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Luis Mateo Díez contacta con el espacio sideral

EL CAVERNAL, que podría parecer en principio un asilo, pero que se asemeja más a un arca de Noé perdida con seres que navegan en una edad sin tiempo, transcurre la nueva y extravagante novela de Luis Mateo Díez, que encara con humor las precariedades de la edad en ‘Los ancianos siderales’.

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Divertida, desconcertante y premonitoria. Así es la nueva aventura del escritor y académico leonés Luis Mateo Díez, Los ancianos siderales (Galaxia Gutenberg).

Hace unos años, el espacio exterior llevaba inexorablemente añadido el adjetivo sideral, término en desuso que el autor de El diablo meridiano ha rescatado para definir a los personajes que habitan en El Cavernal.

Se trata de un lugar que, a priori, podría parecer una extraña institución para ancianos, dirigido por las hermanas Clementinas, pero que se asemeja más a una suerte de arca de Noé perdida con seres que navegan en una edad sin tiempo.

Si en Juventud de cristal el autor puso la mirada en ese irreversible período en el que el ser humano cree que todo empieza y acaba con él, ahora, en cambio, se adentra en la etapa de la decadencia física e intelectual.

Portada del libro. DL

El Cavernal, ubicado en el ejido de alguna de las Ciudades de Sombra de esa singular cartografía creada por Luis Mateo, donde Celama es la única que exhala cierto fulgor, es el paisaje de interior de esta inquietante trama.

Los ancianos siderales es la primera novela del escritor leonés que se desarrolla en un mundo cerrado, en una extraña edificación perdida, un refugio fuera del tiempo o caído del cielo, impregnado por una espesa atmósfera.

«Es una novela que tiene un tono alegórico, con un humor entre surrealista y expresionista», dice. «También tiene un aire fantasmal». Cuando el autor de Los frutos de la niebla comenzó el libro, nadie habría creído que el mundo se vería azotado por una pandemia. Ahora, el texto adquiere también la categoría de presagio.

Humor

«Es una novela que tiene un tono alegórico, con un humor entre surrealista y expresionista»

Y es que, lo que sucede en el Cavernal, no hay quien lo remedie. Sus ‘inquilinos’ sobreviven con la expectativa de perpetuarse en un lugar de la estratosfera.

Los ancianos y las hermanas cuidadoras no son los únicos habitantes del disparatado geriátrico, donde también hay unas fantasmales almas desasosegadas y unos extraños seres coraceros. Los decrépitos protagonistas son miembros de una excéntrica cofradía que se relaciona con el trasmundo, con un más allá extraterrestre, a través de unos pájaros mensajeros.

Es una novela coral por la que deambulan personajes de todo tipo de pelaje, como un estrafalario doctor que hace dudosos experimentos médicos o un inquietante comisario de policía que lleva a cabo una inspección en una institución donde nadie es lo que parece.

Las "precariedades de la edad"

En el trasfondo de la novela subyace «una metáfora sobre las precariedades de la edad». Un microcosmos donde florecen los aborrecimientos entre seres quiméricos, con un acusado sentido de la enfermedad. Los ancianos, en todas sus variantes y perfectamente retratados, comparaten una conciencia de la edad como fin del mundo.

Luis Mateo espera que el libro llegue al lector «sin más prevenciones; que le subyugue y le fascine». Para él, reconoce, «ha sido una experimentación de escritura». El autor de La cabeza en llamas se ha arriesgado en un libro en el que admite que «la carcajada se te puede helar». Del humor vitalista de La fuente de la edad, Luis Mateo ha derivado hacia un humor del absurdo. No ha sido una transición forzada, del mismo modo que sus textos se han ido perfilando de la escritura barroca a la difícil sencillez.

Pese al aire premonitorio que ventila el libro, «no tiene nada que ver con lo que está pasando en la actualidad. No quiere ser una fábula contemporánea», afirma Luis Mateo, quien admite que la alegoría futurista es preocupante.

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