Diario de León

El robo que la Catedral silenció

Ángel García, que fue secretario del Museo Diocesano, desvela 45 años después cómo se llevaron ‘El Libro de las Estampas’ .

El pintor y restaurador Ángel García, que en el momento del robo del ‘Libro de las Estampas’ de la Catedral de León era secretario del Museo y que, posteriormente, fue cesado, cuenta 45 años después cómo ocurrió todo.

El pintor y restaurador Ángel García, que en el momento del robo del ‘Libro de las Estampas’ de la Catedral de León era secretario del Museo y que, posteriormente, fue cesado, cuenta 45 años después cómo ocurrió todo.

León

Creado:

Actualizado:

El obispo Almarcha le colocó en el ojo del huracán. Pero era inocente y la Policía jamás le consideró sospechoso. Han tenido que pasar 45 años para que el artista y restaurador leonés Ángel García se haya decidido a romper su silencio. Denunció el robo del Libro de las Estampas — uno de los códices más valiosos de la Catedral de León y del mundo— y le cesaron como secretario del Museo Diocesano.

Cuando la Interpol rescató el manuscrito, a punto de ser subastado en Londres, fue el primero en saberlo. La entonces directora del Departamento de Libros Antiguos de la Biblioteca Nacional, la astorgana Isabel Fonseca, le telefoneó de inmediato. Era la mañana del 9 de junio de 1976: «Lo tengo encima de mi mesa», recuerda que le dijo emocionada. En ese momento, Ángel García se hallaba restaurando unos frescos en Soria.

Ni el deán de la Catedral, Argimiro Álvarez —que fue el último en coger el códice la noche del robo para mostrárselo a un grupo de visitantes ilustres— ni el obispo le pidieron nunca disculpas, a pesar de que aquel incidente cambió el rumbo de su vida. Eran tiempos en los que el obispo incluso había dado orden de no denunciar a la Policía una sucesión de extraños robos de obras de arte y hurtos en la recaudación del museo.

El misterioso robo del códice jamás se aclaró. El cartulario con las miniaturas de siete reyes leoneses y una condesa a punto de ser asesinada por su sobrino destaca por la viveza del color y por su escaso grosor; sólo tiene 43 pergaminos.

Todo sucedió la noche del 8 de julio de 1969. El Libro de las Estampas estaba entonces en una vitrina sin cerradura. El deán solía abrir la tapa, extraer el manuscrito y mostrar a las visitas importantes las excepcionales ilustraciones. Aquella noche, cuando el museo ya había cerrado, llevó a un grupo de funcionarios hasta el denominado Códice 25, conocido también como Libro de los Testamentos de los reyes de León . Fueron los últimos testigos.

A primera hora del día siguiente, cuando Ángel García llegó al museo, el códice ya no estaba en la vitrina número 2. Preguntó al deán y a otros canónigos para cerciorarse de que nadie lo había cogido para consultarlo. «Después notifiqué su desaparición al obispo y, acto seguido, fui a la Policía», recuerda a este periódico.

Sin noticias del robo

El robo se ocultó a la ciudad durante años, hasta que la prensa lo desveló poco antes de que fuera recuperado. Ángel García fue cesado por el obispo, haciendo constar expresamente que era «el único responsable del hurto» de un códice que el deán tasó en un millón de pesetas (6.000 euros), según declaró posteriormente a la Policía. García, en cambio, aportó datos exactos de un códice «de valor incalculable», como su tamaño, todas y cada una de las ilustraciones, el estado de cada pergamino, así como cinco diapositivas en color.

La información fue remitida inmediatamente a la Interpol, con copias de las estampas, dibujadas por el propio Ángel García, que fueron distribuidas por las comisarías de toda Europa.

García explicó a la Policía que Isabel Fonseca se había quejado dos años antes de la falta de seguridad en la sala de los códices. Tal era la desidia con la que se exponían auténticos tesoros que Fonseca decidió intervenir. Gestionó una subvención del Ministerio de Hacienda, por importe de 50.000 pesetas, para la compra de unas vitrinas que permitieran exponer sin riesgo los valiosos manuscritos de la Catedral. «El dinero fue ingresado en la cuenta personal del deán. Pasó mucho tiempo hasta que adquirió dos vitrinas, por 32.054 pesetas, donde guardaron, entre otros, el célebre Antifonario. Pero El Libro de las Estampas siguió en el mismo sitio, es decir, sin protección», cuenta Ángel García.

Las pesquisas

Tras la desaparición del códice, los investigadores hallaron la primera pista en una librería de viejo de Vigo, que se lo adquirió a un estudiante alemán de Medicina apellidado Stiemerling —aunque esto nunca fue confirmado—. El manuscrito lo compró a bajo precio otro estudiante de la Universidad de Santiago, quien, a su vez, lo revendió.

El Libro de las Estampas llegó a manos del súbdito alemán Helmut Tnner. La pieza fue subastada y adquirida, no se sabe a qué precio, por el anticuario londinense Martin Breslauer. El director de la Biblioteca de la Universidad de Heidelberg descubrió en 1976 que el códice leonés aparecía en el catálogo de una subasta organizada por el anticuario. Inmediatamente avisó al Cabildo de la Catedral de León. A partir de esta pista crucial, la Interpol montó un dispositivo con un estrecho seguimiento de la obra, hasta que pudo interceptar el libro. El obispo Almarcha había fallecido dos años antes. En las biografías figura como un colosal defensor del patrimonio.

Curiosamente, días antes de la entrega del Libro de las Estampas, habían forzado una vitrina para intentar robar la arqueta de San Froilán, de plata y pedrería.

El rey desapareció

El Libro de las Estampas fue devuelto a la Catedral leonesa siete años después de haber sido robado por Saturnino Gutiérrez Valdeón, juez que inició las primeras diligencias del caso. El códice no llegó intacto. Alguien había arrancado la estampa con el retrato del rey Ordoño II. Nunca ha sido recuperada. La Policía sospechó que la imagen fue utilizada como una especie de ‘prueba de autenticidad’, para que los posibles compradores pudieran verificar su origen, sin tener que trasladar el códice por media Europa. En la decoración de Las Estampas los expertos han visto la mano de dos artistas distintos: uno habría sido el autor de la imagen perdida de Ordoño II; y el otro, habría retratado a Ordoño III, Ramiro III, Vermudo II, Fernando I, Alfonso V, Alfonso VI y la condesa Doña Sancha en el momento de ser apuñalada. Algunas de estas imágenes, que permiten descubrir detalles de cómo era la corte de los monarcas leoneses, así como sobre los ropajes, inspiraron, sin duda, a algunos de los maestros vidrieros que intervinieron en la Catedral.

Aunque el códice es insustituible, en el momento del robo existían dos fotocopias completas del mismo, una en el Archivo Histórico Nacional y otra en el Archivo de la Catedral.

Códice viajero

Pese al valor del códice, el Cabildo lo prestaba el siglo pasado con ‘cierta alegría’. En 1929 viajó a la Exposición Universal de Barcelona. Antes del robo, viajó nuevamente a la capital catalana y, posteriormente, a Santiago de Compostela para participar en una muestra dedicada al románico. Una vez recuperado, también se expuso en Burgos en el año 1990, en la segunda edición de Las Edades del Hombre, dedicada a libros y documentos de la Iglesia en Castilla y León. En el 2000 fue una de las piezas más sobresalientes de la espléndida exposición Maravillas de la España Medieval. Monarquía y Tesoro Sagrado, que se celebró en la Real Colegiata de San Isidoro.

Tras ser despedido, Ángel García rehizo su vida en una empresa de publicidad y estudió Bellas Artes y Restauración. Impartió dibujo en varios institutos de Soria y León. Ahora ya está jubilado. En septiembre de 1969, dos meses después del robo en la Catedral de León, García ganaba la Medalla de Pintura en un certamen provincial que organizaba la Diputación. «Almarcha envió al secretario para que me retiraran el premio. El presidente del jurado era Vela Zanetti, que dijo que el premio no lo movía ni dios», explicaba a este periódico.

Además, Ángel García es el responsable de la restauración de gran parte de la colección de pintura de Caja España, incluido un Sorolla, un lienzo de Antonio Saura y un Brueghel que hasta que llegó a sus manos había pasado inadvertido.

tracking