Diario de León
Publicado por
José Javier Esparza
León

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Enorme polémica por lo último de La Noria de Jordi González en Telecinco: la madre del Cuco, ese menor implicado en el asesinato de Marta del Castillo, acude al programa previo cobro de 10.000 euros para, como es natural, hablar bien de su niño. Las redes sociales empezaron a arder el sábado y el incendio aún no se ha extinguido. El asunto plantea cuestiones éticas de primer orden. Nadie duda de que el protagonista de un suceso que conmueve a la opinión pública es noticia y, por tanto, parece lógico que los periodistas busquen su testimonio; el suyo o el de sus familiares.

Ahora bien, hay algunas cosas que son —o deberían ser— de sentido común. Por ejemplo, que a la hora de tratar informativamente un suceso, sea éste cual fuere, de ninguna manera puede salir beneficiado un tipo particularmente siniestro implicado en un crimen particularmente odioso. Lo que se está criticando a La Noria y a Jordi González no es que haya conseguido el testimonio de la madre del Cuco —eso podría ser incluso un mérito, en términos informativos—, sino que haya pagado 10.000 euros a una señora para que presente como bueno a un malo. Es esta pornografía sentimental de la virtud lo que está bajo sospecha. Nadie tiene derecho a poner las cosas cabeza abajo. Y si lo que busca en la tarea es hacer negocio, entonces hay circunstancias agravantes. Dicho de otro modo: Telecinco termina poniéndose al lado del criminal y enfrente de la víctima, y eso es intolerable. Ésta es también toda la diferencia entre la comparecencia de la madre del Cuco y aquel otro episodio, igualmente polémico, de la confesión arrancada a la esposa de Santiago del Valle en el programa de Ana Rosa. En aquella ocasión, aquí defendimos a Ana Rosa porque su «exclusiva», después de todo, contribuía al bien y combatía el mal. En este otro caso, el de la madre del Cuco en La Noria , puede decirse todo lo contrario: contribuye a relativizar el mal y a oscurecer el bien.

¿Maniqueo? No, para nada. Si perdemos de vista dónde está el bien y dónde el mal, navegaremos a la deriva. Tan simple como eso.

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