Diario de León

CULTURA

El maestro leonés que domina todas las artes

Natural de Solanilla, con apenas diez años entró en la Escuela de Artes y Oficios de León, a los 16 se proclamó campeón nacional de la madera y antes de los 20 ya tenía su propio taller. Es Epigmenio Llamazares, uno de los últimos restauradores del país que controla más de una veintena de especialidades

Con más de cinco décadas de trayectoria, Epigmenio Llamazares encabeza la empresa Artesanos Leoneses junto a sus hijos. JESÚS F.S.

Con más de cinco décadas de trayectoria, Epigmenio Llamazares encabeza la empresa Artesanos Leoneses junto a sus hijos. JESÚS F.S.

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PABLO RIOJA | LEÓN

«No se es un restaurador completo hasta que se dominan al menos una veintena de especialidades». No es palabra de Dios —para el que por cierto ha hecho algún que otro trabajillo— pero sí de Epigmenio Llamazares Gutiérrez, uno de los últimos maestros artesanos leoneses que aún ejercen un oficio cuyos días de gloria suenan ya algo lejanos. «Las antigüedades han devaluado su precio en torno al 30% con respecto a hace 50 años», señala desde la pequeña recepción de su tienda de la calle Buen Suceso en la capital. Allí pasa las horas ‘vivas’ convirtiendo en arte cualquier cosa que caiga en sus manos. «Muchos restauradores han muerto, otros se han jubilado». Él no tiene prisa. Sabe que pase lo que le pase su legado estará en buenas manos; las de sus hijos Beatriz, Miguel Ángel, Juan Carlos y Francisco Javier. «Son mis grandes aprendices», confiesa con la ‘boca grande’. Orgullo de padre al que aún le queda mucho por ‘forjar’.

Del niño de Solanilla que con apenas nueve años ya destacaba en la escuela gracias a sus trabajos manuales sólo quedan vagos recuerdos y las mismas manos tocadas por alguna suerte de musa. «La maestra le dijo a mis padres que tenía aptitudes y ahí empezó todo». Un años después entró en la Escuela de Artes y Oficios de León y a los 16 —luego de curtirse por diferentes talleres— quedó campeón nacional de la madera. «Antaño había cinco o seis escuelas diferentes, te topabas con gente muy buena en todas las artesanías». Casi con los 20 en el bolsillo, Epigmenio dio vida a su taller. «Quisieron llevarme a trabajar al extranjero, pero la tierra tira mucho», recuerda al tiempo que su nostálgica mirada regresa del pasado. Y no es que ahora le vaya mal. Su Artesanos Leoneses —así se llama el negocio familiar— brilla con luz propia en la capital y sobre todo en la nave exposición que tienen en Cembranos.

Entre las piezas más curiosas que atesora, llaman la atención una alacena medieval de nogal español, una pirámide de madera de 4,6 metros de altura o un manubrio con más de 200 años y al menos una docena de canciones ‘escritas’ en su interior. Si le preguntas por cuál es lo más difícil del oficio no duda ni un segundo. «Las pátinas, en especial las de los muebles». Bueno, eso y «las escaleras helicoidales». Lo de controlar como mínimo veinte especialidades es similar a los ocho apellidos vascos; o los tienes todos o no eres de pura cepa. «Domino la carpintería, evanistería, torno, talla, escultura, moldeado, pintura, marquetería, incrustación, tejados, tapicería, forja, dorado, policromía, trabajo el marfil, hueso y el nácar, la piedra, la soldadura, la vidriera y sé arreglar instrumentos musicales». Lo dice con humildad pero orgulloso, porque dominar cada una de esas artes le ha costado horas, decepciones y más de un disgusto. «Tanto mis hijos como yo nos caracterizamos por utilizar técnicas y herramientas olvidadas por el ser humano debido a la modernización y comodidad». No sabe o quizá no quiere saber el valor total de las más de 3.000 piezas que hacen de su negocio un ‘museo’ imposible de catalogar.

Su sello en la Catedral

Con más de medio siglo de restauraciones a sus espaldas, este leonés sabe lo que es ‘meterle mano’ a edificios históricos de casi toda la provincia. «Hace 35 años que restauré las puertas góticas del claustro de la Pulchra. «Son las únicas puertas que tienen más años que la propia Catedral». El retablo de la iglesia de Sahagún y alrededor de 250 mesas de altar también llevan su particular sello. Le preocupa —e incluso le «rompe el corazón»— ver cómo muchas obras no se tratan con cautela y profesionalidad. «Eso desvaloriza el arte y hace que pierda autenticidad», sentencia. No es palabra de Dios, pero sí del maestro leonés que domina todas las artes.

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