Diario de León
Publicado por
Emilio Gancedo
León

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¿Y quién es este que firma tanto… con un apellido tan raro?, pregunté yo el primer día de julio, nada más llegar al Diario, dispuesto a hacer prácticas de Periodismo en el decano de la prensa provincial. “¿Ese? ¿Cómo ese? –respondió otro clásico del oficio, añorado Vicente Pueyo-. Ese es Nepomuceno. Y Nepo… Nepo es mucho Nepo, muchacho”, me respondió, y sonrió, y alzó las manos como ante la imposibilidad física de contener, en unas pocas frases, en una sola tarde, todo lo que era, todo lo que sabía y todo lo que llegaba a publicar Miguel Ángel Nepomuceno, el bueno y noble de Miguel Ángel Nepomuceno.

Luego tomé asiento en una esquina de la redacción y lo conocí y lo traté, y desde que entré a formar parte del periódico lo llamé innumerables veces, edité o encajé sus textos otras tantas, le propuse (y él a mí) no pocas aventuras periodísticas, y también aprendí de él, me sorprendí con él, me maravillé, me preocupé, me entristecí, me alegré… porque Miguel Ángel Nepomuceno era el colaborador total. Especialista en música clásica cuando los periódicos tenían críticos de música clásica (y de otras muchas materias, y corresponsales, y correctores, y maquetistas, y…), escribía además sobre danza, sobre cine, sobre música tradicional (atención a la serie ‘Dulzaineros leoneses’ que publicaba en Filandón), y también, muy particularmente, sobre ajedrez, disciplina en la que su maestría era conocida y reconocida.

Nepo, que empezó a publicar en el Diario antes de que yo naciera, era capaz de distinguir (y de hacer constar fielmente en su crónica) cuándo había desafinado el segundo violín de tal o cual orquesta rusa; Nepo entrevistó a todos y cada uno de los grandes concertistas, solistas y cantantes que pasaron por el Teatro Emperador y por el Auditorio Ciudad de León en su edad dorada, desde Teresa Berganza a Luciano Pavarotti pasando por José Carreras, Plácido Domingo, Ainhoa Arteta o Kiri te Kanawa (unas entrevistas largas y proteínicas en las que a veces la pregunta ocupaba el doble que la respuesta); y de él se cuenta que, con motivo de una controversia surgida en una partida de ajedrez especialmente reñida en la que él participaba, el otro sacó y blandió un reglamento del juego que…. ¡oh, casualidad! estaba firmado por el propio Nepo.

Fue a él a quien llamé, cierta mañana de sábado, porque alguien había visto a Viggo Mortensen curioseando en una librería de León. El único que, alegre y confiado, se apostó en el hall de San Marcos hasta que el célebre actor apareciera por la escalinata, cosa que no hizo en todo el día. Al día siguiente regresó a primera hora (¿qué periodista haría hoy eso?) y se lo encontró, y de ahí no solo brotó una gran entrevista y una estupenda exclusiva de cómo Mortensen acudía a la Montaña de León para perfeccionar el acento de Alatriste sino también una larga amistad forjada sobre el común amor a la conversación tranquila, a la poesía, al arte, al ajedrez… Mortensen volvería una y otra vez, y pasearía la bandera de León por los lugares más insólitos.

Miguel Ángel Nepomuceno, prolífico, sabio e independiente, deja tras de sí un caudal periodístico inmenso, abrumador, difícilmente alcanzable por otros informadores.

 

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