León

CULTURA ■ CINE

Y la letra leonesa se hizo cine

La 2 de TVE emite hoy dentro de su espacio ‘Historia de nuestro cine’ la película ‘Filandón’, de Chema Sarmiento, rodada hace 33 años y en la que cinco autores de esta tierra narraban sus cuentos en comarcas que hoy parecen pura arqueología

Una de las escenas del filme. DL

Una de las escenas del filme. DL

Publicado por
León

Creado:

Actualizado:

e. gancedo | león

Literatura a 24 fotogramas por segundo. Eso fue El filandón, la película que el berciano José María Martín Sarmiento rodó en distintos parajes leoneses en 1984 y que además de constituir un singular experimento fílmico de mixtura entre lo narrativo y lo audiovisual, permite dos insólitas contemplaciones: la de una ciudad y unas comarcas con aspecto casi arqueológico (calles sin asfaltar, carros, burros, y ni rastro de feísmo arquitectónico) y la de un puñado de grandes autores leoneses entonces muy jóvenes que se interpretaban a sí mismos y cuyas narraciones iban hilvanando la película.

Dentro de su espacio Historia de nuestro cine, La 2 de TVE emite hoy a partir de las 22.00 horas el que fuera primer largometraje de Sarmiento —ahora profesor de la Escuela de Cinematografía de París—, una buena ocasión para descubrir o reencontrarse con unos paisajes, unas historias y unos rostros que unieron como nunca después se hizo la literatura, el cine y las cosas de León.

«Recuerdo aquel rodaje como una fiesta ilusionada al vernos en el inapropiado papel de actores que nadie teníamos (ninguno era actor profesional) —lo explica Pedro Trapiello, columnista del Diario, uno de los participantes—: todo fue rodaje de exteriores o interiores naturales y ni un solo gramo de plató, el equipo técnico eran todos de París, la directora de cámara era judía y el voluntarismo rigió la cosa hasta tal punto que el productor alucinó con lo gratis que salieron tantas aportaciones personales y ayudas de todo tipo, incluso prometiéndose hacer a partir de entonces todas sus películas en León...».

Trapiello aclara que Sarmiento «traía una idea de encadenar cinco cortos, pero no estaba muy al tanto de relatos breves en literatos leoneses, así que le sugerimos libros de Luis Mateo, Merino y Pereira; eligió y sumamos los de Llamazares y el mío, que en principio no eran los que al final se incluyeron: El Genarín presentó numerosas dificultades para el rodaje y se cambió por una nostalgia pantanera que Julio hizo de su Vegamián, y mi El tostadillo que ubiqué en las tierras de surco, adobe y vallina rumorosa para que el cromatismo comarcal leonés quedara más completo, se sustituyó por el enigmático Láncara».

En El filandón, que comienza con una de nuestras tradicionales hilas o filanderos en el escenario imponente de la ermita de San Pelayo, Luis Mateo Díez envuelve a clérigos y córvidos en el cuento Los grajos del sochantre, y el inolvidable Antonio Pereira, patriarca del cónclave, da inicio al delicioso, bercianísimo y altamente pereiriano Las peras de Dios. José María Merino, que ambientó El desertor en los años de guerra civil, llama a aquel rodaje «estupenda aventura». «Recuerdo el principio, cuando subimos en jeep hasta cerca de la ermita, por unas trochas y unos vericuetos que daban miedo, y cuando le comentamos al conductor, que iba a toda marcha, lo bien que conocía el camino, nos contestó, muy ufano: ‘¡Es la primera vez que subo!’».

Y rememora más detalles: «Los autores residíamos en Fasgar porque el equipo de rodaje, menos Chema Sarmiento, bajaba a dormir a León... Una noche organizamos una reunión en una cocina del pueblo para celebrar el cumpleaños de una señora —nos enteramos de ello y logramos encontrar tarta y bebida—. Inesperadamente nos preguntaron por los cuentos nuestros que se estaban rodando, aquello se convirtió en un auténtico filandón y tuve una experiencia importantísima: la de convertir sobre la marcha un cuento literario, escrito, en un relato oral... Por su parte, varios vecinos recitaron o leyeron poemas. Uno, que había sido pastor, nos leyó un romance propio en el que contaba cómo él y una pastora, en las noches de verano, se bañaban en el río Boeza y las truchas pasaban entre sus cuerpos desnudos, acariciándolos. El poema era tan hermoso que le dijimos al autor que nos lo diese para publicarlo en algún sitio. Entonces nos contestó: ‘¡Cómo si yo no supiese los duros que vale esto!’ y se lo guardó en el bolsillo, de modo que quedará inédito para siempre. Y también recuerdo los rodajes, meticulosos, repetitivos, hasta conseguir lo que Chema consideraba logrado. Fueron unos días magníficos... Yo creo que el resultado responde a lo que Chema pretendía: lograr un relato natural, lleno de situaciones sugestivas en el que, además, las historias se enlazasen misteriosamente».

Alabada por Bardem

En cuanto al buen o mal envejecer de la película, Pedro Trapiello anota que volver a verla «es situarte ante la dictadura del tiempo, que tanto nos maltrata, aunque no a la cinta, porque veinte años después y revisitándola en la universidad de Segovia junto al gran Juan Antonio Bardem, me comentó su gracia y su buenísima factura; en sus palabras había algo más que cortesía y eso nos animó mucho. El Filandón parece envejecer con buenas maneras».

A Merino le enorgullece haber participado en la película porque asegura que es «excepcional» en la historia de la cinematografía española «al entrelazar cine, literatura y oralidad», y la llama «todo un clásico». En cuanto a la provincia que refleja, tan diferente de la actual, piensa con gran sentido crítico que muchos pueblos de León «siguen sufriendo el mismo o mayor abandono». «La Constitución del 78, que tan bien nos vino a todos los españoles, a los leoneses (y me refiero a los que pertenecemos a eso que se llamaba Viejo Reino) nos unció a un yugo muy centralista e insensible si no enemigo de nuestra personalidad histórica y cultural, que ha resultado mucho más agresivo y dañino de lo que muchos vaticinábamos —argumenta—. Si León sigue ‘prehistórico’, perdiendo población de forma escandalosa y en los más bajos niveles del crecimiento español, se debe a la política nada fraternal que se gestiona desde los centros de poder de la autonomía a la que pertenece».

«Sí, todavía no llegaban fondos estructurales para desguazar sitios, planes piruleros para despilfarrar haciendo daño, ni alcaldes marbellíes o concejales amigos del mantecao con faroleos y fuentes de caballitos encabritados para esta rusticidad cazurra —recalca, a su vez, el firmante de la columna Cornada de lobo—. Ahí se ve cómo estaba la plaza del Grano o las calles de Burbia, pueblón al que increíblemente aún no había llegado la luz eléctrica ¡en 1984!... cantinas y casas se alumbraban con campingás».

Y para añadir veracidad a la cosa, el orujo que trasegaban los literatos era auténtico. «Hacía un frío tremendo y había que luchar contra él de alguna forma», dice José María Merino. Y Trapiello apostilla: «En fin, son recuerdos inolvidables los que me trae ese que en realidad fue el primer largometraje del cine leonés y seguramente la única película de producción cazurra que ha emitido la televisión francesa. También me acuerdo de cenar las patatorras con carque nos preparaba Yuma, que fue el ‘traidor’ de la película, el que traía de todo lo necesario en intendencias o conseguía lo imposible, como capturar grajos en una cueva de la montaña para las escenas de la Catedral».

tracking