Diario de León

¡Que viene doña Concha!

Querida por el pueblo y respetada por las instituciones, la etnógrafa vivió una vida metódica y sencilla mientras su creatividad alumbró joyas como los museos comarcales.

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ana gaitero | león

Doña Concha, como la llamaban con veneración en pueblos y conventos, fue una mujer austera que necesitaba muy poco para vivir. Frugal en el comer y sencilla en el vestir, llevaba por bastón una cacha que le regaló un artesano y siempre tenía a mano unas postales de La Cabrera, de los dibujos a lápiz de Pilar Ortega.

Dejó en herencia unas joyas de incalculable valor para León. Fue la impulsora de los museos comarcales antes de que se inventara el filón de oro del turismo rural. El Alfar Museo, el primero y uno de sus favoritos. Se inauguró el 4 de septiembre de 1994 en Jiménez de Jamuz, un museo vivo al que puso alma la tradición alfarera de la villa y la figura de Martín Cordero. Concha no se perdía una hornada, «estos cacharros son joyas», decía.

Nunca quiso televisor en casa. No le veía utilidad, al contrario que al invento de Graham Bell. Desde el teléfono de rueda daba órdenes e instrucciones con la misma energía que en persona. Tenía demasiadas ocupaciones y desde su pisito de la calle Arquitecto Torbado disfrutaba de unas magníficas vistas de León que compartía con las visitas que iban en busca de asesoramiento, ayuda o para organizar algún libro, artículo o museo. Publicó una decena de libros en solitario, más de veinte en colaboración y dirigió otras como Descubre tu patrimonio. Colección Concha Casado, de la Hullera Vasco Leonesa, fruto de varios ciclos de conferencias divulgativas.

Pateó las comarcas, las estudió y las sembró con proyectos sólidos. ¡Qué viene doña Concha!, exclamaban en los rincones de la provincia con cariño y en los despachos de las instituciones con cierto temor. Era implacable defender el patrimonio. «Concha Casado ha librado una batalla sin tregua contra la desidia», afirmaba el musicólogo Joaquín Díaz, otro de sus aliados de lujo.

En 1998 se abría al público el Batán Museo, en Val de San Lorenzo. Un ejemplo de restauración de la arquitectura tradicional en un edificio que había sido construido a principios del siglo XX por la Sociedad Comunal de Val de San Lorenzo y que, adquirido por el ayuntamiento, siguió funcionando como batán para las últimas industrias artesanas de mantas.

Ese año se puso en marcha en Encinedo el Museo de La Cabrera, con piezas cedidas por sus habitantes de Ambasaguas, La Baña, Corporales, Encinedo, Iruela, Losadilla, Nogar, Odollo, Robledo de Losada, Santa Eulalia, Truchillas y Vilariño, entre otros.

En 1999 se abre en Santiagomillas el Museo de la Arriería Maragata, en las escuelas levantadas en 1926 por don Ventura Alonso, de quien toma su nombre y por cuyas paredes discurre la historia del legendario oficio de los arrieros que tanta fama ha dado a la comarca y generó fortunas y personajes tan influyentes como Santiago Cordero.

También tuvo que ver con el Museo del Monacato de Carracedo, que se abrió en 1995, con el apoyo de la Diputación de León y el Obispado de Astorga tras la restauración del monasterio. Y sobre todo con la restauración de los monasterios de Gradefes y Carrizo. El tiempo pasaba y jugaba en contra de las joyas que ella había retratado en los pueblos, en La Cabrera, sobre todo, y en otras comarcas que recorrió en los años 70 con su cámara para La Muralla. Inmortalizó los campos de centeno en El Carvajal y no quería que se perdiera la arquitectura vernácula que se había mantenido durante todo el siglo XX.

Tenía predilección por Trabazos e Iruela, y en este pueblo de La Cabrera Alta se realizó la primera intervención ejemplarizante. Al final fueron Forna, en Cabrera Baja, y Villar del Monte, en la Alta, los dos núcleos por los que peleó ante la Junta de Castilla y León y la Diputación. Hubo quienes entendieron mal que se dedicara dinero público a unas construcciones privadas, pero ella se empeñó en compensar a una comarca olvidada con este capricho para que cundiera el ejemplo. Y lo logró.

Desde su ventaja no perdía de vista la Pulchra Leonina mientras trazaba planes para poner en valor las artesanías y, en sus últimos días, a los artesanos a quienes adoraba. No se cansaba de pedir protección para ellos como «tesoros vivos de la humanidad». Intentó salvar industrias tradicionales como Alfombras Nistal de Astorga, fue una activa combatiente contra la demolición de la última casa de soportales de la plaza del Grano y reivindicó la retirada de una antena de telefonía móvil de la azotea de su casa.

Los pueblos y sus gentes la compensaron con reconocimientos y mucho cariño. Fue la primera mujer Leonesa del Año de Radio León en 1989, y la nombraron hija adoptiva de La Cabrera en 1995, Protectora y Valedora de la Maragatería en 1996 por la cadena Cope de Astorga, hija adoptiva de Carrizo de la Ribera en 1997, premio Clínica San Francisco en 2000, Premio Nacional de Folklore Agapito Marazuela en 2001. En 2006 más de 200 personas le arroparon en el homenaje de los Amigos de León en el Conde Luna y fue premio Protagonista del Año 2008 de Punto Radio y Televisión de León.

Las instituciones ‘grandes’, al fin, se rindieron a la evidencia. En 2009 Concha Casado es Premio Castilla y León de Restauración y Conservación del Patrimonio (el Ayuntamiento de Encinedo lo reclamó durante años) y la Diputación le entrega la Medalla de Oro de la Provincia de León en 2012. «¡No dejará de salir otra como yo!», afirmó aquel día.

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