Diario de León

El maestro Zhang Yimou abre el Festival de San Sebastián con ‘Un segundo’

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La película Un segundo , del veterano director chino Zhang Yimou, autor de obras maestras como La linterna roja (1991) o La casa de las dagas voladoras (2004), abrió ayer la competición por la Concha de Oro en la 69 edición del Festival de San Sebastián, con la clamorosa ausencia de su director. Estaba previsto que el director se conectara vía internet para charlar sobre la película con los periodistas acreditados, ya que su trabajo actual rodando los Juegos Olímpicos de Invierno le impedían viajar a España. Un plan que ha debido ser cancelado a causa de las dificultades técnicas para realizar una conexión con garantías, ya que en estos momentos se encuentra en una zona de difícil acceso.

Este contratiempo no impide celebrar que Un segundo , la que, según algunos expertos en la obra de Yimou, es su mejor película, inaugure una edición complicada a nivel sanitario y social (de hecho, el Gobierno vasco puede cambiar las condiciones y horarios de apertura por la pandemia) pero impresionante en lo cinematográfico.

Un segundo es el tiempo suficiente para entender el amor al cine, para colmar una esperanza y para cimentar una amistad inquebrantable. Es un motor que puede mover una vida. Y es el bien más preciado de un hombre, un convicto que cumple una larga condena injusta, para escapar y capturar ese segundo. Yimou vuelve en Un segundo a los años de la Revolución Cultural china, esta vez recreándose, nada más comenzar, en los increíbles paisajes desérticos que enlazan pequeñas poblaciones chinas aisladas de todo y de todos.

Lugares cuya máxima expectación es la llegada de un motorista con los rollos de cine que, una vez al mes, (como pasaba en España con el Nodo) les permite conectarse con las noticias del mundo y ver una película después, casi siempre las mismas historias lacrimógenas de héroes chinos en guerra.

Un hombre camina sin pausa por las dunas del desierto en el desolado noroeste de China. Sólo quiere llegar al primer pueblo donde «Don Películas», el único empresario que vela por el cuidado de las bobinas y las proyecciones, proyecte el noticiario, para ver a su hija que había sido filmada en un reportaje.

Pero una chiquilla vagabunda se adelanta a sus intenciones y roba uno de los rollos de la película.

A partir de ese instante, la desesperación de la chica por quedarse con la bobina y la necesidad imperiosa del hombre por verla proyectada abre un inesperado e inevitable acercamiento que va descubriendo al espectador, en delicadísimas dosis, un enjambre de historias fascinantes y sencillas, hilvanadas por escenas inolvidables.

Como la que reúne a todo el pueblo -finalmente, sólo a las mujeres-, para llevar a cabo una tarea titánica cuyo único fin es que todos ellos puedan sentarse juntos a ver una película. Una simbólica defensa a brazo partido del cine de siempre, del cine como encuentro.

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