Diario de León

Las letras pierden a su patriarca Eduardo Zúñiga

Magistral autor de relatos y apasionado eslavista, falleció ultimando sus memorias

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Miguel Lorenci | Madrid
León

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Las letras españolas se tiñeron de luto por la muerte de su decano. Con 101 años y sus memorias en marcha nos deja Juan Eduardo Zúñiga, autor casi secreto, tan admirado como minoritario. Falleció en Madrid, donde había nacido el 24 de enero de 1919. Huidizo patriarca, a su pesar, de la letras españolas, sus libros fueron siempre más apreciados por otros escritores que por el común de los lectores. Elogiado con largueza por colegas como Manuel Longares, Luis Mateo Díez, Antonio Muñoz Molina, Marta Sanz, Almudena Grandes o el difunto Rafael Chirbes, su discontinuo ritmo editorial registró largas ausencias y silencios en una carrera de siete décadas. Con la complicidad de su esposa, la editora, escritora y pintora Felicidad Orquín, jugó Zúñiga a ocultar su edad hasta cumplir los cien. Lento, aplomado y minucioso, ultimaba unas memorias para Galaxia Gutenberg y preparaba reediciones de algunas de sus primeras obras.

Olvidado maestro del relato, apasionado eslavista y traductor, Zúñiga obtuvo en 2016 el Premio Nacional de las Letras Españolas, un merecido galardón que le hacía justicia a los 97 años y que es el segundo en el escalafón tras el Cervantes, que sin duda merecía. El jurado lo reivindicó «como un maestro en el género del cuento realista y fantástico, en el ensayo literario y la traducción».

Los relatos sobre la guerra civil y la posguerra articulan la exquisita obra de este singular narrador para quien el cuento tenia «las medida de mi respiración». Hombre frágil, enjuto, barbado y esquivo, nunca quiso estar bajo los focos, y se mantuvo deliberadamente en un segundo plano.

Cuando estalló la guerra Zúñiga era un adolescente. Los médicos impidieron alistarse en las filas republicanas al enclenque mozalbete, hijo de un farmacéutico, que viviría aquella barbarie como algo «absurdo y desesperado». El drama y la tensa atmósfera bélica se grabaron a fuego en la mente de aquel muchacho que, ya octogenario, destejería la madeja de su dolorosa memoria para hacer la mejor literatura.

LA VOZ DE LOS DERROTADOS

Dio voz a sus víctimas más comunes, a los derrotados, en Capital de la gloria (2003), que le valdría el premio Nacional de la Crítica y el Salambó. Con él culminó la trilogía que dedicó a la contienda, medio centenar de conmovedores relatos cuyos otras entregas fueron La Tierra será un paraíso (1989) y Largo noviembre en Madrid (1980). «Traté de dar un barniz de heroísmo a las desgracias que cercaron a aquellas personas», explicó. «Mi claro compromiso no es exclusivamente político. Me comprometo con la población, con quienes fueron mis vecinos y con quienes fueron perseguidos y acorralados en una vida precaria y plagada de necesidades», agregó este defensor de la literatura como reconstrucción de la memoria.

Para Zúñiga el modelo en el cuento fue siempre Anton Chéjov y la crucial revolución que el genio ruso impuso en el género. «Dotó al relato de tristeza y humor, y siempre he soñado con Chéjov como un gran maestro», reconocía Zúñiga.

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