Diario de León

Proust en la casa de las magdalenas

El hogar del escritor, del que se cumplen 150 años de su nacimiento, se ha convertido en un lugar de peregrinaje

Proust inspiró su célebre novela en la casa de sus tíos. YOAN VALAT

Proust inspiró su célebre novela en la casa de sus tíos. YOAN VALAT

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La casa de la tía Léonie es hoy uno de los lugares de peregrinaje de los admiradores de Marcel Proust, de cuyo nacimiento se cumplieron ayer 150 años, y un tesoro en la localidad francesa de Illiers-Combray, rebautizada hace 50 años en honor al literato. La pequeña localidad campestre, originalmente llamada Illiers, a unos 40 kilómetros de Chartres, quedó transformada con los recuerdos de infancia de Proust, que la glorificaba en su obra En busca del tiempo perdido bajo el nombre de Combray. Tan importante era Combray en el universo proustiano que la Sociedad de Amigos del escritor, aún vigente, logró en 1971 que fuera renombrada como Illiers-Combray en honor a la ficción de Proust.

Hoy, todo en ella recuerda al escritor, nacido en 1871 en el distrito XVI de París, en una casa que fue demolida, y fallecido en 1922 en la capital, víctima de una bronquitis mal curada y tras una vida marcada por el asma, una salud penosa que lo mantenía en cama en largos períodos de convalecencia.

Aunque la localidad se ha convertido en un icono, el pequeño Proust no fue tanto allí como podría creerse debido al asma que padecía desde niño y que en su vida adulta lo llevó a frecuentar otros rincones más beneficiosos para su salud, como Normandía. Pero Illiers era el pueblo de su padre, en el que residían sus tíos Jules y Élisabeth Amiot, transformada en la ficción en la tía Léonie y protagonista de una de las escenas más famosas del universo de Proust. En su búsqueda del pasado (del tiempo perdido), el narrador de Por el camino de Swann, el primero de los siete tomos de su gran obra, se transporta a su infancia en Combray al mojar una magdalena en un té, un bizcochillo con forma de concha jacobea.

«Ese gusto era el del pequeño pedazo de magdalena que los domingos por la mañana en Combray (...) mi tía Léonie me ofrecía tras haberla mojado en su infusión de té o tisana», contaba el narrador, viajando con la magdalena a aquella casa de fachada arabesca, aquel jardín florido y aquel pequeño pueblo construido en torno a la iglesia.

«Esta casa es el único lugar que conmemora a Proust en el que podemos recordarlo con precisión, y visitar un lugar que él frecuentaba en vida», dice a Efe Anne Imbert, de la Sociedad de Amigos de Proust y responsable de la exposición permanente de la casa, que añade que aunque estuvo pocas veces «influyó profundamente su sensibilidad». Abierta al público desde los años 70, la casa guarda los tesoros que la Sociedad ha ido adquiriendo tras la muerte de Proust y es un punto de encuentro para los admiradores del escritor. Hay quien viene por amor a la cultura y hay quien está de paso, pero hay muchos que vienen a refugiarse en la habitación del escritor. El interior de la casa, que cerrará en noviembre para una restauración profunda de dos años, fue remodelado —cuando la familia lo donó en los años 60— en base a las descripciones de Proust con algunos de sus muebles personales, como el del baño que más adelante lo acompañó en París, cuando vivía en el Boulevard Haussmann.

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