Diario de León

Lois, la fragua de la palabra

La RAE desembarca en esta localidad el día 24 para reconocer el papel que dos ilustres montañeses tuvieron en el desarrollo del guardián de la lengua española.

Imagen de la Casa del Humo de Lois, donde tendrá lugar el Filandón central de los actos.

Imagen de la Casa del Humo de Lois, donde tendrá lugar el Filandón central de los actos.

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cristina fanjul | león
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Pedro Manuel Álvarez Azevedo y Alonso Rodríguez Castañón tienen dos cosas en común. Los dos eran naturales de Lois y ambos formaron parte de la Real Academia de la Lengua a principios del siglo XVIII. Para no olvidar la hazaña, la Asociación Cultural y Deportiva La Cátedra de Lois se ha unido al tercer aniversario de la institución para acoger uno de los actos centrales de la conmemoración. El próximo día 24, los tres académicos leoneses —Luis Mateo Díez, José María Merino y Salvador Gutiérrez— estarán presentes en un acto junto al presidente de la RAE, José Manuel Blecua, para rendir tributo a los académicos de Lois. El acto será presentado por el crítico y columnista de Diario de León Alfonso García y contará con un filandón nocturno en la Casa del Humo.

Y es que no se puede olvidar que, a pesar de su aparente humildad, Lois puede presumir de haber tenido Cátedra de Latín durante más de dos siglos. Nada ocurre por azar.

Pedro Manuel Álvarez Azavedo fue caballero de la Orden de Santiago y Regidor perpetuo de la ciudad de Soria, desde 1714. Destacan en la Asociación de la Cátedra de Lois que ese mismo año era dueño de un rebaño de tres mil ovejas merinas y que, posiblemente, este hecho tuviera mucho que ver con su trabajo en la Real Academia de la Lengua, donde ocupó el sillón ‘T’.

Por su parte, Alonso Rodríguez Castañón se hizo cargo de la ‘C’ y entre los retos que conquistó destacan el haber rechazado el cargo fiscal de la Audiencia de México —sí aceptó el mismo cargo en Sevilla— y haber ocupado la Cátedra de Decretales Mayores y Menores en Alcalá de Henares.

Más ilustres académicos

Pero León puede presumir de contar con más académicos. A los citados nombres hay que unir los de Juan de Ferreras que, junto al Marques de Villena, fundó la Real Academia Española en 1713, Casimiro Flórez Canseco, Ricardo Gullón y Valentín García Yebra. Pero, ¿cómo son las sesiones de la Academia? ¿Cómo trabajan? ¿De qué hablan los académicos? ¿Cómo llegan a cincelar los significados de cada una de las palabras que después formarán parte de sus diccionarios?

José María Merino, que ocupa el sillón ‘m’, sostiene que trabajar con las palabras es una sensación casi mágica. «Resulta sorprendente ver cómo cambia su significado, como se matiza», manifiesta, y defiende que la Academia, a pesar de lo que pudiera parecer, es un sitio trepidante. El académico, que además es vicesecretario de la RAE, califica de enormemente satisfactoria su labor en la RAE y asegura que es un aprendizaje constante. «Recuerdo, por ejemplo, una comisión en la que estudiábamos palabras relacionadas con la retórica. La mayoría de ellas resultaban totalmente desconocidas, y al final de la reunión nos dimos cuenta de que muchas eran sinónimas».

Catedrático de Lingüística General en la Universidad de León, Salvador Gutiérrez ha centrado sus investigaciones en tres áreas del lenguaje: sintaxis, semántica y pragmática y en la actualidad su papel en la Academia se desarrolla en la Comisión de lenguaje científico-técnico. Pero, además, Gutiérrez es el director del Departamento de Español al Día y colabora en la edición de la Ortografía, el Diccionario Panhispánico de Dudas y la sección de consultas relativas a la norma. Es este departamento el que pone en conocimiento de las comisiones cuándo se dejó de usar una palabra, en qué países se utiliza, en qué sentido, sus acepciones o en qué momento comenzó a utilizarse.

También los particulares

Sin embargo, no es necesario ser académico para participar en la vida de la RAE. Cualquier particular puede colaborar en las tareas de la Academia: «En numerosas ocasiones llegan a las comisiones escritos de personas particulares —arquitectos, científicos, escritores, etc— que consideran que la definición de una palabra o alguna de sus acepciones debería cambiar, y lo razonan», manifiesta Gutiérrez. El catedrático explica que entonces, esa proposición pasa a la comisión correspondiente y al Instituto de Lexicografía. También hay ocasiones en las que se producen revisiones globales y a un especialista externo se le encarga un informe que, con posterioridad, la Academia estudia y adapta.

Luis Mateo Díez ocupa el sillón I desde el 20 de mayo del 2001 y define la labor de los académicos como un repaso continuo de las palabras. Para ello, los académicos se reúnen los jueves en sus comisiones respectivas. El escritor leonés lo hace en la de Ciencias Humanas, sección en la que comparte tarea con José María Merino, Mario Vargas Llosa, Darío Villanueva y Álvaro Pombo. Explica Luis Mateo que en ocasiones estas reuniones cuentan con la presencia de académicos americanos y precisa que esta es una de las muestras de la «conciencia común del español». «Es curioso. Las palabras son tan misteriosas que viajan entre las dos orillas», reflexiona. El literato asegura que la Academia ni inventa ni hace de policía del lenguaje y destaca que en los últimos años se han llegado a hacer requerimientos terribles a la Casa. Se refiere el creador del universo Celama a las peticiones que se han multiplicado acerca de la posibilidad de desterrar algunos de los significados peyorativos de determinadas palabras. Es el caso de ‘judiada’, por ejemplo. Y es que el escritor defiende que hay que ser sensible al patrimonio de la lengua y asegura que las palabras no atentan contra nada. «Lo primero que se hace al estudiar una palabra es revisar la documentación que ésta atesora, cómo se ha usado y en cuántas ocasiones», destaca, y añade que para que la RAE incorpore una nueva palabra se requiere que ésta hay sido utilizada al menos durante seis años.

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