Diario de León

Obituario

‘Monchín’ cerró la puerta para siempre...

Moncho y su Trastienda dejan poso en una Legionensis que parece renegar de sus raíces… hasta que ‘echan la tranca’ algunos de sus más significados representantes de la vida capitalina.

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Javier Fernández Zardón
León

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La cerró discretamente, como no queriendo molestar a los paseantes de la calle Nueva, la que hoy llaman de Domínguez Berrueta; cerró la de su Trastienda, santuario de culto para ‘fuñigar’ en la magia de ediciones tan buscadas como ignotas para el común de los mortales, sólo al alcance de quienes compartían con Moncho el gusto por la palabra en papel sobado y deslucido, amarillento en la lectura de bibliófilos empedernidos y de cafeteros en un ‘Cafetín’ de tertulias hasta la madrugada.

Lo de abrir ‘sucursal’ de ‘La Trastienda’ a la vera del Juan del Encina (Ruiz de Salazar, ya saben) tuvo también algo de cátedra para los recreos de educandos y educadores, por mucho que los primeros dediquen hoy más tiempo a las maquininas digitales que al papel impreso; y los segundos…

Moncho —resístome al Adonino Llamazares del DNI— la cerró, su puerta, a cuarenta y ocho horas de las últimas campanadas en el último de la primera década del XXI, como no queriendo barruntar impresiones apuntadas en ‘notinas’ de las que siempre abarrotaron la vitrina de su librería de viejo, de culto a la intransigencia y a los modos y modas.

Moncho y su Trastienda dejan poso en una Legionensis que parece renegar de sus raíces… hasta que ‘echan la tranca’ algunos de sus más significados representantes de la vida capitalina.

Si al abrochar el vigésimo del XXI, la de librero es una profesión de héroes, la de ‘viejo’ se convierte hoy en toda una epopeya literaria. Se le echará de menos, y a ‘su’ Trastienda… también.

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